sábado, 7 de febrero de 2015

León, km. 408

¡Séptimo día de mi Aventura a Santiago!
Hoy iba a ser una etapa corta, tan sólo 8km, por lo que podía estar antes de mediodía en el hotel que había reservado. Hacía mucho frío otra vez, aunque no parecía que fuera a llover. La distancia a recorrer era hasta el centro de la ciudad, por lo que, al poco de salir, ya me encontré en los arrabales de León. 

El hospitalero de El Burgo Ranero me había aconsejado para no cargar las piernas (le comenté que había padecido una lesión en la rodilla el año anterior) que no hiciera todo este largo tramo por asfalto andando; había un autobús que se podía coger en un punto a las afueras y que te evitaba bastante trayecto. Lo contemplaba como una posibilidad, aunque dependería de cómo me encontrara y lo dura que fuera la entrada a la ciudad (aún me acuerdo, y mis piernas más, de las entradas a Logroño y Burgos... casi lloré). Había que salvar varios toboganes los primeros kilómetros; empezaban los desniveles...


Anduve muy incómoda durante la primera hora puesto que, al haber secado el día anterior mis mallas en la secadora, habían encogido. Me había metido la ropa en la secadora un peregrino del albergue al acabar su colada... por hacerme un favor. No lo he comentado antes, pero tenía pánico a volver a lesionarme la rodilla, no podía llevar nada que me apretara o estirara en esa zona, y me aplicaba gel antiinflamatorio a diario. Me había comprado estas mallas de correr para hacer el Camino, por lo cómodas y elásticas que eran: ahora me las sentía prietas. ¡Qué rabia! ¡Qué impotencia! Ni tirando de la fibra cada x metros, conseguía que cedieran un poco. Me acordé en ese momento de mi ex, cuando al principio de estar juntos me encogió un montón de ropa buena de lana por meterla en la secadora...

En ese momento afloraron antiguas emociones contenidas. Lloraba desconsoladamente aunque no paraba de caminar, y en un momento dado fui consciente de que estaba fuera de mis casillas. Respiré, paré un poco. Decidí desviar la atención de mis mallas hacia el paisaje, los árboles, los animales de mi alrededor. Debía recuperarme. No tenía porqué volver a pasarme lo del año anterior en la rodilla. Me calmé.

El Camino pasaba junto a un cementerio; había una flecha amarilla pintada en el muro. "Los difuntos también nos enseñan el Camino", pensé. Me santigüé. Desde ese día, lo haría cada vez que pasara junto a un cementerio, por respeto a los que ya no estaban con nosotros, y a los que de vez en cuando, aún echaba de menos.


Entre las subidas y bajadas en zigzag por los toboganes y la concentración por minimizar el esfuerzo, me olvidé de mi rodilla y mis mallas estrechas. Pensé que lo que me había ido mal en el pasado, no tenía por qué sucederme ahora. También fui consciente de que, después de haber salido una antigua emoción reprimida, ésta se había quedado atrás en el Camino, me había abandonado para siempre. Me estaba curando de mis heridas.

Después de una fuerte subida, pude vislumbrar la capital. Ahí estaba León, tantas veces deseada en mis sueños de peregrina. Estaba emocionada. Salvé otra bajada, y el terreno ya empezaba a ser llano. Encontré el punto en donde podía coger el autobús al centro, pero eran las 10.30 a.m. y no estaba nada cansada; decidí seguir caminando (llegaría a Santiago de Compostela por mi propio pie, nunca usé otro medio)

Aunque en las ciudades también hay alguna flecha amarilla pintada (sobre todo en las farolas), normalmente se indica el Camino de Santiago con una señal específica en el suelo: a veces una concha, una estrella... ésta es la que me guiaba por la ciudad de León:


Después de otro rato de marcha encontré un minúsculo bar, donde tomé un zumo y pude ir al baño. Ojeé el periódico del día: allí me enteré de que el actor Benedict Cumberbacht se había comprometido. Había comunicado la noticia mediante un breve anuncio en el Times. Se me habían adelantado... "¿Y que tiene eso que ver con el Camino?", me preguntaréis. Como expliqué al inicio del blog, lo escribo sobre todo como una especie de diario de viaje, para poder acordarme de mis aventuras y vivencias, pues no poseo una muy buena memoria. Cuando sea viejecita me hará gracia recordar esta anécdota... 

