martes, 28 de octubre de 2014

Carrión de los Condes, km. 310


Amaneció un nuevo día, el primero en toda mi aventura a Santiago en que no sabía hacia dónde me iba a dirigir. Realicé el ritual de cada mañana: crema hidratante en los pies, volver a hacer la mochila paso a paso, desayunar algo caliente antes de la partida. Tenía claro que no iba a ir a Calzadilla de la Cueza (por las malditas chinches), pero tampoco me convencía coger el autobús e ir hasta Sahagún. Mi Camino se estaba desvirtuando.

Con mis compañeros coreanos nos dirigimos al bar donde venden los tickets del autobús, allí tomamos algo y dimos buena cuenta de un rico roscón de Reyes al que nos invitaron. Si, estábamos a 6 de enero. A mi amiga coreana le dolía bastante el tobillo, y de nuevo rechazó mi oferta de que la acompañara al centro de salud. Yo estaba ahí sentada, en el bar, sin saber hacia adónde ir: ¿un tren a Santiago? ¿Bus a Sahagún? Era incapaz de tomar una decisión, no podía seguir adelante. Necesitaba más tiempo para pensar. Y la respuesta la iba a encontrar caminando.

Decidí en ese momento que llamaría a Jesús, el taxista que me recogió el día anterior en Villasirga, para que me dejara en el mismo punto donde había terminado mi Camino. Iba a andar los 6 kms que me había saltado a la torera; andaría hasta Carrión de los Condes. Después, sabría qué dirección tomar.


El dueño del bar, un hombre muy majo, al saber de mis intenciones, se ofreció a guardarme la mochila (pesaría unos 7 kg) hasta que volviera a pasar por allí. Al principio dudé, pero luego acepté agradecida su ofrecimiento: era tontería cargar con más peso del necesario si podía evitarlo. Y así, casi a las 10 de la mañana, volvía a estar en Villalcázar de Sirga retomando el camino, dirección a Carrión de los Condes.

La etapa volvía a transcurrir al lado de la carretera, y casi no había desnivel. Fue un tramo monótono, pero lo prefería a hacerlo en coche: el poder ver el pueblo como se iba acercando desde el horizonte era precioso. En ese momento me di cuenta de que Carrión de los Condes ya me había ganado el corazón.


En fin, estaba contenta porque no iba a dejar ningún cabo suelto, ninguna etapa sin andar. Después de meditarlo paso a paso, descubrí que no me apetecía realizar atajos en autobús, ni ir a Santiago… mi último objetivo había sido llegar a Sahagún (unos 42km más lejos), pero decidí que Carrión era un bonito sitio donde finalizar mi Camino. Si nunca lograba volver para continuar, guardaría un muy buen recuerdo del final de mi experiencia. ¡VOLVIA A CASA!

Me habían hablado muy bien del Monasterio de San Zoilo, a las afueras de Carrión de los Condes: mis primos Ana y Patxi se habían alojado allí una noche cuando él hizo el Camino en bici. Por ser la última noche, me iba a regalar una estancia en un sitio mágico y lleno de lujos para una peregrina como yo (de ilusión también se vive…)

Llegué a Carrión y paré en el bar a recoger la mochila. Seguí el Camino cruzando todo el pueblo, estaba empezando a chispear. El Monasterio se encontraba al otro lado del río. A mi llegada, vi todo muy desangelado. Me acerqué a una puerta que daba a los jardines, y pude ver un cartel que rezaba que habían cerrado por vacaciones hacía un día o dos. ¡Mi gozo en un pozo!
Tampoco le di más importancia. Miré bien a mi alrededor, puesto que mi Camino se acababa allí. Y como con los años la memoria nos va fallando, tomé esta fotografía para recordar el punto hasta donde llegué:


Era 6 de enero de 2014, había empezado a caminar el 10 de diciembre de 2013; había hecho un total de 310km (igual alguno más), conocido a gente estupenda, pasé mucho frío, supe sobreponerme a los imprevistos del Camino y a seguir a pesar de las dificultades. Pero era hora de volver a casa, a mi hogar, a recuperarme de mis lesiones y a sentarme calentita al lado de la estufa de leña tejiendo mantas de ganchillo.

Volví sobre mis pasos y paré a comer en un bar, planteándome volver al albergue Espíritu Santo con mis monjitas; no sabía si me aceptarían una segunda noche. ¡Claro que me aceptaron! Me acogieron de nuevo con un calor humano incomparable.

Lo primero que hice fue comprar los billetes de vuelta a casa. Autobús a Palencia, tren a Madrid y de Madrid vuelo directo a Menorca, llegaría sobre las 20h.

Esa noche llegó al albergue un romano que iba a empezar el Camino al día siguiente desde Carrión de los Condes. Disponía de pocos días, me dijo que igual lo combinaba con el autobús, pues quería llegar a León. También se alojaron un grupo de estudiantes de USA, que habían llegado con su profesor de español a hacer un tramo del Camino de Santiago. Eran universitarios, súper simpáticos, tanto que me fui a cenar con ellos a una hamburguesería, a celebrar mi despedida del Camino. Fue una noche muy especial, compartiendo risas y cervezas.


Ya en el albergue, a punto de ir a dormir, fui consciente de que, 24 horas más tarde, volvería a estar en casa. Me sentía orgullosa de mi hazaña. Nunca, en mis sueños más fantásticos, hubiera podido imaginar que fuera capaz de vivir esta aventura, y mucho menos, en solitario. Bueno, acompañada de todos los peregrinos y buena gente que en algún momento compartieron el Camino conmigo, uno nunca está realmente solo…

Al día siguiente volví al bar donde estuve el día anterior para comprar el billete de autobús a Palencia. El dueño volvía a estar allí, me deseó un buen viaje y comentamos con él que, efectivamente, Carrión de los Condes era un buen lugar para, quizás en el futuro, volver a retomar el Camino, mi Aventura a Santiago. Me dijo que ellos me estarían esperando. Me quedé con eso, con la esperanza de poder volver algún día donde lo dejé y continuar mi Camino hasta Santiago de Compostela.

