sábado, 7 de febrero de 2015

León, km. 408

¡Séptimo día de mi Aventura a Santiago!
Hoy iba a ser una etapa corta, tan sólo 8km, por lo que podía estar antes de mediodía en el hotel que había reservado. Hacía mucho frío otra vez, aunque no parecía que fuera a llover. La distancia a recorrer era hasta el centro de la ciudad, por lo que, al poco de salir, ya me encontré en los arrabales de León. 

El hospitalero de El Burgo Ranero me había aconsejado para no cargar las piernas (le comenté que había padecido una lesión en la rodilla el año anterior) que no hiciera todo este largo tramo por asfalto andando; había un autobús que se podía coger en un punto a las afueras y que te evitaba bastante trayecto. Lo contemplaba como una posibilidad, aunque dependería de cómo me encontrara y lo dura que fuera la entrada a la ciudad (aún me acuerdo, y mis piernas más, de las entradas a Logroño y Burgos... casi lloré). Había que salvar varios toboganes los primeros kilómetros; empezaban los desniveles...


Anduve muy incómoda durante la primera hora puesto que, al haber secado el día anterior mis mallas en la secadora, habían encogido. Me había metido la ropa en la secadora un peregrino del albergue al acabar su colada... por hacerme un favor. No lo he comentado antes, pero tenía pánico a volver a lesionarme la rodilla, no podía llevar nada que me apretara o estirara en esa zona, y me aplicaba gel antiinflamatorio a diario. Me había comprado estas mallas de correr para hacer el Camino, por lo cómodas y elásticas que eran: ahora me las sentía prietas. ¡Qué rabia! ¡Qué impotencia! Ni tirando de la fibra cada x metros, conseguía que cedieran un poco. Me acordé en ese momento de mi ex, cuando al principio de estar juntos me encogió un montón de ropa buena de lana por meterla en la secadora...

En ese momento afloraron antiguas emociones contenidas. Lloraba desconsoladamente aunque no paraba de caminar, y en un momento dado fui consciente de que estaba fuera de mis casillas. Respiré, paré un poco. Decidí desviar la atención de mis mallas hacia el paisaje, los árboles, los animales de mi alrededor. Debía recuperarme. No tenía porqué volver a pasarme lo del año anterior en la rodilla. Me calmé.

El Camino pasaba junto a un cementerio; había una flecha amarilla pintada en el muro. "Los difuntos también nos enseñan el Camino", pensé. Me santigüé. Desde ese día, lo haría cada vez que pasara junto a un cementerio, por respeto a los que ya no estaban con nosotros, y a los que de vez en cuando, aún echaba de menos.


Entre las subidas y bajadas en zigzag por los toboganes y la concentración por minimizar el esfuerzo, me olvidé de mi rodilla y mis mallas estrechas. Pensé que lo que me había ido mal en el pasado, no tenía por qué sucederme ahora. También fui consciente de que, después de haber salido una antigua emoción reprimida, ésta se había quedado atrás en el Camino, me había abandonado para siempre. Me estaba curando de mis heridas.

Después de una fuerte subida, pude vislumbrar la capital. Ahí estaba León, tantas veces deseada en mis sueños de peregrina. Estaba emocionada. Salvé otra bajada, y el terreno ya empezaba a ser llano. Encontré el punto en donde podía coger el autobús al centro, pero eran las 10.30 a.m. y no estaba nada cansada; decidí seguir caminando (llegaría a Santiago de Compostela por mi propio pie, nunca usé otro medio)

Aunque en las ciudades también hay alguna flecha amarilla pintada (sobre todo en las farolas), normalmente se indica el Camino de Santiago con una señal específica en el suelo: a veces una concha, una estrella... ésta es la que me guiaba por la ciudad de León:


Después de otro rato de marcha encontré un minúsculo bar, donde tomé un zumo y pude ir al baño. Ojeé el periódico del día: allí me enteré de que el actor Benedict Cumberbacht se había comprometido. Había comunicado la noticia mediante un breve anuncio en el Times. Se me habían adelantado... "¿Y que tiene eso que ver con el Camino?", me preguntaréis. Como expliqué al inicio del blog, lo escribo sobre todo como una especie de diario de viaje, para poder acordarme de mis aventuras y vivencias, pues no poseo una muy buena memoria. Cuando sea viejecita me hará gracia recordar esta anécdota... 

Faltaba una media hora para mediodía, cuando me encontré a las puertas de las antiguas murallas. Estaba a punto de entrar en el casco viejo. Hice uso de mi móvil para situarme y poder dirigir mis pasos hacia la Catedral. Si bien la tecnología es un gran avance, tuve que preguntar igualmente...

A las 11:55 del día 6 de noviembre dejé la Calle Ancha y entré en una plaza: allí estaba, imponente, la Catedral de León.



Me dirijí al hostal donde debía alojarme para, por lo menos, dejar mis cosas si no estaba lista la habitación. Hubo suerte: pude hacer el check-in. Después de una semana de estar durmiendo en albergues, este lugar me parecía un lujo. Esa noche no iba a necesitar mis auriculares para dormir...

Me instalé rápidamente y fui a dar un paseo; necesitaba comer algo. Fui callejeando un poco, se veía a mucha gente pese al frío y había varios bares de pinchos. Finalmente paré en uno de ellos que vi lleno de gente, donde tomé un rico vino de la tierra y un par de pinchos por un módico precio. Deseaba ir a visitar la Catedral, pero necesitaba descansar un poco antes de mi visita al fisioterapeuta... volví al Hostal Albany.