Faltaba una media hora para mediodía, cuando me encontré a las puertas de las antiguas murallas. Estaba a punto de entrar en el casco viejo. Hice uso de mi móvil para situarme y poder dirigir mis pasos hacia la Catedral. Si bien la tecnología es un gran avance, tuve que preguntar igualmente...

A las 11:55 del día 6 de noviembre dejé la Calle Ancha y entré en una plaza: allí estaba, imponente, la Catedral de León.



Me dirijí al hostal donde debía alojarme para, por lo menos, dejar mis cosas si no estaba lista la habitación. Hubo suerte: pude hacer el check-in. Después de una semana de estar durmiendo en albergues, este lugar me parecía un lujo. Esa noche no iba a necesitar mis auriculares para dormir...

Me instalé rápidamente y fui a dar un paseo; necesitaba comer algo. Fui callejeando un poco, se veía a mucha gente pese al frío y había varios bares de pinchos. Finalmente paré en uno de ellos que vi lleno de gente, donde tomé un rico vino de la tierra y un par de pinchos por un módico precio. Deseaba ir a visitar la Catedral, pero necesitaba descansar un poco antes de mi visita al fisioterapeuta... volví al Hostal Albany.


Después de dormir un rato tenía el tiempo justo de darme un baño antes del masaje. Cuando empecé a llenar la bañera, tardaba en llegar el agua caliente. Y siguió tardando. ¡No había agua caliente! Hablé enseguida con recepción, me dijeron que lo comprobaban al instante: había habido un problema con la caldera y se había apagado, el agua caliente volvería en 1/2 hora. 

¡Media hora! ¡No tenía tanto tiempo! Si no espabilaba iba a llegar tarde... Decidí apurar el máximo de tiempo posible, unos 20 minutos, hasta que al final tuve que ducharme con ¡agua casi fría! brrrrr! ¡Ni en verano soporto el agua fría! En fin, no pensaba amargarme el día; me armé de valor y estuve lista en unos minutos.

El masaje que tenía contratado con el fisioterapeuta fue de gran ayuda; si bien no notaba ninguna molestia importante, tenía cargadísimos los gemelos y una contractura en el hombro izquierdo (anterior al Camino) que había empeorado. Estos de +que fisio son unos profesionales: utilizaron el novedoso método Indiba, tecnología avanzada en el mundo de la fisioterapia. Si queréis más información podéis visitar su web +que fisio


Al salir de la consulta era ya casi de noche, y no había visitado la Catedral por dentro. Aunque me diera tiempo de hacer una corta visita, la poca luz habría deslucido su belleza. Di otra vuelta por el casco antiguo, contemplando bellos edificios, de nuevo las murallas, las plazas... andaba buscando el barrio húmedo, donde me apetecía ir más tarde, siguiendo consejo de Susana, una paisana mía cuya familia es de León.

Finalmente dirigí mis pasos hacia la Catedral, y aunque no era posible su visita, pedí poder visitar el claustro y una capilla, aún abiertos al público. Después de tantas jornadas había deducido que lo que me hechizaba de las catedrales y conventos eran los claustros, por lo que me iba a dar por satisfecha.

Junto a una terrorífica gárgola de la Catedral de León
Cuando iba a entrar en la capilla, recibí una sorpresa: Mr. Romney, el peregrino australiano con el que había coincidido un par de días por el Camino, salía de ella. Después de saludarnos con alegría por el reencuentro, me contó que había llegado a León el día anterior, y que se alojaba, como yo, en el Hostal Albany.