¿Habrá segunda parte?



sábado, 25 de octubre de 2014

Villalcázar de Sirga, km. 303


Volvía a estar de lleno en el Camino y, como llevaba haciendo desde el principio, me planteé la posibilidad de cruzar la provincia de Palencia. Salvar los 500 km que me separaban en ese momento de Santiago de Compostela tenía ya claro que no era viable, tanto por mi lesión como por el hecho de que llevaba casi un mes fuera, y mi presupuesto alcanzaba para sólo unos pocos días más.

¿Hasta dónde quería llegar? Me había quitado el sentimiento de fracaso con el que me quedé en Itero de la Vega, justo entrando en Palencia. La próxima provincia en el Camino era León, y su primera población Sahagún. En ese momento me separaban de ella 58 km desde el punto donde me encontraba, Población de Campos. Calculé que, andando una media de 12km diarios, en 5 días podía estar en León, y volver a casa. ¡Iba a intentarlo!

La etapa del día se me presentaba bien. Había descansado poco por haber trasnochado, pero me sentía de muy buen humor. Carrión de los Condes quedaba a demasiada distancia para mí, casi 16 kilómetros, y leí en mi guía que en Villalcázar de Sirga había un Hostal abierto (los albergues estaban cerrados), y sólo tenía que andar 10 km. Podría tener además una habitación para mí sola, calefacción, ¡igual una bañera!... que después de mi estancia en el albergue municipal de Población, sería un lujazo. Soñar es gratis…


Fui a desayunar y a despedirme de Inma por la mañana. El albergue municipal de Población cobraba un módico precio por la estancia, y cuando le pagué le di algo más de dinero para que se lo hiciera llegar a Joan, el peregrino que regresaba a su casa gracias la caridad de la gente. No quise dárselo yo directamente para que no se rompiera la magia del día anterior, en que éramos compañeros, peregrinos compartiendo el Camino, iguales… El se sentía mal cuando recibía dinero de otras personas, decidí no hacerle pasar ese mal trago conmigo. Como sabía que Inma ya le había ayudado y lo haría de nuevo, preferí que le llegara a través de ella, sin que supiera de mi aportación.

Salí feliz de Población de Campos y, a pesar del frío, estaba contenta, iba cantando por el Camino, que discurría por un andadero al lado de la carretera. Me encontré con más peregrinos, la mayoría coreanos; cuanto más cerca de Santiago me encontraba más gente me topaba en el Camino, y esto era reconfortante para mí.


Debido a mi lentitud y a los andaderos parecía que no avanzaba en absoluto, aunque no era así. Llegué a Villarmentero y paré en el porche de una vieja iglesia, donde pude sentarme y descansar un rato. Hacía mucho frío, era 5 de enero.

Y así, paso a paso, sin prisa por llegar y disfrutando del Camino, llegué a Villalcázar de Sirga. Me había aconsejado Inma que visitara la iglesia templaria Santa María la Blanca, me comentó que era un lugar mágico y con mucha energía. Al estar enfrente y ver los escalones que tenía que subir, desistí de mi idea. Aparte, sólo estaba abierta por la mañana, y ya eran casi las 2 de la tarde. Coincidencia o no, no vería esta iglesia. Han escrito muchas novelas y hecho películas sobre la Orden del Temple, me emocionaba poder visitar algunos de sus templos. Pero éste no lo visité, y Castrojeriz, cuna de los Templarios, fue una población de la que no guardo muy buen recuerdo, fue una de las peores experiencias de mi aventura a Santiago. Los templarios y yo no echábamos muy buenas migas...


Entré en el bar enfrente de la iglesia, que regentaba el hostal donde pensaba hospedarme. Ese día era la noche de Reyes, había un ambientazo en el bar. Al preguntar por alojamiento, me dijeron que el hostal estaba cerrado. ¿Cómo? ¿He entendido bien? ¿Está usted segura? ¿Hay otro alojamiento en el pueblo? Dos síes y un no. Es decir, que en este pueblo no me iban a acoger de ningún modo. Se esfumó mi idea de un baño caliente… en el Camino, ¡mejor no andar con expectativas! Por el trato que me dispensaron, no me sentí bien acogida en el pueblo. De hecho, parecía que les molestaba la presencia de los peregrinos.

Les pedí si era posible comer algo, ¡con el estómago lleno las cosas se ven de otra manera! Me prepararon un buen plato de espaguetis del que eché buena cuenta. Mientras esperaba la comida, estudié las posibilidades que tenía. No pensaba volver a Frómista, aún sabiendo que Lourdes me recibiría con los brazos abiertos y estaba a pocos kilómetros; sólo era cuestión de llamarla y vendría a recogerme; había que seguir adelante. Me separaban 6 km de Carrión de los Condes, iba a tardar casi 3 horas en llegar andando, y al acabar de comer serían ya más de las 3 de la tarde. También, tenía anotado el teléfono de un taxista de Carrión, con el que había hablado el día anterior y quedado en que, si tenía algún problema y me tenía que parar a mitad de Camino, vendría a recogerme (estas etapas transcurrían al lado de la carretera, en los andaderos). Me decidí por la última opción.

Llamé a Jesús García, y vino a recogerme enfrente del bar. Me llevó a Carrión de los Condes, y me dejó junto al albergue Espíritu Santo. Me aseguró que las monjas me acogerían, aunque hubiera hecho un trozo en taxi, y más en invierno que hay menos peregrinos en el Camino. Y así fue. Mi estancia entre ellas fue como estar en un pedacito de cielo.


