sábado, 31 de enero de 2015

El Burgo Ranero, km. 370

Cuarto día de mi Aventura a Santiago; hoy iba a ser un día de frío y lluvia intensa. Gracias a las nuevas tecnologías, los peregrinos podíamos consultar la información actualizada de la previsión del tiempo, lo que evitaba que nos pudiera sorprender una tormenta por el Camino.


La previsión del tiempo era que empezaría a llover a partir de las 2 de la tarde, por lo que tenía tiempo suficiente de completar la etapa del día. En principio tenía previsto ir hasta Bercianos, 11km desde Sahagún. Iba bien de tiempo, por lo que empecé el recorrido a mi ritmo habitual: paseando.

Los peregrinos íbamos tapados hasta las orejas por el frío de la mañana, era difícil reconocernos hasta que no estábamos cerca. Al poco de salir me dio alcance el peregrino solitario; cruzamos unas palabras y nos presentamos: se llamaba Federico, venía de México. Caminamos juntos unos metros, y al poco nos despedimos deseándonos Buen Camino. 


Más o menos antes de mediodía me encontraba ya en Bercianos. Es un pueblo pequeño de unos 200 habitantes, y me acerqué al albergue Santa Clara para reposar y guardarme del frío. Era tan temprano e iba tan descansada por la corta etapa que había realizado el día anterior, que me estaba planteando seguir hasta la próxima población. Quedaba a tan sólo 8 km de distancia, que traducido en tiempo venían a ser unas 2 horas y media con paradas. 

El albergue de María Rosa era realmente acogedor, y ella un encanto. Tomé un té caliente junto a la lumbre, y estuvimos conversando mientras ella preparaba un puchero para la cena de los peregrinos. Me contó su experiencia haciendo el Camino y cómo fue que decidió abrir un albergue de peregrinos de donativo en Bercianos.

Descubrí que Colette se había alojado allí la noche anterior, había dejado el albergue justo unas horas antes de mi llegada. En fin, cuando hube recuperado fuerzas decidí seguir mi Camino hasta El Burgo Ranero. Recuerdo que salí de Bercianos con la sensación de haber descubierto una nueva forma de sentir el Camino, después de escuchar la experiencia de María Rosa. Ella me había aconsejado disfrutar de los pueblos, de las gentes, saboreando cada etapa y dejándome llevar por lo que me ofrecía el Camino.

Linda, del albergue de Bercianos
Por mis cálculos podía estar en El Burgo antes de que lloviera... pero no contaba con que, a la salida del pueblo, erraría el camino. No vi bien las indicaciones y me metí por un sendero entre los campos... al cabo de un buen rato me di cuenta que llevaba bastante tiempo sin ver las flechas amarillas: consulté mi guía, que describía que el Camino iba por un andadero con árboles junto a la carretera. Miré al horizonte a mi derecha... allí estaba, a lo lejos, el Camino. 

Por no cruzar los campos labrados y para asegurarme de que lo que veía era el Camino de Santiago, decidí volver sobre mis pasos hasta la salida del pueblo. Al poco, empezó a chispear. Al estar de nuevo en Bercianos no conseguía ver la siguiente flecha, por dónde iba el Camino. Hasta que una vecina me dijo amablemente: "¡Estos peregrinos! ¿Pero que no véis que el Camino va por ahí, junto a los árboles?"... Le di las gracias y seguí sus indicaciones. Entre una cosa y la otra, había perdido casi una hora, y añadido unos 2 km más a la etapa del día.


Empezó a llover, pero iba bien protegida con ropa de abrigo y mi capa impermeble Altus, que cubría también la mochila. Cogí un buen ritmo de marcha ayudada por mis bastones: tenía el propósito de llegar a El Burgo Ranero cuanto antes, pues se avecinaba una tormenta por la tarde. 

Conseguí mi propósito: antes de las 3 de la tarde ya estaba en un bar del pueblo dando buena cuenta de un bocadillo de tortilla de patata, acompañado por vino blanco del país. Era la etapa más larga que había realizado hasta el momento: 20 km.