Desde su llegada a la capital había estado buscando revivir la experiencia de la vez anterior en que hizo el Camino de Santiago, cuando se sentaba en las terrazas de los bares enfrente de la Catedral para ver pasar los peregrinos. Pero esta vez no era primavera, era noviembre con temperaturas de invierno, y él no estaba acostumbrado a tanto frío, ni venía equipado para hacerle frente. Abandonaba aquí el Camino, no llegaría hasta Santiago: tomaría un tren al día siguiente a Lourdes.

Le hice un último servicio como traductora, le acompañé a una lavandería pues no podía entenderse con el dueño ya que no hablaba nada de español. Romney quería cenar temprano, me pidió si me apetecía acompañarle. Le comenté que me habían hablado del barrio húmedo, que se comía tan bien. Fuimos dando un paseo y charlando. Hacía muchísimo frío por la calle. Andamos un buen rato pero no encontramos ventura. Yo necesitaba descansar después del masaje y recuperar fuerzas, pues al día siguiente reemprendía la marcha de nuevo. 

Al volver a estar enfrente de la Catedral después de un rodeo, me propuso que cenáramos un menú en el mismo Hostal Albany (que yo había consultado por la tarde y tenía muy buena pinta). Acepté encantada, era lo mejor para los dos. Compartimos cena y una amena charla, juntándonos después con peregrinos que estaban en otra mesa. 


Después de cenar nos despedimos, deseándonos un "Buen Camino... de la Vida". Estaba un poco triste, pues en este viaje era el primer peregrino del que me despedía, sabiendo que no lo volvería a ver más. Vendrían otros más, y otras despedidas, pero cada día había que seguir el Camino sin volver atrás,   mirando siempre al desconocido horizonte que se abría ante nosotros. Ultreia!

P.D.: Después de cenar conseguí por fin tomar el ansiado y relajante baño de espuma en mi habitación: dormí como un bebé.



miércoles, 4 de febrero de 2015

Arcahueja, km. 400

Amanecía otro día soleado y frío en la provincia de León; como era habitual, salía la última del albergue de Reliegos. Alejandro, un peregrino que también pasó noche en el albergue y es quiromasajista, me aconsejó hacer algo de calentamiento diariamente antes de salir: iba a intentar seguir su consejo.

Tenía planeada la etapa del día hasta Puente Villarente, una población de casi 400 habitantes situada a unos 13km de distancia, con lo que me quedarían otros 13km al día siguiente hasta León capital. El Camino transcurría los primeros 6 km por un andadero al lado de la carretera nacional, hasta Mansilla de las Mulas. Más o menos a las 2 horas de marcha había llegado a la población. Se notaba que ya llevaba unos días de Camino, pues casi no necesitaba parar para ajustar las botas o hacer estiramientos.


Paré a desayunar en un bar, puesto que antes de salir por la mañana sólo pude tomar un chocolate de máquina y una magdalena (siempre llevaba provisiones en la mochila), al estar la cafetería cerrada a esa hora. Pude probar uno de los dulces típicos del pueblo, y no tenía prisa por salir puesto que ya me encontraba a mitad de etapa.

Después de charlar con el dueño del local un rato (un hombre muy cordial), decidí reemprender la marcha. Salí del pueblo cruzando el antiguo puente de piedra, y seguí por el Camino, que iba paralelo a la nacional, pero esta vez a unos metros de la misma separado por una espesa vegetación.


Esta etapa estaba siendo entretenida, ya que a cada poco se iban sucediendo las poblaciones, haciendo el recorrido más ameno. Se notaba también que iba acercándome a León, por el aumento de tráfico por la carretera nacional, junto a la que discurría el Camino.

Llegué a un pequeño pueblo llamado Villamoros de Mansilla. Estaba todo cerrado y tranquilo, pero me apetecía ver la iglesia: durante mi recorrido iba cumpliendo mi sueño de niña de visitar las iglesias románicas del Camino de Santiago, aunque desafortunadamente sólo podía verlas por fuera, al estar mayormente cerradas a mi paso. Me gustaba sentarme a descansar junto a sus muros, imaginando la cantidad de peregrinos que durante siglos habrían solicitado cobijo para resguardarse del frío y la oscura noche.