Me alegré de volver a coincidir en Carrión con la peregrina coreana que se había quedado en Betania unos días, por estar indispuesta. Había otra pareja de coreanos haciendo el camino, que me habían adelantado una horas antes. Mi amiga me contó que por la mañana se había caido, había cedido por el peso de la mochila en su espalda, que pudo más que ella, y cayó hacia atrás torciéndose el tobillo. Le dolía bastante. Había llamado a su madre que le aconsejó que dejara el Camino. Yo me ofrecí a acompañarla al centro de salud de Carrión, pero ella ya había decidido que iría al Hospital de Sahagún en autobús por la mañana.

¿Qué iba a hacer yo? La próxima población era Calzadilla de la Cueza, estaba a 17 km. No veía posible volver a Villalcázar y caminar 6 + 17 en un día, ese tramo que hice en taxi iba a quedarse así. Tampoco sabía si sería capaz de llegar al albergue de Calzadilla, y el Camino no transcurría esta vez junto a la carretera. Llamé al hospitalero comentándole mi situación, y me dijo que, en el caso que no pudiera llegar a mi destino, él podría venir en coche a recogerme en el punto del Camino donde me encontrara. Bien, - pensé – tema solucionado.

Era 5 de enero y las monjas me informaron de que esa noche se celebraba la misa de la adoración y la cabalgata de Reyes. ¡No pensaba perdérmelo! Paseé por el centro: Carrión de los Condes me encantó. Iba observando todo cuanto se presentaba ante mis ojos: los escaparates, las fachadas de los edificios, el bullicio de la gente, la ilusión en los ojos de los niños ante la inminente llegada de los regalos… No pude llegar a pasar la Nochebuena en esta población por mi lesión, pero estaba feliz de estar allí en la noche de Reyes.


Entré con la misa empezada en la iglesia, pero pude participar cantando villancicos con el coro. Siempre me ha gustado la misa del gallo, aunque hace ya años que no participo en este tipo de celebraciones. Disfruté como una chiquilla.

Al acabar la misa, la cabalgata. Como en todos sitios, se sentia el bullicio en la calle, el griterío de la gente aclamando a los Reyes Magos y los caramelos volando sobre nuestras cabezas. Fue un momento entrañable. Después fui a cenar al Chanfixx, un restaurante que me había recomendado una amiga de Menorca cuyo marido es de Carrión. Cené estupendamente, y el trato que me ofrecieron me hizo sentir como en casa.


De vuelta al albergue, ya era hora de acostarse. Mi amiga coreana seguía preocupada,  e intentaba decirme algo respecto al albergue de Calzadilla que no lograba entender. La pareja de peregrinos también tomarían el autobús a Sahagún al día siguiente, ¿por qué? Finalmente entendí que un amigo suyo coreano que había estado unos días antes en este albergue les había advertido que se habían encontrado con chinches. ¿Chinches? ¡CHINCHES!. Los coreanos tenían un spray con el que siempre rociaban las camas y alrededores de donde se acostaban, un repelente que habían comprado en la farmacia. Había oído hablar de los chinches en el Camino, aunque no esperaba encontrarme en pleno invierno. Esto ya fue demasiado para mí. Tendinitis, vale. Frío, pasa. Compartir habitación con desconocidos que además roncan, pues bueno. Andar cojeando y a menos de 3km la hora, también. Pero lidiar con chinches… por ahí no estaba dispuesta a pasar. Calzadilla es un pueblo de 55 habitantes y no había nada más abierto donde alojarse. Mis compañeros cogían al día siguiente el autobús a Sahagún. Me acosté con la incertidumbre de qué haría al día siguiente, pero con la certeza de que el Camino me diría hacia adónde ir.


jueves, 23 de octubre de 2014

Población de Campos, km. 293


La siguiente etapa, 4 de enero de 2014, se presentaba con 9,2 km por delante hasta Población de Campos, con parada en el km. 6 en Frómista para comer.

Lourdes quería venir a recogerme a mi llegada a Población para que volviera a su albergue, pero mi idea era, si todo iba bien (aún estaba probando cómo reaccionaba mi rodilla al volver a hacer kilómetros), dormir en el albergue de Población. Ella me lo desaconsejó, puesto que no estaba en las mejores condiciones. Pero no me sentía bien yendo y viniendo con el coche, debía seguir adelante. Por otro lado, ya había abusado bastante de la hospitalidad de esta pareja; debía seguir mi Camino por mis propios medios o volver a casa.


Salí de Boadilla temprano y creo recordar que ya al inicio tuve que colocarme la capa de lluvia. Ese día hacía bastante viento. Casi todo el trayecto hasta Frómista transcurre junto al Canal de Castilla. Yo pensaba… ¡qué bonito!, todos hablaban tan bien de ese tramo… para mí fue infernal. Después de haberme refugiado en unos palomares junto al Camino para comer algo y reponer fuerzas, empezó a moverse un vendaval y caer una fuerte lluvia, que a duras penas me dejaba avanzar. No estaría ya muy lejos de Frómista. Había rachas de viento que me azotaban por el lado izquierdo, que debía contrarrestar con el bastón, puesto que no podía apoyarme en la pierna derecha por mi rodilla. Cada vez me acercaba más la orilla del Canal. Y sus aguas estaban turbulentas. De repente, sentí miedo. Miedo a que, por mi debilidad, una racha de viento me hiciera tropezar e ir directa al Canal, ¡no quería ni pensar lo que me habría podido pasar luego! Tuve un momento de pánico, pero logré serenarme enseguida y seguir ante la adversidad, puesto que no había ningún sitio donde refugiarme.

El apuro pasó. La capa estaba empapada, pero mi cuerpo estaba seco, conservaba el calor y me sentía bien; la rodilla seguía igual, ni mejor ni peor, y no me dolía. No había de qué preocuparse. Lo que noté es que se me habían calado los pies. ¡Vaya! Mis botas goretex habían cedido ante tantos kilómetros y excursiones.