El albergue municipal Domenico Laffi estaba atendido por un hospitalero voluntario de Castellón, que nos dio una cálida acogida y estaba todo el tiempo pendiente de nosotros. Si bien no había calefacción, disponíamos de mantas y una enorme chimena para calentar la estancia. Pero había que encender el fuego y sólo contábamos con enormes tarugos de leña... no había forma de que prendiera. 

El hospitalero intentó partir los troncos con un hacha, pero la leña estaba muy seca y era prácticamente imposible. Otros también probaron sin éxito. En eso, una peregrina nórdica, creo recordar que de Noruega, se ofreció a probar. Estaba robusta, y si bien había cortado leña de joven hacía muchos años que no practicaba. Pensábamos que sería imposible; salió fuera a la calle bajo una tormenta de agua y viento; aún así oíamos los hachazos. No os lo creeréis... entró de nuevo con un buen fajo de leña recién partida, lo que celebramos todos los peregrinos con una ovación. Al rato estábamos sentados junto a la lumbre.


Iban llegando más peregrinos al albergue, en eso que vi entrar a Sybille. Conocí a Sybille la noche anterior de reemprender mi Aventura a Santiago, cuando fui a cenar a casa de Lourdes y José (los propietarios del albergue Betania de Frómista, donde había pasado las Navidades el año anterior). Se trataba de una peregrina alemana amiga suya, que venía haciendo el Camino desde... Praga. Sí, habéis leído bien, Praga. Había salido de la puerta de su casa a principios del mes de junio, y se había propuesto recorrer a pie los más de 3.000 km que la llevarían hasta Santiago de Compostela. La noche que la conocí, llevaba ya más de 2.000 km recorridos, sentí un gran respeto y admiración por esta mujer.


Sybille había realizado anteriormente el Camino Francés en varias ocasiones, y tenía muchísima experiencia como hospitalera voluntaria. Lourdes insinuó que tal vez acabaríamos haciendo juntas el Camino... no iba tan errada. Si bien cada una fue marchando por su lado, llegamos a coincidir en la mayoría de las etapas, y llegaríamos el mismo día a Santiago de Compostela.



martes, 27 de enero de 2015

Sahagún, km. 352

Esta etapa iba a ser especial para mí porque iba a conseguir completar mi paso por la provincia de Palencia, que no pude terminar en enero de 2014 debido a una lesión. Ahora, en pocas horas iba a lograr mi objetivo: estábamos a tan sólo 5km de la provincia de León.

Salimos pasadas las 8:30 de la mañana del albergue de Moratinos, despidiéndonos antes con cariño del hospitalero. Bruno nos enseñó cómo abrazarnos de corazón a corazón: el brazo izquierdo por encima del hombro del compañero y el derecho por debajo; de esta forma se juntan los corazones. Confieso que otras veces durante mi Aventura a Santiago repetí este abrazo con otros peregrinos, aunque únicamente con los que sentí que abrigaban verdadera bondad en sus corazones. 


Empezamos a caminar con Colette, y sin darnos cuenta entablamos una profunda conversación sobre la muerte, la familia, su madre... Intimamos mucho durante las 24 horas que estuvimos juntas en el Camino. Ella iba marcando el ritmo del paso que seguíamos, aunque parábamos cada vez que yo lo solicitaba.

Cuando vislumbré el límite geográfico que separa las dos provincias, me emocioné. ¡Lo había logrado! Allí estaba yo, a punto de entrar en la provincia de León. Unas nuevas tierras por descubrir, nuevas aventuras que vivir. 


Lo había conseguido, volvía a estar en el Camino. En ese momento fui consciente de que no me había rendido por haberme ido a casa en enero:  después de recuperarme de las lesiones había regresado. Sentía que esta vez sí iba a lograr llegar a mi destino. Esta vez mi objetivo no iba a ser cruzar la provincia de León, sino llegar a Santiago de Compostela. Tenía por delante  casi 400km de Camino.

Al rato y casi sin darnos cuenta, estábamos ya en las afueras de Sahagún, en el punto señalado como el centro geográfico del Camino Francés, junto a la ermita de la Virgen del Puente. Habían pasado menos de 3 horas desde nuestra salida de Moratinos. Era domingo y Colette quería ir a la iglesia, por lo que apretamos el paso para ver si llegaba a tiempo a misa de 12.