Después de dormir un rato tenía el tiempo justo de darme un baño antes del masaje. Cuando empecé a llenar la bañera, tardaba en llegar el agua caliente. Y siguió tardando. ¡No había agua caliente! Hablé enseguida con recepción, me dijeron que lo comprobaban al instante: había habido un problema con la caldera y se había apagado, el agua caliente volvería en 1/2 hora. 

¡Media hora! ¡No tenía tanto tiempo! Si no espabilaba iba a llegar tarde... Decidí apurar el máximo de tiempo posible, unos 20 minutos, hasta que al final tuve que ducharme con ¡agua casi fría! brrrrr! ¡Ni en verano soporto el agua fría! En fin, no pensaba amargarme el día; me armé de valor y estuve lista en unos minutos.

El masaje que tenía contratado con el fisioterapeuta fue de gran ayuda; si bien no notaba ninguna molestia importante, tenía cargadísimos los gemelos y una contractura en el hombro izquierdo (anterior al Camino) que había empeorado. Estos de +que fisio son unos profesionales: utilizaron el novedoso método Indiba, tecnología avanzada en el mundo de la fisioterapia. Si queréis más información podéis visitar su web +que fisio


Al salir de la consulta era ya casi de noche, y no había visitado la Catedral por dentro. Aunque me diera tiempo de hacer una corta visita, la poca luz habría deslucido su belleza. Di otra vuelta por el casco antiguo, contemplando bellos edificios, de nuevo las murallas, las plazas... andaba buscando el barrio húmedo, donde me apetecía ir más tarde, siguiendo consejo de Susana, una paisana mía cuya familia es de León.

Finalmente dirigí mis pasos hacia la Catedral, y aunque no era posible su visita, pedí poder visitar el claustro y una capilla, aún abiertos al público. Después de tantas jornadas había deducido que lo que me hechizaba de las catedrales y conventos eran los claustros, por lo que me iba a dar por satisfecha.

Junto a una terrorífica gárgola de la Catedral de León
Cuando iba a entrar en la capilla, recibí una sorpresa: Mr. Romney, el peregrino australiano con el que había coincidido un par de días por el Camino, salía de ella. Después de saludarnos con alegría por el reencuentro, me contó que había llegado a León el día anterior, y que se alojaba, como yo, en el Hostal Albany.

Desde su llegada a la capital había estado buscando revivir la experiencia de la vez anterior en que hizo el Camino de Santiago, cuando se sentaba en las terrazas de los bares enfrente de la Catedral para ver pasar los peregrinos. Pero esta vez no era primavera, era noviembre con temperaturas de invierno, y él no estaba acostumbrado a tanto frío, ni venía equipado para hacerle frente. Abandonaba aquí el Camino, no llegaría hasta Santiago: tomaría un tren al día siguiente a Lourdes.

Le hice un último servicio como traductora, le acompañé a una lavandería pues no podía entenderse con el dueño ya que no hablaba nada de español. Romney quería cenar temprano, me pidió si me apetecía acompañarle. Le comenté que me habían hablado del barrio húmedo, que se comía tan bien. Fuimos dando un paseo y charlando. Hacía muchísimo frío por la calle. Andamos un buen rato pero no encontramos ventura. Yo necesitaba descansar después del masaje y recuperar fuerzas, pues al día siguiente reemprendía la marcha de nuevo. 

Al volver a estar enfrente de la Catedral después de un rodeo, me propuso que cenáramos un menú en el mismo Hostal Albany (que yo había consultado por la tarde y tenía muy buena pinta). Acepté encantada, era lo mejor para los dos. Compartimos cena y una amena charla, juntándonos después con peregrinos que estaban en otra mesa. 


Después de cenar nos despedimos, deseándonos un "Buen Camino... de la Vida". Estaba un poco triste, pues en este viaje era el primer peregrino del que me despedía, sabiendo que no lo volvería a ver más. Vendrían otros más, y otras despedidas, pero cada día había que seguir el Camino sin volver atrás,   mirando siempre al desconocido horizonte que se abría ante nosotros. Ultreia!

P.D.: Después de cenar conseguí por fin tomar el ansiado y relajante baño de espuma en mi habitación: dormí como un bebé.



miércoles, 4 de febrero de 2015

Arcahueja, km. 400

Amanecía otro día soleado y frío en la provincia de León; como era habitual, salía la última del albergue de Reliegos. Alejandro, un peregrino que también pasó noche en el albergue y es quiromasajista, me aconsejó hacer algo de calentamiento diariamente antes de salir: iba a intentar seguir su consejo.

Tenía planeada la etapa del día hasta Puente Villarente, una población de casi 400 habitantes situada a unos 13km de distancia, con lo que me quedarían otros 13km al día siguiente hasta León capital. El Camino transcurría los primeros 6 km por un andadero al lado de la carretera nacional, hasta Mansilla de las Mulas. Más o menos a las 2 horas de marcha había llegado a la población. Se notaba que ya llevaba unos días de Camino, pues casi no necesitaba parar para ajustar las botas o hacer estiramientos.


Paré a desayunar en un bar, puesto que antes de salir por la mañana sólo pude tomar un chocolate de máquina y una magdalena (siempre llevaba provisiones en la mochila), al estar la cafetería cerrada a esa hora. Pude probar uno de los dulces típicos del pueblo, y no tenía prisa por salir puesto que ya me encontraba a mitad de etapa.

Después de charlar con el dueño del local un rato (un hombre muy cordial), decidí reemprender la marcha. Salí del pueblo cruzando el antiguo puente de piedra, y seguí por el Camino, que iba paralelo a la nacional, pero esta vez a unos metros de la misma separado por una espesa vegetación.