Llegué por mi propio pie a Frómista y lo primero que hice fue ir a un bar que había visto los días anteriores a tomar algo caliente y comer un poco; entré, y tenían caldo casero, ¡mi reconstituyente preferido en el Camino! Pedí en la barra y vi sentado en una mesa a un joven que no podía negar ser un peregrino camino a Compostela (lo había visto antes por la calle cargando su mochila). Me acerqué a darle conversación, y acabé sentándome en su mesa. El tomaba un pacharán para calentarse, pero al verme degustar un buen caldo reconstituyente no pudo menos que pedirse otro para él. Conversamos sobre el Camino, sobre nuestro lugar de procedencia. No recuerdo su nombre, sólo que era pelirrojo y venía de Australia (o era de Escocia? Ay ….)

Al terminar de comer volví al albergue Betania a por, esta vez sí, mi mochila, con todo mi equipaje. Iba a seguir hasta Población de Campos. Me despedí emocionada de Lourdes y de los peregrinos que seguían allí alojados, con la promesa de volver a Frómista algún día.


Me quedaba más o menos una hora / hora y media de camino, teniendo en cuenta al ritmo que andaba debido a mi cojera. El piso no presentaba ninguna dificultad, puesto que todo el camino transcurría por un andadero sin desnivel al lado de la carretera. Pasaban los minutos, y cada vez que volvía la cabeza, parecía que no habia avanzado en absoluto. Es lo que tienen los Campos de Castilla.

El albergue de Población era muy, muy básico. Atendían dos hermanas propietarias del Hotel Rural Amanecer en Campos, yo conocí a Inma. Súper simpática, me recibió con una copa de tinto del país. Me dijo que tenía habitaciones en el Hotel disponibles, y que en el albergue se hospedaba un peregrino que regresaba desde Santiago e iba de vuelta a su casa. Le dije que el albergue estaría bien.

En esos momentos, cualquier cosa que se me ofreciera era bien recibida y estaba agradecida por la hospitalidad de esas gentes. Me sentía feliz de haber finalizado la etapa con éxito, y de haber vuelto a la Aventura. Estaba en el momento más introspectivo de mi viaje, en el que más intensamente vivía mi condición de peregrina a Santiago de Compostela.

Ese día Inma estaba esperando a unos cuantos clientes que llegaban al hotel y estaba sola, aunque necesitaba acercarse a Carrión para comprar pescado para la cena. Me pidió si yo podría quedarme en el Hotel para avisar a los clientes que llegaban que esperaran a su regreso; acepté encantada, puesto que, mira por dónde, mi profesión es la de recepcionista de Hotel, con lo cual estaba feliz de poder echar una mano. Como muestra de agradecimiento por mi servicio (atendí 2 llegadas, acompañándoles a sus habitaciones), me invitó a cenar en el Hotel, junto con el otro peregrino alojado en el albergue. Tenía en el salón-comedor una estufa de pellets, ¡era imposible negarse!


La historia del otro peregrino con el que compartí cena y alojamiento era realmente curiosa: venía de Santiago y se dirigía a la casa de sus padres en Barcelona. Aunque no era esa la peculiaridad, sino que viajaba sin nada de dinero, sobrevivía con la caridad de la gente. No, no era un indigente, como podríais pensar. Este chico de unos cuarenta años (no recuerdo su nombre, vaya… quizás Juan?) había estado viviendo en Oviedo, hasta que, por la crisis, se quedó sin trabajo, como tanta gente a la que conocemos en las mismas circunstancias. El es originario de Barcelona, por lo que toda su familia estaba lejos. Llegó un momento en que se le acabaron todas las ayudas y se había quedado sin ingresos, y se resistía a volver con su familia.

Cuando no vio otra opción decidió volver a casa; no aceptó que su hermano le pagara el billete de regreso, y salió de Oviedo dirección a Santiago de Compostela. Al finalizar el Camino, empezó el de regreso a su tierra natal, Barcelona.

Estuvimos hablando un buen rato sobre el no tener dinero, cómo sobrevivir fuera del sistema. A él no se le hacía fácil viajar así, le costaba cada vez que tenía que pedir caridad, un techo donde cobijarse y un plato de comida. Me contó que cada vez que entraba en un albergue le recibían de buen grado, pero que, al decirles que no tenía dinero para pagar, todos los hospitaleros cambiaban la cara.
-       Excepto Inma, ella ha sido la única que, después de decirle que no tenía nada, ha seguido sonriéndome. Es una gran mujer – dijo.

Otras veces tenía que pedir dinero a los otros peregrinos, y que siempre se sentía mal. Me contó que, al iniciar su aventura, pensaba que siempre tendría el apoyo de la Iglesia como último recurso, que era la que durante siglos acogió a los peregrinos. Pues no, los curas fueron los que más le decepcionaron. Ni una sola vez le acogieron en una iglesia o parroquia, ni le dieron un plato de comida. Estábamos a princicios de enero. En cambio, le sorprendieron gratamente los pequeños dueños de bares y restaurantes, fueron los que más le ayudaron y no le negaron un plato de comida. La gente llana, del pueblo. Los que realmente sostenemos y levantaremos este país.

Esta historia me hizo pensar mucho sobre la solidaridad de la gente, de lo egoístas que somos en general, y de la suerte que he tenido yo de momento en la vida al no tener que pasar por este tipo de penurias.

Pero en fin, nos fuimos los dos hacia el Hotel a cenar, compartiendo mesa. Los otros clientes alojados también cenaban en el hotel (en Población creo que no había ningún bar abierto). Inma nos preparó una cena riquísima: un puré calentito y de segundo un pescado a la plancha… ¡todo un lujo para unos peregrinos! Tuvimos una charla amena con mi compañero, me dijo que había trabajado de camarero durante muchos años. Hablando de otros peregrinos me contó que se había cruzado con un misionero salesiano… ¡había conocido a Máximo! ¡Qué alegría tuve de saber de él! Le había visto unos días atrás en León, debería estar ya en Galicia, a unos días de su destino.