Al cabo de media hora más, llegué a Puente Villarente. Había albergue abierto y multitud de servicios, así como restaurantes ofreciendo menús del peregrino a buen precio. Buscando dónde parar a comer, fui hasta uno donde vi entrar a gente que parecía de la zona. "Aquí se debe comer bien" - me dije. Di buena cuenta de un generoso plato de alubias pintas, recuperando instantáneamente las fuerzas perdidas por el Camino. 

Cada día que iba pasando de mi Aventura a Santiago iba guiándome más por mi intuición, puesto que cada vez que lo hacía, obtenía mejores resultados. Tenía que tomar a menudo decisiones disponiendo de poca información, por lo que me costaba elegir a nivel de la mente. Ese día y según lo previsto debía finalizar mi etapa en Puente Villarente, pero al estar en el sitio, no sentía que me fuera a quedar allí. Algo me decía que siguiera un poco más, que no había llegado aún ese día a mi final de etapa. Decidí seguir adelante. 


El próximo albergue se encontraba en Arcahueja, llamé para confirmar que estuviera abierto antes de aventurarme y correr el riesgo de, en caso de estar cerrado, tener que seguir hasta León. Ya pasaban las 3 de la tarde; calculaba que sobre las 5 podría estar en Arcahueja. La verdad es que me gustan los pequeños pueblos y aldeas, más que las grandes ciudades. Aunque empezaba a notar un poco el cansancio en las piernas, reemprendí mi marcha con ilusión. 

Ésta es la bucólica estampa con la que me encontré llegando al pueblo; pensé que sería un buen sitio donde vivir algún día.


Me alojé en el albergue La Torre, junto con otros dos peregrinos. Uno de ellos era belga, y había tenido que parar en Arcahueja por dolores musculares. Su compañero de Camino había seguido y le esperaba en León al día siguiente a la hora del desayuno. Me gustaba mucho conocer gente nueva cada día, aunque más me alegraba reencontrarme por sorpresa con peregrinos con los que ya había compartido parte del Camino.

No había mucho que ver en el pueblo, por lo que me quedé en el albergue toda la tarde. Aproveché para poner una lavadora y hacer una colada más completa (normalmente lavaba a diario a mano). El peregrino belga hablaba algo de español, y pasó la mayor parte del tiempo tumbado en la cama descansando, leyendo en su tablet. Me sorprendió que viajara con un ipad, no sé... a mi me daría reparo por si me lo robaban en un albergue.

La ventana de nuestra habitación daba al patio trasero, donde estaba la mascota de Lucio, un perro encantador y, según su dueño, el amigo de los peregrinos, que se quedaba vigilando sin pestañear por el cristal de la ventana todos nuestros movimientos.



Tenía ya reservado el alojamiento y un masaje en el fisioterapeuta en León para el día siguiente; me sentía animada. Llegaría a media mañana y podría visitar tranquilamente la ciudad. Fui al bar del albergue, que también era el bar del pueblo, donde atendía Lucio, el propietario. Vi entonces un cartel: Hay sidra natural. Comenté que a mi padre (fallecido unos meses antes) le gustaba beber sidra el día de Navidad. 
- "¿Quieres sidra? Pero te tendrás que beber la botella... - dijo Lucio. 
- "¿Cómo? ¿Una botella?"
- "Anda, anímate, si no es tanto.. si casi no lleva alcohol. Como una cerveza.."
- "Bueno, pónmela, pero si los otros peregrinos aceptan beber conmigo, o me voy a emborrachar"

Mis compañeros aceptaron la invitación. Observé divertida de qué manera Lucio cortaba el corcho para escanciar la sidra como es debido, y cómo la servía. ¡Estaba buenísima!