Esta etapa estaba siendo entretenida, ya que a cada poco se iban sucediendo las poblaciones, haciendo el recorrido más ameno. Se notaba también que iba acercándome a León, por el aumento de tráfico por la carretera nacional, junto a la que discurría el Camino.

Llegué a un pequeño pueblo llamado Villamoros de Mansilla. Estaba todo cerrado y tranquilo, pero me apetecía ver la iglesia: durante mi recorrido iba cumpliendo mi sueño de niña de visitar las iglesias románicas del Camino de Santiago, aunque desafortunadamente sólo podía verlas por fuera, al estar mayormente cerradas a mi paso. Me gustaba sentarme a descansar junto a sus muros, imaginando la cantidad de peregrinos que durante siglos habrían solicitado cobijo para resguardarse del frío y la oscura noche.


Al cabo de media hora más, llegué a Puente Villarente. Había albergue abierto y multitud de servicios, así como restaurantes ofreciendo menús del peregrino a buen precio. Buscando dónde parar a comer, fui hasta uno donde vi entrar a gente que parecía de la zona. "Aquí se debe comer bien" - me dije. Di buena cuenta de un generoso plato de alubias pintas, recuperando instantáneamente las fuerzas perdidas por el Camino. 

Cada día que iba pasando de mi Aventura a Santiago iba guiándome más por mi intuición, puesto que cada vez que lo hacía, obtenía mejores resultados. Tenía que tomar a menudo decisiones disponiendo de poca información, por lo que me costaba elegir a nivel de la mente. Ese día y según lo previsto debía finalizar mi etapa en Puente Villarente, pero al estar en el sitio, no sentía que me fuera a quedar allí. Algo me decía que siguiera un poco más, que no había llegado aún ese día a mi final de etapa. Decidí seguir adelante. 


El próximo albergue se encontraba en Arcahueja, llamé para confirmar que estuviera abierto antes de aventurarme y correr el riesgo de, en caso de estar cerrado, tener que seguir hasta León. Ya pasaban las 3 de la tarde; calculaba que sobre las 5 podría estar en Arcahueja. La verdad es que me gustan los pequeños pueblos y aldeas, más que las grandes ciudades. Aunque empezaba a notar un poco el cansancio en las piernas, reemprendí mi marcha con ilusión. 

Ésta es la bucólica estampa con la que me encontré llegando al pueblo; pensé que sería un buen sitio donde vivir algún día.


Me alojé en el albergue La Torre, junto con otros dos peregrinos. Uno de ellos era belga, y había tenido que parar en Arcahueja por dolores musculares. Su compañero de Camino había seguido y le esperaba en León al día siguiente a la hora del desayuno. Me gustaba mucho conocer gente nueva cada día, aunque más me alegraba reencontrarme por sorpresa con peregrinos con los que ya había compartido parte del Camino.

No había mucho que ver en el pueblo, por lo que me quedé en el albergue toda la tarde. Aproveché para poner una lavadora y hacer una colada más completa (normalmente lavaba a diario a mano). El peregrino belga hablaba algo de español, y pasó la mayor parte del tiempo tumbado en la cama descansando, leyendo en su tablet. Me sorprendió que viajara con un ipad, no sé... a mi me daría reparo por si me lo robaban en un albergue.

La ventana de nuestra habitación daba al patio trasero, donde estaba la mascota de Lucio, un perro encantador y, según su dueño, el amigo de los peregrinos, que se quedaba vigilando sin pestañear por el cristal de la ventana todos nuestros movimientos.



Tenía ya reservado el alojamiento y un masaje en el fisioterapeuta en León para el día siguiente; me sentía animada. Llegaría a media mañana y podría visitar tranquilamente la ciudad. Fui al bar del albergue, que también era el bar del pueblo, donde atendía Lucio, el propietario. Vi entonces un cartel: Hay sidra natural. Comenté que a mi padre (fallecido unos meses antes) le gustaba beber sidra el día de Navidad. 
- "¿Quieres sidra? Pero te tendrás que beber la botella... - dijo Lucio. 
- "¿Cómo? ¿Una botella?"
- "Anda, anímate, si no es tanto.. si casi no lleva alcohol. Como una cerveza.."
- "Bueno, pónmela, pero si los otros peregrinos aceptan beber conmigo, o me voy a emborrachar"

Mis compañeros aceptaron la invitación. Observé divertida de qué manera Lucio cortaba el corcho para escanciar la sidra como es debido, y cómo la servía. ¡Estaba buenísima!



Había finalizado otro día más de mi Aventura a Santiago. Sin saberlo, había recorrido ya 400km desde que salí de Pamplona en diciembre del año anterior. Al día siguiente se iba a cumplir una semana de mi regreso al Camino, y por el momento no había sufrido ningún percance. Al amanecer un nuevo día me esperaban León y su Catedral, el barrio húmedo, un baño caliente en el hotel, una visita al fisioterapeuta... y la previsión del tiempo no era mala. Me sentía feliz.


martes, 3 de febrero de 2015

Reliegos, km. 383

4 de noviembre de 2014, quinto día de mi Aventura a Santiago. 
Había refrescado mucho después de la tormenta del día anterior, pero  amaneció despejado y no se esperaban lluvias durante la jornada. Tenía la posibilidad de llegar hasta Mansilla de las Mulas, una población que tenía muchas ganas de conocer por haber oído hablar de ella en varias ocasiones. Para ello, debía recorrer un total de 20km, distancia no muy grande; pero teniendo en cuenta que el día anterior ya había caminado esa distancia y que me había propuesto no superar la media de 15km diarios durante la primera semana, no estaba totalmente convencida de completar toda la etapa.