Inma, la pobre, estaba sola en la cocina y el comedor. Cuando se hubieron ido los clientes, nos ofrecimos a echarle una mano. Entre Joan (creo que éste era su nombre) y yo recogimos el comedor, y como tenía la cocina toda patas arriba, nos metimos también a ayudarla a limpiar. Lavavajillas, secar copas…. Nos reímos mucho ese rato. Inma nos tenía bien entretenidos con sus historias. Ahí estaba yo, una menorquina con la pata coja, en una cocina gélida (no había calefacción, debíamos estar a 3 o 4 grados en el exterior), con una palentina y un barcelonés, compartiendo risas y nuestras historias. Fue una noche mágica.

Ya eran como las 2 de la mañana cuando nos retiramos, y me esperaba al día siguiente otra etapa más, debía seguir mi Camino. Me despedí de Inma hasta la mañana siguiente, en que iría a desayunar. Me acosté en la litera finalmente… hacia mucho frío en la habitación, sólo disponíamos de uno de esos calefactores para el baño. Las ventanas son de esas antiguas que no cierran bien y se colaba el aire helado por las rendijas. Me metí en el saco de dormir con toda la ropa que pude, el gorro en la cabeza, jersey polar… aún así, me costó conciliar el sueño. Dormía con el cabecero hacia la ventana, y el aire helado me llegaba a la coronilla. Tenía frío. Al cabo de un buen rato, finalmente, caí rendida y dormí profundamente.


lunes, 20 de octubre de 2014

Boadilla del Camino, km. 284

Había organizado la vuelta al Camino de Santiago con Lourdes, la dueña del albergue Betania de Frómista. Como cojeaba bastante y no podía hacer muchos kilómetros, me dijo que ella me llevaría en coche a Itero de la Vega y que andase hasta Boadilla (8 km), que luego volvería a por mi. Al día siguiente, otro tramo, dejándome ella y recogiéndome después. Al principio no me atraía mucho la idea, pero vi que era la única forma de volver al Camino.

¿Por qué regresé? Quise volver a intentarlo, no tirar la toalla a las primeras de cambio y, sobre todo, no quería volver a casa con el regusto de la mala experiencia del último día de mi Camino. Como cuando uno se cae de la bici: hay que volver a pedalear enseguida.


Después de un día de descanso en Betania (José y Lourdes, encantadores, se portaron conmigo de maravilla), ella me acompañó a Itero de la Vega, población donde había cogido el taxi 10 días antes. Iba a caminar con peso mínimo, puesto que mi mochila se quedaba en Betania. Por delante una etapa de 8 km, estaba chispeando y hacía viento. Aunque yo, ¡feliz de la vida por volver! Y si no, juzgad por vosotros mismos…


La etapa no fue dura, aunque se me hacía interminable. Ya de sí los paisajes de Castilla con sus planicies hacen el Camino bastante tedioso, y si además uno va andando con paso de abuelito, ¡ya ni os cuento! Me iban adelantando algunos peregrinos, y me sentía acompañada de nuevo.


Estas últimas etapas ya no las viviría como hice al principio, eran días de introspección, de reflexión. De hecho, en alguna de ellas casi no saqué fotos. Me sentía como si estuviera buscando un sentido a toda esta experiencia, respuesta a las preguntas que me había planteado durante mi Aventura a Santiago.

Debí tardar unas 4 horas en llegar a Boadilla del Camino, y paré en el albergue al que fui de visita el día de Navidad. Comí algo, y Lourdes pasó a recogerme más tarde.


Compartí alojamiento esa noche con peregrinos coreanos; una peregrina enfermó y tuvo que quedarse también un día más en Betania. Yo ayudaba en las tareas de limpieza y bienvenida a los nuevos peregrinos. Compartíamos lo que teníamos en la cena; yo preparé un puré de calabaza que dejó maravillado a un cocinero coreano… todo estaba buenísimo, y el ambiente era increíble.


Había superado el primer día; según como fuera al siguiente decidiría si proseguir o no mi Aventura a Santiago.

viernes, 3 de octubre de 2014

Posada en Pamplona

Cogí el autobús a primera hora de la mañana en Frómista, rumbo a Palencia. Allí enlacé con el tren que me llevaría hasta Pamplona; mis primos llegarían esa misma tarde y me pasarían a recoger a la estación.

Me encanta viajar en tren; las estaciones y los andenes tienen para mí un encanto especial, como la de Palencia. Volvería a pasar por esa estación dos veces más…


Mis primos estaban de vacaciones (Patxi es de Pamplona); Ana había tenido una caída a mediados de diciembre fisurándose la cadera, por lo que también cojeaba y no podía hacer muchos estragos; esos días nos haríamos compañía mutuamente.

Al día siguiente de mi llegada fui a uno de los Hospitales de Pamplona para que me visitara el traumatólogo. Pensé que me harían alguna prueba o radiografía, teniendo en cuenta la gravedad de mi lesión, pero el médico que me visitó tan sólo hizo una exploración de la rodilla, diagnosticando tendinitis rotuliana. Antiinflamatorios, hielo 3 veces al día y reposo.
-         ¿Vas a reincorporarte al Camino? – preguntó (le había dicho que la lesión me la había provocado haciendo el Camino de Santiago)
-         ¿?
-         Si vas a seguir, te aconsejo que descanses unos 7 días (si es posible y tienes familia o amigos aquí) antes de reemprender la marcha.

Me quedé patidifusa. No lo esperaba en absoluto. Yo que creía que me había fastidiado de verdad la rodilla… era tendinitis. No quiero decir con eso que no tuviera el menisco inflamado cuando paré de andar, pero igual me había bajado ya la inflamación durante mi reposo en Frómista.