 
Preguntamos al llegar a la ciudad y ella se fue hacia la iglesia; me dijo que se encontraba mejor del tobillo y que después seguiría caminando. Yo quería descansar un rato en Sahagún, y me dirijí al albergue municipal, que ya estaba abierto. Hacía mucho frío para estar en la calle y no me apetecía meterme en un bar.

La verdad es que estaba agotada. Los 10 km recorridos por la mañana habían hecho mella en mi cuerpo, había andado más rápido de lo acostumbrado  y además hablando por el Camino, lo que roba fuerzas y energía. Mis gemelos estaban agarrotados.

En fin, entré en el albergue municipal de Cluny y me atendieron estupendamente. Descansé un rato en una comodísima butaca del hall, tenían encendida la calefacción. El edificio es precioso. Mientras reposaba llegó un peregrino alto y robusto, ataviado con un sombrero de ala ancha y bordón, bigote y tez oscura. Preguntó para hospedarse... oí cómo le comentaba a la hospitalera que quería parar en Sahagún tan temprano para así poder "perderse" de unos peregrinos que había conocido en el Camino hacía unos días, que lo único que querían era charlar continuamente. Quería estar tranquilo. 


Sonreí para mis adentros. Le entendía perfectamente. Veréis: mucha gente hace el Camino de Santiago acompañado, en grupo, con amigos... pero otra gran mayoría, en la que me incluyo, lo hace en solitario por decisión propia. El Camino se convierte entonces en un viaje de introspección y encuentro con uno mismo. Al final de la jornada y en las paradas, está la alegría de compartir pan, vino y mesa con los otros peregrinos.

La hospitalera me informó de los sitios de interés de Sahagún, que no eran pocos. Di una vuelta por la ciudad y realmente era preciosa. Me acerqué a la iglesia donde había ido Colette, y por lo visto la misa era a otra hora. Perdí su pista. ¿Qué iba a hacer ahora? La próxima población era Bercianos, a 10km más, y sabía que Colette iba a llegar hasta allí ese día. La verdad es que me veía capaz de caminar un total de 20km de etapa, pero no me decidía.


Estando ya casi a la salida de Sahagún, vi a un mendigo enfilar el Camino por las afueras (tenía más pinta de ladrón que de mendigo); ya lo había visto un rato antes en una plaza cuando había intentando llamar mi atención. No tengo problemas con los mendigos, pero éste me dio mala espina. Volví sobre mis pasos. 

Decidí quedarme en Sahagún, aprovecharía para visitar la ciudad. Hasta ese momento y después de caminar tantos kilómetros al día, no me solía quedar tiempo ni muchas fuerzas para visitar las ciudades. Hoy iba a hacer algo distinto. Volví al albergue y sellé la credencial.

El dormitorio estaba en una sala enorme, y escogí una litera lo más alejada posible... ¡mejor si los ronquidos quedaban lejos! Después de una ducha con abundante agua caliente me masajeé bien las piernas con Flogoprofen para  poder relajar la musculatura. Había lavadora y secadora con monedasen el albergue, aunque normalmente yo lavaba la ropa a mano a diario por las pocas mudas que llevaba (por llevar menos peso en la mochila).


Iba a salir a visitar la iglesia de la Virgen Peregrina, donde nos daban una credencial por haber pasado por la mitad geográfica del Camino, cuando un peregrino australiano solicitó mi ayuda. Intentaba recargar la tarjeta de su móvil español sin éxito. Aunque le dediqué un buen rato, no lo conseguimos. Más tarde le vi de nuevo: había podido cargar saldo en una tiendecita abierta junto al albergue. Me dio las gracias varias veces, en un polite english... ahora me cuesta recordar su nombre, pero nos veríamos más veces en el Camino hasta León.

Llegué a la iglesia cayendo ya el sol en el horizonte, pero pude visitarla. Allí estaba ella, la Virgen Peregrina. La imagen, del siglo XIII, me pareció preciosa. Me encomendé a ella para que me guiara y protegiera en mi Camino hasta Santiago. 