Había finalizado otro día más de mi Aventura a Santiago. Sin saberlo, había recorrido ya 400km desde que salí de Pamplona en diciembre del año anterior. Al día siguiente se iba a cumplir una semana de mi regreso al Camino, y por el momento no había sufrido ningún percance. Al amanecer un nuevo día me esperaban León y su Catedral, el barrio húmedo, un baño caliente en el hotel, una visita al fisioterapeuta... y la previsión del tiempo no era mala. Me sentía feliz.


martes, 3 de febrero de 2015

Reliegos, km. 383

4 de noviembre de 2014, quinto día de mi Aventura a Santiago. 
Había refrescado mucho después de la tormenta del día anterior, pero  amaneció despejado y no se esperaban lluvias durante la jornada. Tenía la posibilidad de llegar hasta Mansilla de las Mulas, una población que tenía muchas ganas de conocer por haber oído hablar de ella en varias ocasiones. Para ello, debía recorrer un total de 20km, distancia no muy grande; pero teniendo en cuenta que el día anterior ya había caminado esa distancia y que me había propuesto no superar la media de 15km diarios durante la primera semana, no estaba totalmente convencida de completar toda la etapa.


De todas formas, como desde Burgos hasta Astorga no hay casi desnivel en las etapas, dependiendo de cómo fuera el día, igual podría avanzar más de lo previsto.

Dejé el albergue muy temprano, sobre las 8 de la mañana: había helada. Enfilé el andadero junto a la carretera, e iba saludando a los peregrinos que me encontraba: algunos me adelantaban, otros pasaban en bici. ¡Buen Camino!


La primera población, Reliegos, estaba a 13km de distancia. Entre medio, únicamente un par de áreas de descanso. Recuerdo que pasé bastante frío; se veían a lo lejos los montes nevados, y eso influía a las bajas temperaturas. Menos mal que el sol calentaba un poco...

Aún la monotonía del paisaje y el andadero al lado de la carretera, había momentos en que me paraba para contemplar la belleza que me rodeaba. Me encontraba bien físicamente, sin ninguna molestia a destacar; conseguía dormir (aunque a trompicones) por las noches e iba bien equipada para afrontar las inclemencias del tiempo. ¡Tan sólo había que seguir caminando! Estaba agradecida por cómo transcurría mi Aventura.


Al cabo de unas horas de Camino, llegué a Reliegos. Había leído en mi guía que había un albergue abierto en el que servían menús y platos combinados. Seguí las flechas amarillas por las calles del pueblo en su busca, con ganas ya de estar a cubierto y de saciar mi apetito.

Llegué al albergue La Parada con la idea de seguir mi Camino después de comer hasta Mansilla de las Mulas, pero fue sólo entrar en él y desear alojarme en ese sitio. Se veía todo muy nuevo, pareciendo más un hotel que un hostal para peregrinos. El precio era un poco más que el de los albergues públicos (éstos a 5€): 7€ en habitación compartida con literas. Eché un vistazo a las instalaciones y todo estaba nuevo y reluciente. Ya tomaría una decisión más tarde, ¡ahora necesitaba llenar mi estómago!


Cuando entré en el comedor vi a dos peregrinos en las mesas: uno, más joven; el otro era Federico, el peregrino de México. Nos saludamos; me alegró encontrarle allí. Le había oído contar en el albergue de Sahagún que iba huyendo de la cháchara de los grupos de peregrinos, por lo que escogí una mesa aparte para comer (normalmente preguntaba si podía sentarme con los peregrinos que me encontraba en el restaurante). 

Federico ya había terminado de comer, y me pidió si podía sentarse en la mesa conmigo: me alegré de que me lo pidiera. Estuvimos charlando un rato.  Recuperé las fuerzas y el color en mis mejillas gracias al vino que compartimos y al sabroso menú del peregrino. Federico iba a salir ya hacia Mansilla: "¿qué vas a hacer tu?" - preguntó. "Me voy a quedar en Reliegos", le dije. 