Esos días en Pamplona, aparte de descansar, los aprovechamos para ir de compras de Reyes (o del Olentzero de Navarra, ¡qué mono es!) y para salir algún día a tomar unos pinchos. A pesar del frío y de que algún día incluso lloviznaba, el ambiente en la calle era increíble. Ved si no lo abarrotada que estaba la calle San Nicolás el 27 de diciembre: y no era gente de paso, ¡estaban en los bares tomándose unos potes!


A los dos días de mi llegada a Pamplona había tomado la decisión de volver a casa. Me quedaría unos días más con ellos y volvería a Menorca. Mi primo propuso que fuéramos al día siguiente con unos amigos suyos de excursión a Roncesvalles, ya que me había perdido yo esa etapa por empezar en Pamplona, y decía que era un sitio precioso. ¡Claro que sí! Me atraía mucho la idea, estaba encantada.

Subiendo por la carretera que nos llevaba a Roncesvalles estaba nevando, y bastante. Un paisaje precioso. Recuerdo que uno de los temores que tenía al hacer el Camino era que me pillara una nevada, puesto que no tengo experiencia en caminar sobre nieve y mucho menos con hielo. En Menorca no tenemos monte y si nieva un día, a las pocas horas está toda fundida. En Roncesvalles, y cojeando, di mis primeros pasos.

El paisaje era de postal de Navidad. Precioso; los blancos tejados inclinados de las casas, los copos cayendo sobre nosotros, el bosque todo nevado… fue una excursión inolvidable.


Aún cojeaba (me duró la cojera hasta la vuelta a casa), aunque no me dolía ya la rodilla. Me resultó difícil caminar sobre la nieve, menos mal que llevaba mi bastón de treking siempre conmigo. Pero estaba feliz.

Visitamos la Colegiata de Roncesvalles: el claustro me maravilló, estaba cubierto de nieve hasta casi 2 metros; allí me hicieron una de mis fotografías preferidas del Camino.


Empecé a ver signos del Camino de Santiago. Indicaciones, mapas, algún peregrino que salía a pesar de la nevada; señales que indicaban por dónde discurría el sendero… algo se encendió en mí de nuevo. Era la nostalgia del Camino. Entramos luego en la iglesia, y me encontré de frente este cartel:



No sé si vosotros creéis en las señales. Yo, no mucho. Pero en ese momento decidí, en mi interior, que volvería al Camino. Era 29 de diciembre.

Pasé una Nochevieja inolvidable con mis primos y su familia, y al día siguiente, 1 de enero de 2014, volví a la estación de Pamplona y tomé el tren de regreso a Frómista. 



jueves, 2 de octubre de 2014

Hospital de Frómista I

23 de diciembre de 2013

El taxi me dejó en la puerta del albergue Betania. Llamé al timbre, y Lourdes vino a abrirme. ¡Que gran mujer! Me recibió calurosamente y me acompañó al albergue, un pequeño apartamento en planta baja con 5 camas, que es de donativo. Justo entrar hizo que me sentara y me preparó una infusión calentita, me ofreció unas galletas. Hablamos un poco, me explicó el funcionamiento del albergue y pude instalarme. Lourdes es catalana, y el poder hablar con ella en mi lengua materna me hacía sentir aún más en casa.

Después de una ducha bien caliente todo se ve de otra manera, aunque estaba muy congestionada y cojeaba bastante. Me acerqué a urgencias pasito a pasito, y la médico me examinó bien la rodilla. Me diagnosticó lesión en el menisco interno, y me mandó para casa. Sí, como oís. Que me fuera a casa y me visitara allí un especialista, si no quería que la cosa fuera a peor.


Fui a una tiendecita muy cerca del albergue y compré provisiones. Como Lourdes y José, su marido, me vieron tan mal y pensaban que esa noche estaría sola en el albergue, se ofrecieron a hacer ellos la cena y bajar (viven en el piso de arriba) a compartir mesa. Después llegaron dos peregrinos más, dos coreanos muy majos. En fin, que al final nos juntamos 5 en esa acogedora casita de Frómista.

Como los médicos me mandaron a casa y no estaba para ir a Santiago ni en tren ni en avión, José me dejó utilizar su ordenador para comprar el billete de vuelta a Menorca. Iba a quedarme la Nochebuena también con ellos, miré para irme el día de Navidad. Al parecer no debía regresar aún, porque se me bloqueó una ventana mientras estaba haciendo la compra, y al refrescar la página sucedió que había comprado un billete salida a las 7am el día de Navidad desde Madrid, ¡era imposible que llegara! Intenté hacer el cambio llamando por teléfono pero esa tarifa no lo admitía. Me ofusqué tanto que me intenté olvidarme del tema y me fui a cenar.


Hablé con mi familia: el 26 de diciembre mi prima Ana y su marido Patxi iban a pasar sus vacaciones en Pamplona hasta Año Nuevo, y me sugirieron que, en lugar de tomar el vuelo sola, fuera el 26 en tren a Pamplona y me quedara con ellos para volver juntos a Menorca. Necesitaba pensarlo.

Día de Nochebuena, 24 de diciembre de 2013

El día de Nochebuena amaneció con lluvia y fuerte viento, el tiempo empeoraba. La verdad, había sido una suerte que no me pillara un temporal durante mi peregrinación, estábamos en diciembre. Podía quedarme los días que hiciera falta en Betania, a cambio echaba una mano a Lourdes en la puesta a punto de la casa. Cambiábamos las sábanas, tendía la ropa, hacía un poco de limpieza… dejábamos todo en orden. La verdad es que en este albergue hay de todo, cada cosa en el sitio adecuado, no falta el más mínimo detalle. Eso me hacía sentir bien, como en casa.