A la vuelta me encontré con el peregrino solitario que venía de cenar, y me recomendó uno de los restaurantes de la plaza, donde ofrecían un completo menú del peregrino a un módico precio. Después de cenar compartiendo mesa con otro peregrino que conocí en el restaurante, llegó la hora de retirarse a descansar. El comedor del albergue estaba lleno de peregrinos coreanos con sus móviles y tabletas; los australianos estaban inmersos en la lectura de sus libros. En breve iban a apagar las luces, había que dejar el albergue al día siguiente antes de las 8 de la mañana. Volvería a amanecer un nuevo día. 



sábado, 24 de enero de 2015

Moratinos, km. 342

En esta nueva parte de mi Aventura a Santiago me había propuesto caminar no más de una media de 15km diarios durante la primera semana, para poder habituar mi cuerpo al esfuerzo. Resulta fácil por el entusiasmo realizar etapas mucho más largas con la idea de avanzar y alcanzar cuanto antes la meta (como me ocurrió en la 1ª parte de mi Camino) con el consiguiente riesgo de lesionarse, por lo que esta vez iba a extremar los cuidados a mi persona, para así permitirme disfrutar más de la Aventura.

Como el primer día había realizado una etapa de 17km, el segundo no pensaba excederme. Tenía la posibilidad de pernoctar en Terradillos de los Templarios, a unos 12km, o en Moratinos, que supondría un total de unos 15km. Me permití emprender el Camino contemplando las dos posibilidades, y poder elegir en el momento dónde parar ese día.

Fui de las últimas en salir del albergue de Calzadilla de la Cueza, y lo hice a la vez que Colette, una francesa que había visto la tarde anterior pero con la que no conversé. Cruzamos unas palabras mientras nos ajustábamos la mochila, y salimos juntas al Camino. Ella no hablaba español, por lo que se alegró un montón de que yo hablara francés y así poder charlar un rato con algún peregrino. 

Colette, a la derecha de la foto
Colette había empezado a caminar creo recordar que en Arlés, llevando ya recorridos en ese momento casi 2.000km con la mochila a sus espaldas. Sentí en ese momento una gran admiración por ella. Como comprenderéis Colette iba bastante más entrenada que yo, por lo que al poco rato de salir del albergue fui quedándome atrás. Necesitaba ir parando a menudo, ajustando mis botas, sacando las piedrecillas que se me colaban en ellas, beber agua, hacer estiramientos... estaba adaptándome al Camino.

Normalmente durante las primeras horas de la mañana me cuesta arrancar, y no es hasta mediodía en que me siento llena de energía. ¿Cómo lo adaptaba al Camino? Empezaba las 2 primeras horas paseando, contemplando el paisaje y parando para hacer las mejores fotos (en esa hora había la mejor luz). Más o menos a mediodía ya apretaba el paso, comía algo sobre la una, descansaba un rato y luego seguía unos kilómetros más. De esta forma, no me cansaba en absoluto.


Ya en Terradillos de los Templarios, decidí parar a comer algo. Vi unos comederos al lado del Camino, era el sitio ideal, al solecito... ¡allí estaba Colette! Me acerqué y me senté a su lado. Tuvimos una buena charla mientras reponía fuerzas; Colette compartió conmigo parte de su historia desde que empezó el Camino. Había salido en verano, cruzado el sur de Francia, dormido al raso, en habitaciones de casas particulares... empezaba a vislumbrar otras aventuras emocionantes más allá de la que estaba realizando yo en ese momento.

El albergue de Terradillos tenía muy buena pinta, pero me encontraba bien para seguir y decidí ir hasta Moratinos, 3.3km más (una hora al paso que yo caminaba). Salimos juntas con Colette, que también pensaba parar en Moratinos; ella normalmente hacía etapas más largas, pero tenía desde el día anterior una molestia en el tobillo y no quería excederse.


Ya en Moratinos, nos costó decidir dónde alojarnos. Pregunté por Rebeca Scott: me había recomendado Lourdes del albergue de Frómista alojarme con ella, realiza acogida en su casa. La encontré, pero tenía todo ocupado. Entramos en el Hospital San Bruno, gestionado por un italiano que había hecho el Camino varias veces... a Colette no le convencía el lugar. Quiso que miráramos en otro albergue privado a la entrada del pueblo: volvimos sobre nuestros pasos. La habitación doble nos salía de presupuesto... Yo le dije a Colette que para mí estaba bien el San Bruno, que ella podía seguir si quería. 