De todas formas, como desde Burgos hasta Astorga no hay casi desnivel en las etapas, dependiendo de cómo fuera el día, igual podría avanzar más de lo previsto.

Dejé el albergue muy temprano, sobre las 8 de la mañana: había helada. Enfilé el andadero junto a la carretera, e iba saludando a los peregrinos que me encontraba: algunos me adelantaban, otros pasaban en bici. ¡Buen Camino!


La primera población, Reliegos, estaba a 13km de distancia. Entre medio, únicamente un par de áreas de descanso. Recuerdo que pasé bastante frío; se veían a lo lejos los montes nevados, y eso influía a las bajas temperaturas. Menos mal que el sol calentaba un poco...

Aún la monotonía del paisaje y el andadero al lado de la carretera, había momentos en que me paraba para contemplar la belleza que me rodeaba. Me encontraba bien físicamente, sin ninguna molestia a destacar; conseguía dormir (aunque a trompicones) por las noches e iba bien equipada para afrontar las inclemencias del tiempo. ¡Tan sólo había que seguir caminando! Estaba agradecida por cómo transcurría mi Aventura.


Al cabo de unas horas de Camino, llegué a Reliegos. Había leído en mi guía que había un albergue abierto en el que servían menús y platos combinados. Seguí las flechas amarillas por las calles del pueblo en su busca, con ganas ya de estar a cubierto y de saciar mi apetito.

Llegué al albergue La Parada con la idea de seguir mi Camino después de comer hasta Mansilla de las Mulas, pero fue sólo entrar en él y desear alojarme en ese sitio. Se veía todo muy nuevo, pareciendo más un hotel que un hostal para peregrinos. El precio era un poco más que el de los albergues públicos (éstos a 5€): 7€ en habitación compartida con literas. Eché un vistazo a las instalaciones y todo estaba nuevo y reluciente. Ya tomaría una decisión más tarde, ¡ahora necesitaba llenar mi estómago!


Cuando entré en el comedor vi a dos peregrinos en las mesas: uno, más joven; el otro era Federico, el peregrino de México. Nos saludamos; me alegró encontrarle allí. Le había oído contar en el albergue de Sahagún que iba huyendo de la cháchara de los grupos de peregrinos, por lo que escogí una mesa aparte para comer (normalmente preguntaba si podía sentarme con los peregrinos que me encontraba en el restaurante). 

Federico ya había terminado de comer, y me pidió si podía sentarse en la mesa conmigo: me alegré de que me lo pidiera. Estuvimos charlando un rato.  Recuperé las fuerzas y el color en mis mejillas gracias al vino que compartimos y al sabroso menú del peregrino. Federico iba a salir ya hacia Mansilla: "¿qué vas a hacer tu?" - preguntó. "Me voy a quedar en Reliegos", le dije. 

El sombrero de ala ancha de Federico
Mi idea inicial era ir hasta Mansilla, pero ya había aprendido haciendo el Camino que a veces lo que esperamos con más ilusión es muy distinto en la realidad, y por otro lado, lo que nos tenía indiferentes puede sorprendernos. De nada servía hacer muchos planes para el futuro inmediato. Me sentía muy a gusto en Reliegos y en el albergue. Estudié las próximas etapas y quedándome allí podía estar en León en 2 días (estaba a 26km de distancia), donde sí tenía claro que iba a pernoctar. Siguiendo hasta Mansilla, significaba hacer 3 etapas seguidas de 20km, un ritmo que de momento no podía permitirme seguir.

Al llegar a León pensaba contratar un masaje con un fisioterapeuta que pudiera descargarme las piernas (con algunas contracturas ya) y evitar futuras lesiones. En el albergue encontré propaganda de un fisio en León, fue genial; llamaría al día siguiente para contratar ya el masaje. También pensaba alojarme en un hostal u hotel con una buena bañera en la habitación... para eso contaría con la ayuda de Booking.com :)


Compartí habitación con un peregrino inglés, otro de Pamplona que había hecho el Camino en varias ocasiones, y un peregrino catalán, Alejandro. Con él tuve la ocasión de poder hablar en mi lengua materna, después de varios días de no hablar casi ni español, por estar el Camino mayormente concurrido por extranjeros en esas fechas.

Alejandro nos contó que era la primera vez que hacía el Camino, y que llevaba ya tiempo con la idea en la cabeza desde que había abierto con su mujer un albergue de peregrinos en Sarria. Ella llevaba ya años haciendo el Camino por semanas con sus amigas, y a consecuencia de la crisis y el trabajo precario, se animaron a instalarse en Sarria y gestionar su propio albergue. Tomé nota del nombre, y le aseguré que si llegaba hasta allí me alojaría en su establecimiento.

Descansé un poco por la tarde después de una reconfortante ducha; mis compañeros habían ido a dar un garbeo por el pueblo. A su vuelta me contaron que habían estado en el bar de Elvis, uno a la entrada del pueblo que a mi llegada me había parecido un lugar extraño. Venían echándose unas buenas risas, y encantados con el dueño de aquel antro, todo un personaje del Camino de Santiago. Insistieron en que no me podía perder la visita a este peculiar lugar, y que si iba, ellos me acompañaban... me convencieron. La verdad, parecía un lugar muy cutre; sino juzgad por vosotros mismos...