Esa noche iba a cenar de nuevo con José y Lourdes, y con los peregrinos que llegaran ese día al albergue. Yo participé preparando algo de cena (no recuerdo el qué). Estuvimos esperando a más peregrinos, pero ese día no paró ninguno en Betania.

Cenamos en su piso, José y Lourdes y me contaron su historia: se conocieron en el Camino. Lourdes estaba de hospitalera en un albergue y llegó José enfermo, ella le sugirió que se quedara hasta recuperarse. Fueron amigos durante mucho tiempo… hasta que finalmente surgió el amor y se casaron. Una historia preciosa.


Los dos son veteranos del Camino de Santiago, y tienen muchísima experiencia. Me pidieron que reflexionara bien si abandonaba definitivamente el Camino, que igual con unos días de reposo la rodilla mejoraba y podía proseguir, aunque más despacio. Ya que disponía de tiempo, si decidía pasar unos días en Pamplona y volver luego al Camino, ellos me estarían esperando con los brazos abiertos y dispuestos a ayudarme en las primeras etapas.

Después de cenar fuimos a la misa del Gallo, hacía muchísimos años que no oía misa ese día, y me hacía especial ilusión. Sería por la noche tan fría y el mal tiempo que hacía, que vinieron muy pocos vecinos. Pero bueno, los que éramos, celebramos juntos la llegada de la Navidad.

Día de Navidad, 25 de diciembre de 2013

Cuando uno no se encuentra bien de salud cuesta tomar decisiones o dar un paso adelante. No tenía yo muchas ganas de volver a Menorca, por lo que decidí que al día siguiente tomaría el tren a Pamplona e iría a pasar unos días con mis primos, aprovechando para ir al traumatólogo del hospital.

Por la mañana me vino a buscar Lourdes para dar una vuelta con el coche, ¡me llevó de visita turística por los alrededores! Como no podía caminar, me paseó por Frómista, explicando con detalle su historia y los monumentos (¡qué buena guía eres!);  fuimos también a Boadilla del Camino y paramos a tomar un té en el albergue abierto. Había un peregrino en el porche; me dio envidia sana cuando le vi en forma haciendo un alto en su Camino; el mío había finalizado dos días antes en Itero de la Vega.


Esa noche llenamos el albergue, llegaron 4 peregrinos más: Ivette, Suzette, Imre y Donini. Las dos mujeres caminaban juntas, los chicos se habían hecho compañeros en el Camino.

Las dos mujeres hicieron spaguetis y me invitaron a compartir su cena, lo que acepté gustosamente. Imre, el chico húngaro, estaba cocinando también, olía que alimentaba. ¡También probé de su cena, qué rico!


La última noche en el albergue, con un buen ambiente de compañerismo y diversidad cultural, sintiéndome algo mejor, y debía marcharme al día siguiente.. qué pena.

26 de diciembre de 2013

Preparada para partir, Lourdes vino a despedirse de mí. Nos dimos un fuerte abrazo; esperábamos volver a vernos algún día si retomaba mi Camino. Lo que no tenía ni idea es que fuera tan pronto…


Me fui caminando despacito hasta la parada del autobús, primera hora de la mañana. Temperatura 0 grados. Lucía un espléndido sol después de la tormenta de los últimos días, y pude contemplar la belleza de la Iglesia de San Martín de Frómista en toda su plenitud.

Sólo había en mí sentimientos de agradecimiento hacia este precioso lugar que me acogió en mis momentos más bajos y me ayudó a que me levantara de nuevo para poder proseguir con mi Aventura a Santiago.



miércoles, 1 de octubre de 2014

Itero de la Vega, km. 276

Castrojeriz, última población de la provincia de Burgos en el Camino de Santiago. En este nuevo día que empezaba, estaba a punto de alcanzar mi tercer objetivo: atravesar la provincia de Burgos. ¿Debía continuar otra provincia más? Tenía mis dudas.

Mi idea era completar en esta etapa Castrojeriz–Frómista (25km) y en la siguiente, 24 de diciembre, Frómista-Carrión de los Condes (19 km), donde pasaría la Nochebuena.


Al levantarme por la mañana estaba lloviendo. Era lunes, y el día anterior (por ser domingo) no pude comprar provisiones para el Camino; aunque me informaron que en Itero de la Vega, a 11 km, había un albergue con bar y tienda abierto, donde me podría abastecer.

Aún tomando antiinflamatorios y aplicando hielo, la rodilla me molestaba esa mañana, cojeaba bastante. Había quedado el día anterior con la dueña del albergue Betania de Frómista (Lourdes, ya os hablaré más de ella) que me hospedaría en su casa. Estudié bien la etapa: justo al inicio había que salvar la subida a Mostelares con una pendiente del 11%. Tomé el desayuno que me ofrecieron en el albergue y me dispuse a salir.


En fin, los últimos kilómetros de la provincia de Burgos fueron los más duros emocionalmente que viví en mi Aventura a Santiago. Me cubrí con mi capa para protegerme de la llovizna y empecé a caminar, poco a poco. Al principio, aún me quedaban ganas para sacar alguna foto. Al cabo de un rato, en la subida a Mostelares, me alcanzó una pareja de peregrinos; venían de Hontanas. ¡Qué no hubiera yo dado en ese momento para poder estar bien físicamente y tener un compañero de Camino como ellos! Me entristecí. La dureza de la etapa estaba sacando mis emociones a flor de piel.

A duras penas logré alcanzar el alto, ¡pero allí estaba! Dicen que lo mejor es la vista desde ese punto sobre la Tierra de Campos, pero, como ya era habitual en mi Camino, estaba nublado y con bruma. Lo que no esperaba era encontrarme con el siguiente cartel, anunciando el desnivel de bajada:


Tardé una eternidad en llegar abajo. Además, me había resfriado. Debí coger frío el día anterior, o quién sabe… Y ¡vaya! casi no me quedaban pañuelos (no había encontrado tienda abierta en las dos últimas poblaciones..)