Ahora recuerdo que durante la etapa me habían venido deseos de comer un buen plato de espaguetis... cuando llegué por primera vez frente a la puerta del albergue San Bruno leí que lo gestionaba un italiano y que tenía menú del peregrino con espaguetis. Creo que en ese momento decidí que me alojaría allí esa noche, era una señal.


Si bien la zona de literas era sencilla, disponía de un patio exterior con tumbonas (que no podríamos aprovechar por el frío, que lástima) y vistas preciosas al campo. A mí me encantó. Y cualquier sitio donde dormir era de agradecer; tenía arraigado en mí el sentimiento del peregrino desde que hice parte del Camino el invierno anterior.

Vi la bañera o mini piscina exterior y entusiasmada le comenté a Bruno que debía ser un buen alivio para los pies de los peregrinos en verano. Sonrió, y si bien estábamos a 1 de noviembre, nos puso en marcha la fuente. El agua estaba congelada, pero ¡qué descanso para los pies!




Aún habiendo otro restaurante en el pueblo, decidimos cenar en el albergue. ¡Mis ansiados espaguetis! ¡Un buen premio después del esfuerzo de la jornada! Bruno me preparó unos al pesto, y de postre comimos un rico tiramisú casero. 

Esa noche éramos sólo dos peregrinas en el albergue, Colette y yo. El ambiente se tornó más íntimo y familiar. Después de cenar Bruno nos contó su historia, cómo después de hacer el Camino unas (creo recordar) 3 veces, decidió dejar todo en Italia y venirse a España a montar un albergue en el Camino. Nos explicó cómo se vive en éste desde la mirada de un hospitalero...

Mientras Bruno nos contaba sus historias (yo iba traduciendo al francés para Colette) cogí una guitarra que había sobre un banco. La afiné, e iba tocando algunos acordes de canciones de mi juventud. Colette me pidió que cantara algo, pero para mí era difícil, hacía mucho que había dejado de cantar.
Bruno y Colette
Les conté que cuando era joven aprendí a tocar la guitarra (con 12 o 13 años), y por aquel entonces cantaba a diario, cualquier momento era el adecuado. Era algo que me hacía enormemente feliz. Me acordé de una de las primeras canciones que aprendí a la guitarra, la canción del Peregrino:
      Peregrino a dónde vas? Si no sabes a dónde ir... Peregrino por un camino que va a morir. 
     Si el desierto es un arenal, el desierto de tu vivir, quién te guía y te acompaña en tu soledad? 
     SOLO ÉL, MI DIOS, QUE ME DIO LA LIBERTAD SOLO ÉL, MI DIOS, ME GUIARÁ (Bis) 
     Peregrino que a veces vas sin un rumbo en tu caminar. Peregrino que vas cansado de tanto andar. 
     Buscas fuentes para tu sed, y un rincón para descansar, vuelve, amigo! que aquí en Egipto lo encontraras. 

Les conté que durante la primera parte de mi Camino en diciembre 2013, cerca de Grañón, me acordé de esta canción. Pero no podía completar la letra. Como tampoco podría hacerlo esta noche... les canté los versos que recordaba, tarareando el resto; incluso canté las dos voces. Todo quedó en silencio, me sentía bien. Hacía tanto que no cantaba...


Bruno nos regaló como recuerdo una chapa con la insignia del Hospital San Bruno y una inscripción en latín, fruto de la inspiración haciendo su Camino, y que rezaba lo siguiente: "No tengas miedo de tener coraje". Me la colgué de la mochila, y la llevaría hasta el final de mi Camino.

Colette me contaría más adelante en nuestro reencuentro en Santiago que guardaba un recuerdo muy especial de esa noche, que para ella fue mágica, y que se había acordado muchas veces de nosotros durante el Camino. ¡Gracias Colette!




jueves, 22 de enero de 2015

Calzadilla de la Cueza, km. 327

31 de octubre de 2014, Carrión de los Condes

Primera hora de la mañana, a punto para retomar el Camino a Santiago que dejé en enero (10 meses atrás) debido a una lesión. Emoción, nervios, incertidumbre... la mochila, llena a rebosar de ilusión y en el corazón, sentimientos de libertad.