El bar estaba lleno de pintadas tanto en el exterior como en cualquier rincón del interior: pensamientos y frases que iban dejando los peregrinos a su paso por Reliegos. La música que sonaba (a un volumen más bien alto), canciones de Elvis Presley. Y el propietario del bar... un ser muy peculiar, un hombre encantador y muy al servicio de los peregrinos. Casi le costó servirme una manzanilla (infusión) en la barra... en su local se iba a beber y a disfrutar. Os recomiendo que paréis a hacerle una visita a vuestro paso por Reliegos; también tiene pequeña tienda y sirve comidas sencillas.

Volvimos al albergue, preparándonos ya para el descanso. La habitación era algo pequeña, y uno de nuestros compañeros estaba ya durmiendo, roncando fuertemente. Si yo oigo roncar, no pego ojo en toda la noche. El recurso del que disponía para hacer el Camino de Santiago y dormir en los albergues era escuchando música toda la noche: me había bajado de youtube unos mp3 de música para dormir, un total de 8 horas. ¿Que los ronquidos en la habitación eran más fuertes de lo habitual? Subía el volumen a tope, aunque me despertara varias veces durante la noche.

Ese día conté con otro recurso: los sofás que había en la salita al lado de las habitaciones. Tenía planeado que, si no podía dormir, me trasladaría allí con mi saco y mi manta.


Ese fue finalmente mi dormitorio ese día; ¡los ronquidos en la habitación eran impresionantes! Pero no pasé frío y, además, pude dormir esa noche sin tapones.... aunque a la mañana siguiente me levantaría con tortícolis. Pero me esperaba un nuevo día, estaba cada vez más cerca de León, y por fin podría contemplar su maravillosa Catedral.

Más fotos de la etapa El Burgo Ranero - Reliegos, 13km

sábado, 31 de enero de 2015

El Burgo Ranero, km. 370

Cuarto día de mi Aventura a Santiago; hoy iba a ser un día de frío y lluvia intensa. Gracias a las nuevas tecnologías, los peregrinos podíamos consultar la información actualizada de la previsión del tiempo, lo que evitaba que nos pudiera sorprender una tormenta por el Camino.


La previsión del tiempo era que empezaría a llover a partir de las 2 de la tarde, por lo que tenía tiempo suficiente de completar la etapa del día. En principio tenía previsto ir hasta Bercianos, 11km desde Sahagún. Iba bien de tiempo, por lo que empecé el recorrido a mi ritmo habitual: paseando.

Los peregrinos íbamos tapados hasta las orejas por el frío de la mañana, era difícil reconocernos hasta que no estábamos cerca. Al poco de salir me dio alcance el peregrino solitario; cruzamos unas palabras y nos presentamos: se llamaba Federico, venía de México. Caminamos juntos unos metros, y al poco nos despedimos deseándonos Buen Camino. 


Más o menos antes de mediodía me encontraba ya en Bercianos. Es un pueblo pequeño de unos 200 habitantes, y me acerqué al albergue Santa Clara para reposar y guardarme del frío. Era tan temprano e iba tan descansada por la corta etapa que había realizado el día anterior, que me estaba planteando seguir hasta la próxima población. Quedaba a tan sólo 8 km de distancia, que traducido en tiempo venían a ser unas 2 horas y media con paradas. 

El albergue de María Rosa era realmente acogedor, y ella un encanto. Tomé un té caliente junto a la lumbre, y estuvimos conversando mientras ella preparaba un puchero para la cena de los peregrinos. Me contó su experiencia haciendo el Camino y cómo fue que decidió abrir un albergue de peregrinos de donativo en Bercianos.

Descubrí que Colette se había alojado allí la noche anterior, había dejado el albergue justo unas horas antes de mi llegada. En fin, cuando hube recuperado fuerzas decidí seguir mi Camino hasta El Burgo Ranero. Recuerdo que salí de Bercianos con la sensación de haber descubierto una nueva forma de sentir el Camino, después de escuchar la experiencia de María Rosa. Ella me había aconsejado disfrutar de los pueblos, de las gentes, saboreando cada etapa y dejándome llevar por lo que me ofrecía el Camino.

Linda, del albergue de Bercianos
Por mis cálculos podía estar en El Burgo antes de que lloviera... pero no contaba con que, a la salida del pueblo, erraría el camino. No vi bien las indicaciones y me metí por un sendero entre los campos... al cabo de un buen rato me di cuenta que llevaba bastante tiempo sin ver las flechas amarillas: consulté mi guía, que describía que el Camino iba por un andadero con árboles junto a la carretera. Miré al horizonte a mi derecha... allí estaba, a lo lejos, el Camino. 

Por no cruzar los campos labrados y para asegurarme de que lo que veía era el Camino de Santiago, decidí volver sobre mis pasos hasta la salida del pueblo. Al poco, empezó a chispear. Al estar de nuevo en Bercianos no conseguía ver la siguiente flecha, por dónde iba el Camino. Hasta que una vecina me dijo amablemente: "¡Estos peregrinos! ¿Pero que no véis que el Camino va por ahí, junto a los árboles?"... Le di las gracias y seguí sus indicaciones. Entre una cosa y la otra, había perdido casi una hora, y añadido unos 2 km más a la etapa del día.


Empezó a llover, pero iba bien protegida con ropa de abrigo y mi capa impermeble Altus, que cubría también la mochila. Cogí un buen ritmo de marcha ayudada por mis bastones: tenía el propósito de llegar a El Burgo Ranero cuanto antes, pues se avecinaba una tormenta por la tarde. 