En fin, la verdad es que ahora, al recordarlo, casi puedo reirme de ello, menos mal. Estaba sola bajo la lluvia, en medio de Tierra de Campos, cubierta con una capa negra (parecía una jorobada), con un resfriado del copón, intentando sortear los charcos entre el barrizal que se presentaba ante mí, la rodilla dándome unas dolorosas punzadas… Me sentía tan impotente, tan sola y desemparada, que empecé a llorar desconsoladamente.
- ¿Por qué? - preguntaba gritando - ¿Por qué los momentos difíciles de la vida tengo siempre que enfrentarlos yo sola?

Y como si las cosas van mal, pueden aún ir peor, el Camino se convirtió en un verdadero barrizal. Vamos, los Montes de Oca fueron moco de pavo comparado con esto. Cada paso que daba se me iba pegando fango a la bota, de manera que casi no podía levantar el pie del peso; me ayudaba con el bastón para liberarme de vez en cuando del pan de barro que se formaba. Había además surcos de ruedas de tractores que, después de haber labrado los campos, salían por ese tramo del Camino cubriéndolo todo de tierra fangosa.

Esos 4 km fueron un horror, y no me ayudaba el hecho de que mentalmente me lo hubiera tomado como una tortura. Pero como todo tiene su final, logré salvarlos, llegando a una carretera. ¡Qué bien! pensé, ¡no más barro! Aunque el asfalto acabó de fastidiarme más la rodilla; las punzadas eran ahora continuas. Empecé a ser consciente de que, para mí, el Camino de Santiago se acabaría allí. No podía seguir más, temía provocarme una lesión más grave.

Antes de empezar mi Aventura a Santiago imaginaba que no sería capaz de llegar a Santiago de Compostela andando los casi 800 km que había desde Pamplona, con el agravante de intentarlo en pleno invierno (es cuando dispongo de vacaciones). Me decía a mí misma que, si debía abandonar por cualquier causa (una lesión o una gran tormenta), cogería un tren y llegaría a Santiago igualmente, e iría a abrazar al Santo.

A menos de 2 kilómetros de Itero de la Vega, crucé el puente Fitero sobre el río Pisuerga, entrando finalmente en Palencia. ¡LO HABIA LOGRADO!. Me sentía llena de orgullo. Me senté en un banco ya en la nueva provincia, comí los restos creo que de una magdalena de un par de días antes, y me dije a mí misma que era hora de abandonar. Había estado recorriendo el Camino de Santiago durante 13 días como lo hacían los peregrinos  antiguamente, en soledad, con pocas comodidades, bajo el frío y la lluvia, durante el duro invierno de albergues y locales cerrados, sujetada únicamente por la hospitalidad de las gentes de las tierras por las que iba pasando y el calor humano de los compañeros que eventualmente me iba encontrando. Si seguía, si llegaba a Santiago, sería como una peregrina del siglo XXI, no tenía sentido hoy en día tanto sufrimiento.  


Hice un último esfuerzo y llegué a Itero de la Vega, donde justo a la entrada está el albergue Puente Fitero. Entré en el bar y el dueño me atendió muy amablemente, algo que se agradece enormemente teniendo en cuenta las pintas y el estado en que llegué yo ese día. Lo primero que hice fue tomarme un cortado caliente y comer algo. Había un peregrino al otro lado de la barra, bebiendo un pacharán. Otra manera de calentar el cuerpo en el frío invierno…

Cuando hube reaccionado, intenté pensar y poner en orden mis ideas. En el Puente Fitero ofrecían habitaciones, aunque el albergue municipal estaba también abierto. Podía quedarme allí esa noche. La otra opción era coger directamente un tren a Santiago de Compostela: consulté con el hospitalero las combinaciones posibles. Podía estar en Santiago esa misma noche. Pero antes, debía llamar al albergue de Frómista para avisarles de que no iba, me estaban esperando.

Cogí el teléfono y lláme. Le expliqué a Lourdes lo que me había pasado, que estaba en Itero y no podía llegar a Frómista, y que abandonaba el Camino. Me sugirió que fuera igualmente a su albergue a dormir, que pidiera un taxi que me llevara (estaba a 14 km de distancia) y que descansara en su albergue unos días hasta recuperarme y pasara la Navidad con ellos (al día siguiente era ya Nochebuena). Además, en Frómista se encontraba un centro de salud, por lo que, si iba, podría visitarme el médico esa misma tarde.


No contemplé al momento esta opción. La primera, que era la de coger el tren directamente a Santiago, la descarté, puesto que no podía casi andar y no me veía yo como para caminar por los andenes de las estaciones, y en Santiago capital intentando llegar a la Catedral o buscando alojamiento de noche… era una locura. Había que tener en cuenta además la mañana que había pasado y el estado (físico y emocional) en que me encontraba. Además, la previsión del tiempo daba a partir del día siguiente tormentas y viento fuerte en toda la península, ¿cómo me iba yo a manejar en Galicia? No me sentía con fuerzas. Lamentándolo mucho, tuve que descartar esta opción.

Me acerqué al albergue municipal con la idea de quedarme allí esa noche, ya pensaría qué hacer al día siguiente. Necesitaba una cama y descansar. Llegué y no había nadie en ese momento (otra vez, como en Castrojeriz) y qué queréis que os diga… debía ser de lo mal que me encontraba que no estaba dispuesta a quedarme en un sitio como ése. Realmente no era malo, pero no había calefacción y era como un aula de colegio repleta de camas; un lujo para un peregrino, cierto, pero para alguien como yo que ya había tocado fondo ese día, era echar aún más leña al fuego.


Decidí llamar a un taxi. Y allí, delante del albergue Puente Fitero, me subí al coche que me llevaría a Frómista, a casa de Lourdes. Después de trece días de peregrinación, volvía a la civilización. Era el fin de mi Camino a Santiago… ¿o no?