Me esperaba una etapa de 17 kms de recorrido, sin ninguna población donde parar hasta llegar a Calzadilla de la Cueza. No iba muy entrenada, pero estábamos a finales de octubre, con temperaturas primaverales y todo el día por delante: iba a tomármelo con calma.

No puedo describir la sensación de volver a estar en el lugar donde dije adiós a mi aventura unos meses antes. El mismo escenario, sí... ¡pero qué diferente bañado por los rayos del sol! Quise inmortalizar la primera flecha que me encontré en el Camino:


Volvía a sentir el peso de la mochila en la espalda, la sensación de andar con las botas de senderismo, el ritmo acompasado de los bastones... ¡pero no cojeaba! Sí, sensaciones familiares para mí, pero, esta vez, las limitaciones habían desaparecido. ¡Tocaba disfrutar del Camino!

A los pocos minutos de haber salido ya me topé con peregrinos hacia Santiago: mi corazón dio un vuelco. Les hubiera hablado, transmitido mi emoción, incluso abrazado... pero cada peregrino lleva su historia, ninguna más importante que la otra... nos saludamos: ¡Buen Camino!


A las dos horas de estar caminando ya me había encontrado con más peregrinos que durante toda la última semana cuando lo hice en enero. ¡Era genial! El buen tiempo tenía mucho que ver con el buen humor y la predisposición a la charla de los peregrinos, que nos solíamos encontrar en las zonas de descanso y compartir nuestras historias y experiencias.


Durante esta etapa un pensamiento surgió en mi mente, y me acompañaría durante las largas horas de trayecto hasta Calzadilla de La Cueza: ¿Por qué juzgas? Era como si las piedras, los árboles, la brisa en mi rostro me susurraran de vez en cuando esta pregunta, haciéndome reflexionar. 


Miraba el Camino frente a mí: ¿por qué era mejor una etapa que la otra? ¿Por qué emitir juicios sobre lo que nos encontramos en nuestro recorrido por la vida? ¿Por qué insistimos en dar más valor al día que a la noche, al sol que a la lluvia...? ¿Por qué juzgar? ¿No forma todo parte del Camino, siendo todo necesario para llegar a nuestra meta?
                     
Los #pensamientosdelcamino eran algo nuevo para mí, y me acompañarían a menudo durante mi Aventura a Santiago. Eran reflexiones que se alargaban durante todo el día y conseguían que alcanzara una nueva visión del mundo que me rodeaba. El Camino me empezaba a mostrar sus enseñanzas...

Me sentía feliz. Tenía la certeza de que, cualquier cosa que me encontrara en el Camino, estaría bien: lluvia, frío, amigos, risas, silencio... todo formaría parte de mi Aventura, todo me llevaría a Santiago de Compostela. Con estos pensamientos y acompañada por dos peregrinos llegué a Calzadilla de la Cueza, al albergue municipal.


Primer sello en la credencial, elección de la litera, saludos a los otros peregrinos... la novata que empezó el Camino de Santiago un 10 de diciembre ya no estaba allí, había desaparecido. ¡Me sentía en casa! Ayudó a este sentimiento encontrarme en el albergue con Antonio de Igualada, un peregrino con el que coincidí en diciembre unos días; ¡él volvía a estar también en el Camino!



Los hospitaleros del albergue municipal fueron muy cordiales y simpáticos. Mientras estaba lavando la ropa en el patio y conversando con los otros peregrinos, aparecieron con un porrón de vino... y ya empezaron las bromas. En fin, que acabé bebiendo del porrón y pronunciando la frase de los valientes: "¡Vivan los Quintos!"

Fui a cenar un menú del peregrino para reponer fuerzas, y compartí mesa con dos hermanos canadienses (con uno de ellos, Kevin, había caminado los últimos km). Vino del país y buena conversación era una buena manera de terminar un día tan especial, el de mi regreso al Camino Francés. Me esperaban muchas etapas por delante, nuevas aventuras, nuevas enseñanzas... estaba preparada e ilusionada por vivir lo que me depararía el Camino los días siguientes. Hora de dormir...



Más fotos de la etapa Carrión de Los Condes - Calzadilla de la Cueza, 17 km