Conseguí mi propósito: antes de las 3 de la tarde ya estaba en un bar del pueblo dando buena cuenta de un bocadillo de tortilla de patata, acompañado por vino blanco del país. Era la etapa más larga que había realizado hasta el momento: 20 km.


El albergue municipal Domenico Laffi estaba atendido por un hospitalero voluntario de Castellón, que nos dio una cálida acogida y estaba todo el tiempo pendiente de nosotros. Si bien no había calefacción, disponíamos de mantas y una enorme chimena para calentar la estancia. Pero había que encender el fuego y sólo contábamos con enormes tarugos de leña... no había forma de que prendiera. 

El hospitalero intentó partir los troncos con un hacha, pero la leña estaba muy seca y era prácticamente imposible. Otros también probaron sin éxito. En eso, una peregrina nórdica, creo recordar que de Noruega, se ofreció a probar. Estaba robusta, y si bien había cortado leña de joven hacía muchos años que no practicaba. Pensábamos que sería imposible; salió fuera a la calle bajo una tormenta de agua y viento; aún así oíamos los hachazos. No os lo creeréis... entró de nuevo con un buen fajo de leña recién partida, lo que celebramos todos los peregrinos con una ovación. Al rato estábamos sentados junto a la lumbre.


Iban llegando más peregrinos al albergue, en eso que vi entrar a Sybille. Conocí a Sybille la noche anterior de reemprender mi Aventura a Santiago, cuando fui a cenar a casa de Lourdes y José (los propietarios del albergue Betania de Frómista, donde había pasado las Navidades el año anterior). Se trataba de una peregrina alemana amiga suya, que venía haciendo el Camino desde... Praga. Sí, habéis leído bien, Praga. Había salido de la puerta de su casa a principios del mes de junio, y se había propuesto recorrer a pie los más de 3.000 km que la llevarían hasta Santiago de Compostela. La noche que la conocí, llevaba ya más de 2.000 km recorridos, sentí un gran respeto y admiración por esta mujer.


Sybille había realizado anteriormente el Camino Francés en varias ocasiones, y tenía muchísima experiencia como hospitalera voluntaria. Lourdes insinuó que tal vez acabaríamos haciendo juntas el Camino... no iba tan errada. Si bien cada una fue marchando por su lado, llegamos a coincidir en la mayoría de las etapas, y llegaríamos el mismo día a Santiago de Compostela.



martes, 27 de enero de 2015

Sahagún, km. 352

Esta etapa iba a ser especial para mí porque iba a conseguir completar mi paso por la provincia de Palencia, que no pude terminar en enero de 2014 debido a una lesión. Ahora, en pocas horas iba a lograr mi objetivo: estábamos a tan sólo 5km de la provincia de León.

Salimos pasadas las 8:30 de la mañana del albergue de Moratinos, despidiéndonos antes con cariño del hospitalero. Bruno nos enseñó cómo abrazarnos de corazón a corazón: el brazo izquierdo por encima del hombro del compañero y el derecho por debajo; de esta forma se juntan los corazones. Confieso que otras veces durante mi Aventura a Santiago repetí este abrazo con otros peregrinos, aunque únicamente con los que sentí que abrigaban verdadera bondad en sus corazones. 


Empezamos a caminar con Colette, y sin darnos cuenta entablamos una profunda conversación sobre la muerte, la familia, su madre... Intimamos mucho durante las 24 horas que estuvimos juntas en el Camino. Ella iba marcando el ritmo del paso que seguíamos, aunque parábamos cada vez que yo lo solicitaba.

Cuando vislumbré el límite geográfico que separa las dos provincias, me emocioné. ¡Lo había logrado! Allí estaba yo, a punto de entrar en la provincia de León. Unas nuevas tierras por descubrir, nuevas aventuras que vivir. 


Lo había conseguido, volvía a estar en el Camino. En ese momento fui consciente de que no me había rendido por haberme ido a casa en enero:  después de recuperarme de las lesiones había regresado. Sentía que esta vez sí iba a lograr llegar a mi destino. Esta vez mi objetivo no iba a ser cruzar la provincia de León, sino llegar a Santiago de Compostela. Tenía por delante  casi 400km de Camino.

Al rato y casi sin darnos cuenta, estábamos ya en las afueras de Sahagún, en el punto señalado como el centro geográfico del Camino Francés, junto a la ermita de la Virgen del Puente. Habían pasado menos de 3 horas desde nuestra salida de Moratinos. Era domingo y Colette quería ir a la iglesia, por lo que apretamos el paso para ver si llegaba a tiempo a misa de 12.

 
Preguntamos al llegar a la ciudad y ella se fue hacia la iglesia; me dijo que se encontraba mejor del tobillo y que después seguiría caminando. Yo quería descansar un rato en Sahagún, y me dirijí al albergue municipal, que ya estaba abierto. Hacía mucho frío para estar en la calle y no me apetecía meterme en un bar.

La verdad es que estaba agotada. Los 10 km recorridos por la mañana habían hecho mella en mi cuerpo, había andado más rápido de lo acostumbrado  y además hablando por el Camino, lo que roba fuerzas y energía. Mis gemelos estaban agarrotados.

En fin, entré en el albergue municipal de Cluny y me atendieron estupendamente. Descansé un rato en una comodísima butaca del hall, tenían encendida la calefacción. El edificio es precioso. Mientras reposaba llegó un peregrino alto y robusto, ataviado con un sombrero de ala ancha y bordón, bigote y tez oscura. Preguntó para hospedarse... oí cómo le comentaba a la hospitalera que quería parar en Sahagún tan temprano para así poder "perderse" de unos peregrinos que había conocido en el Camino hacía unos días, que lo único que querían era charlar continuamente. Quería estar tranquilo. 