El sombrero de ala ancha de Federico
Mi idea inicial era ir hasta Mansilla, pero ya había aprendido haciendo el Camino que a veces lo que esperamos con más ilusión es muy distinto en la realidad, y por otro lado, lo que nos tenía indiferentes puede sorprendernos. De nada servía hacer muchos planes para el futuro inmediato. Me sentía muy a gusto en Reliegos y en el albergue. Estudié las próximas etapas y quedándome allí podía estar en León en 2 días (estaba a 26km de distancia), donde sí tenía claro que iba a pernoctar. Siguiendo hasta Mansilla, significaba hacer 3 etapas seguidas de 20km, un ritmo que de momento no podía permitirme seguir.

Al llegar a León pensaba contratar un masaje con un fisioterapeuta que pudiera descargarme las piernas (con algunas contracturas ya) y evitar futuras lesiones. En el albergue encontré propaganda de un fisio en León, fue genial; llamaría al día siguiente para contratar ya el masaje. También pensaba alojarme en un hostal u hotel con una buena bañera en la habitación... para eso contaría con la ayuda de Booking.com :)


Compartí habitación con un peregrino inglés, otro de Pamplona que había hecho el Camino en varias ocasiones, y un peregrino catalán, Alejandro. Con él tuve la ocasión de poder hablar en mi lengua materna, después de varios días de no hablar casi ni español, por estar el Camino mayormente concurrido por extranjeros en esas fechas.

Alejandro nos contó que era la primera vez que hacía el Camino, y que llevaba ya tiempo con la idea en la cabeza desde que había abierto con su mujer un albergue de peregrinos en Sarria. Ella llevaba ya años haciendo el Camino por semanas con sus amigas, y a consecuencia de la crisis y el trabajo precario, se animaron a instalarse en Sarria y gestionar su propio albergue. Tomé nota del nombre, y le aseguré que si llegaba hasta allí me alojaría en su establecimiento.

Descansé un poco por la tarde después de una reconfortante ducha; mis compañeros habían ido a dar un garbeo por el pueblo. A su vuelta me contaron que habían estado en el bar de Elvis, uno a la entrada del pueblo que a mi llegada me había parecido un lugar extraño. Venían echándose unas buenas risas, y encantados con el dueño de aquel antro, todo un personaje del Camino de Santiago. Insistieron en que no me podía perder la visita a este peculiar lugar, y que si iba, ellos me acompañaban... me convencieron. La verdad, parecía un lugar muy cutre; sino juzgad por vosotros mismos...


El bar estaba lleno de pintadas tanto en el exterior como en cualquier rincón del interior: pensamientos y frases que iban dejando los peregrinos a su paso por Reliegos. La música que sonaba (a un volumen más bien alto), canciones de Elvis Presley. Y el propietario del bar... un ser muy peculiar, un hombre encantador y muy al servicio de los peregrinos. Casi le costó servirme una manzanilla (infusión) en la barra... en su local se iba a beber y a disfrutar. Os recomiendo que paréis a hacerle una visita a vuestro paso por Reliegos; también tiene pequeña tienda y sirve comidas sencillas.

Volvimos al albergue, preparándonos ya para el descanso. La habitación era algo pequeña, y uno de nuestros compañeros estaba ya durmiendo, roncando fuertemente. Si yo oigo roncar, no pego ojo en toda la noche. El recurso del que disponía para hacer el Camino de Santiago y dormir en los albergues era escuchando música toda la noche: me había bajado de youtube unos mp3 de música para dormir, un total de 8 horas. ¿Que los ronquidos en la habitación eran más fuertes de lo habitual? Subía el volumen a tope, aunque me despertara varias veces durante la noche.

Ese día conté con otro recurso: los sofás que había en la salita al lado de las habitaciones. Tenía planeado que, si no podía dormir, me trasladaría allí con mi saco y mi manta.


Ese fue finalmente mi dormitorio ese día; ¡los ronquidos en la habitación eran impresionantes! Pero no pasé frío y, además, pude dormir esa noche sin tapones.... aunque a la mañana siguiente me levantaría con tortícolis. Pero me esperaba un nuevo día, estaba cada vez más cerca de León, y por fin podría contemplar su maravillosa Catedral.

Más fotos de la etapa El Burgo Ranero - Reliegos, 13km