Sonreí para mis adentros. Le entendía perfectamente. Veréis: mucha gente hace el Camino de Santiago acompañado, en grupo, con amigos... pero otra gran mayoría, en la que me incluyo, lo hace en solitario por decisión propia. El Camino se convierte entonces en un viaje de introspección y encuentro con uno mismo. Al final de la jornada y en las paradas, está la alegría de compartir pan, vino y mesa con los otros peregrinos.

La hospitalera me informó de los sitios de interés de Sahagún, que no eran pocos. Di una vuelta por la ciudad y realmente era preciosa. Me acerqué a la iglesia donde había ido Colette, y por lo visto la misa era a otra hora. Perdí su pista. ¿Qué iba a hacer ahora? La próxima población era Bercianos, a 10km más, y sabía que Colette iba a llegar hasta allí ese día. La verdad es que me veía capaz de caminar un total de 20km de etapa, pero no me decidía.


Estando ya casi a la salida de Sahagún, vi a un mendigo enfilar el Camino por las afueras (tenía más pinta de ladrón que de mendigo); ya lo había visto un rato antes en una plaza cuando había intentando llamar mi atención. No tengo problemas con los mendigos, pero éste me dio mala espina. Volví sobre mis pasos. 

Decidí quedarme en Sahagún, aprovecharía para visitar la ciudad. Hasta ese momento y después de caminar tantos kilómetros al día, no me solía quedar tiempo ni muchas fuerzas para visitar las ciudades. Hoy iba a hacer algo distinto. Volví al albergue y sellé la credencial.

El dormitorio estaba en una sala enorme, y escogí una litera lo más alejada posible... ¡mejor si los ronquidos quedaban lejos! Después de una ducha con abundante agua caliente me masajeé bien las piernas con Flogoprofen para  poder relajar la musculatura. Había lavadora y secadora con monedasen el albergue, aunque normalmente yo lavaba la ropa a mano a diario por las pocas mudas que llevaba (por llevar menos peso en la mochila).


Iba a salir a visitar la iglesia de la Virgen Peregrina, donde nos daban una credencial por haber pasado por la mitad geográfica del Camino, cuando un peregrino australiano solicitó mi ayuda. Intentaba recargar la tarjeta de su móvil español sin éxito. Aunque le dediqué un buen rato, no lo conseguimos. Más tarde le vi de nuevo: había podido cargar saldo en una tiendecita abierta junto al albergue. Me dio las gracias varias veces, en un polite english... ahora me cuesta recordar su nombre, pero nos veríamos más veces en el Camino hasta León.

Llegué a la iglesia cayendo ya el sol en el horizonte, pero pude visitarla. Allí estaba ella, la Virgen Peregrina. La imagen, del siglo XIII, me pareció preciosa. Me encomendé a ella para que me guiara y protegiera en mi Camino hasta Santiago. 


A la vuelta me encontré con el peregrino solitario que venía de cenar, y me recomendó uno de los restaurantes de la plaza, donde ofrecían un completo menú del peregrino a un módico precio. Después de cenar compartiendo mesa con otro peregrino que conocí en el restaurante, llegó la hora de retirarse a descansar. El comedor del albergue estaba lleno de peregrinos coreanos con sus móviles y tabletas; los australianos estaban inmersos en la lectura de sus libros. En breve iban a apagar las luces, había que dejar el albergue al día siguiente antes de las 8 de la mañana. Volvería a amanecer un nuevo día. 



sábado, 24 de enero de 2015

Moratinos, km. 342

En esta nueva parte de mi Aventura a Santiago me había propuesto caminar no más de una media de 15km diarios durante la primera semana, para poder habituar mi cuerpo al esfuerzo. Resulta fácil por el entusiasmo realizar etapas mucho más largas con la idea de avanzar y alcanzar cuanto antes la meta (como me ocurrió en la 1ª parte de mi Camino) con el consiguiente riesgo de lesionarse, por lo que esta vez iba a extremar los cuidados a mi persona, para así permitirme disfrutar más de la Aventura.

Como el primer día había realizado una etapa de 17km, el segundo no pensaba excederme. Tenía la posibilidad de pernoctar en Terradillos de los Templarios, a unos 12km, o en Moratinos, que supondría un total de unos 15km. Me permití emprender el Camino contemplando las dos posibilidades, y poder elegir en el momento dónde parar ese día.

Fui de las últimas en salir del albergue de Calzadilla de la Cueza, y lo hice a la vez que Colette, una francesa que había visto la tarde anterior pero con la que no conversé. Cruzamos unas palabras mientras nos ajustábamos la mochila, y salimos juntas al Camino. Ella no hablaba español, por lo que se alegró un montón de que yo hablara francés y así poder charlar un rato con algún peregrino. 

Colette, a la derecha de la foto
Colette había empezado a caminar creo recordar que en Arlés, llevando ya recorridos en ese momento casi 2.000km con la mochila a sus espaldas. Sentí en ese momento una gran admiración por ella. Como comprenderéis Colette iba bastante más entrenada que yo, por lo que al poco rato de salir del albergue fui quedándome atrás. Necesitaba ir parando a menudo, ajustando mis botas, sacando las piedrecillas que se me colaban en ellas, beber agua, hacer estiramientos... estaba adaptándome al Camino.

Normalmente durante las primeras horas de la mañana me cuesta arrancar, y no es hasta mediodía en que me siento llena de energía. ¿Cómo lo adaptaba al Camino? Empezaba las 2 primeras horas paseando, contemplando el paisaje y parando para hacer las mejores fotos (en esa hora había la mejor luz). Más o menos a mediodía ya apretaba el paso, comía algo sobre la una, descansaba un rato y luego seguía unos kilómetros más. De esta forma, no me cansaba en absoluto.


Ya en Terradillos de los Templarios, decidí parar a comer algo. Vi unos comederos al lado del Camino, era el sitio ideal, al solecito... ¡allí estaba Colette! Me acerqué y me senté a su lado. Tuvimos una buena charla mientras reponía fuerzas; Colette compartió conmigo parte de su historia desde que empezó el Camino. Había salido en verano, cruzado el sur de Francia, dormido al raso, en habitaciones de casas particulares... empezaba a vislumbrar otras aventuras emocionantes más allá de la que estaba realizando yo en ese momento.

El albergue de Terradillos tenía muy buena pinta, pero me encontraba bien para seguir y decidí ir hasta Moratinos, 3.3km más (una hora al paso que yo caminaba). Salimos juntas con Colette, que también pensaba parar en Moratinos; ella normalmente hacía etapas más largas, pero tenía desde el día anterior una molestia en el tobillo y no quería excederse.


Ya en Moratinos, nos costó decidir dónde alojarnos. Pregunté por Rebeca Scott: me había recomendado Lourdes del albergue de Frómista alojarme con ella, realiza acogida en su casa. La encontré, pero tenía todo ocupado. Entramos en el Hospital San Bruno, gestionado por un italiano que había hecho el Camino varias veces... a Colette no le convencía el lugar. Quiso que miráramos en otro albergue privado a la entrada del pueblo: volvimos sobre nuestros pasos. La habitación doble nos salía de presupuesto... Yo le dije a Colette que para mí estaba bien el San Bruno, que ella podía seguir si quería. 

Ahora recuerdo que durante la etapa me habían venido deseos de comer un buen plato de espaguetis... cuando llegué por primera vez frente a la puerta del albergue San Bruno leí que lo gestionaba un italiano y que tenía menú del peregrino con espaguetis. Creo que en ese momento decidí que me alojaría allí esa noche, era una señal.


Si bien la zona de literas era sencilla, disponía de un patio exterior con tumbonas (que no podríamos aprovechar por el frío, que lástima) y vistas preciosas al campo. A mí me encantó. Y cualquier sitio donde dormir era de agradecer; tenía arraigado en mí el sentimiento del peregrino desde que hice parte del Camino el invierno anterior.

Vi la bañera o mini piscina exterior y entusiasmada le comenté a Bruno que debía ser un buen alivio para los pies de los peregrinos en verano. Sonrió, y si bien estábamos a 1 de noviembre, nos puso en marcha la fuente. El agua estaba congelada, pero ¡qué descanso para los pies!




Aún habiendo otro restaurante en el pueblo, decidimos cenar en el albergue. ¡Mis ansiados espaguetis! ¡Un buen premio después del esfuerzo de la jornada! Bruno me preparó unos al pesto, y de postre comimos un rico tiramisú casero. 

Esa noche éramos sólo dos peregrinas en el albergue, Colette y yo. El ambiente se tornó más íntimo y familiar. Después de cenar Bruno nos contó su historia, cómo después de hacer el Camino unas (creo recordar) 3 veces, decidió dejar todo en Italia y venirse a España a montar un albergue en el Camino. Nos explicó cómo se vive en éste desde la mirada de un hospitalero...

Mientras Bruno nos contaba sus historias (yo iba traduciendo al francés para Colette) cogí una guitarra que había sobre un banco. La afiné, e iba tocando algunos acordes de canciones de mi juventud. Colette me pidió que cantara algo, pero para mí era difícil, hacía mucho que había dejado de cantar.
Bruno y Colette
Les conté que cuando era joven aprendí a tocar la guitarra (con 12 o 13 años), y por aquel entonces cantaba a diario, cualquier momento era el adecuado. Era algo que me hacía enormemente feliz. Me acordé de una de las primeras canciones que aprendí a la guitarra, la canción del Peregrino:
      Peregrino a dónde vas? Si no sabes a dónde ir... Peregrino por un camino que va a morir. 
     Si el desierto es un arenal, el desierto de tu vivir, quién te guía y te acompaña en tu soledad? 
     SOLO ÉL, MI DIOS, QUE ME DIO LA LIBERTAD SOLO ÉL, MI DIOS, ME GUIARÁ (Bis) 
     Peregrino que a veces vas sin un rumbo en tu caminar. Peregrino que vas cansado de tanto andar. 
     Buscas fuentes para tu sed, y un rincón para descansar, vuelve, amigo! que aquí en Egipto lo encontraras. 

Les conté que durante la primera parte de mi Camino en diciembre 2013, cerca de Grañón, me acordé de esta canción. Pero no podía completar la letra. Como tampoco podría hacerlo esta noche... les canté los versos que recordaba, tarareando el resto; incluso canté las dos voces. Todo quedó en silencio, me sentía bien. Hacía tanto que no cantaba...


Bruno nos regaló como recuerdo una chapa con la insignia del Hospital San Bruno y una inscripción en latín, fruto de la inspiración haciendo su Camino, y que rezaba lo siguiente: "No tengas miedo de tener coraje". Me la colgué de la mochila, y la llevaría hasta el final de mi Camino.

Colette me contaría más adelante en nuestro reencuentro en Santiago que guardaba un recuerdo muy especial de esa noche, que para ella fue mágica, y que se había acordado muchas veces de nosotros durante el Camino. ¡Gracias Colette!