miércoles, 4 de febrero de 2015

Arcahueja, km. 400

Amanecía otro día soleado y frío en la provincia de León; como era habitual, salía la última del albergue de Reliegos. Alejandro, un peregrino que también pasó noche en el albergue y es quiromasajista, me aconsejó hacer algo de calentamiento diariamente antes de salir: iba a intentar seguir su consejo.

Tenía planeada la etapa del día hasta Puente Villarente, una población de casi 400 habitantes situada a unos 13km de distancia, con lo que me quedarían otros 13km al día siguiente hasta León capital. El Camino transcurría los primeros 6 km por un andadero al lado de la carretera nacional, hasta Mansilla de las Mulas. Más o menos a las 2 horas de marcha había llegado a la población. Se notaba que ya llevaba unos días de Camino, pues casi no necesitaba parar para ajustar las botas o hacer estiramientos.


Paré a desayunar en un bar, puesto que antes de salir por la mañana sólo pude tomar un chocolate de máquina y una magdalena (siempre llevaba provisiones en la mochila), al estar la cafetería cerrada a esa hora. Pude probar uno de los dulces típicos del pueblo, y no tenía prisa por salir puesto que ya me encontraba a mitad de etapa.

Después de charlar con el dueño del local un rato (un hombre muy cordial), decidí reemprender la marcha. Salí del pueblo cruzando el antiguo puente de piedra, y seguí por el Camino, que iba paralelo a la nacional, pero esta vez a unos metros de la misma separado por una espesa vegetación.


Esta etapa estaba siendo entretenida, ya que a cada poco se iban sucediendo las poblaciones, haciendo el recorrido más ameno. Se notaba también que iba acercándome a León, por el aumento de tráfico por la carretera nacional, junto a la que discurría el Camino.

Llegué a un pequeño pueblo llamado Villamoros de Mansilla. Estaba todo cerrado y tranquilo, pero me apetecía ver la iglesia: durante mi recorrido iba cumpliendo mi sueño de niña de visitar las iglesias románicas del Camino de Santiago, aunque desafortunadamente sólo podía verlas por fuera, al estar mayormente cerradas a mi paso. Me gustaba sentarme a descansar junto a sus muros, imaginando la cantidad de peregrinos que durante siglos habrían solicitado cobijo para resguardarse del frío y la oscura noche.


Al cabo de media hora más, llegué a Puente Villarente. Había albergue abierto y multitud de servicios, así como restaurantes ofreciendo menús del peregrino a buen precio. Buscando dónde parar a comer, fui hasta uno donde vi entrar a gente que parecía de la zona. "Aquí se debe comer bien" - me dije. Di buena cuenta de un generoso plato de alubias pintas, recuperando instantáneamente las fuerzas perdidas por el Camino. 

Cada día que iba pasando de mi Aventura a Santiago iba guiándome más por mi intuición, puesto que cada vez que lo hacía, obtenía mejores resultados. Tenía que tomar a menudo decisiones disponiendo de poca información, por lo que me costaba elegir a nivel de la mente. Ese día y según lo previsto debía finalizar mi etapa en Puente Villarente, pero al estar en el sitio, no sentía que me fuera a quedar allí. Algo me decía que siguiera un poco más, que no había llegado aún ese día a mi final de etapa. Decidí seguir adelante. 


El próximo albergue se encontraba en Arcahueja, llamé para confirmar que estuviera abierto antes de aventurarme y correr el riesgo de, en caso de estar cerrado, tener que seguir hasta León. Ya pasaban las 3 de la tarde; calculaba que sobre las 5 podría estar en Arcahueja. La verdad es que me gustan los pequeños pueblos y aldeas, más que las grandes ciudades. Aunque empezaba a notar un poco el cansancio en las piernas, reemprendí mi marcha con ilusión. 

Ésta es la bucólica estampa con la que me encontré llegando al pueblo; pensé que sería un buen sitio donde vivir algún día.


Me alojé en el albergue La Torre, junto con otros dos peregrinos. Uno de ellos era belga, y había tenido que parar en Arcahueja por dolores musculares. Su compañero de Camino había seguido y le esperaba en León al día siguiente a la hora del desayuno. Me gustaba mucho conocer gente nueva cada día, aunque más me alegraba reencontrarme por sorpresa con peregrinos con los que ya había compartido parte del Camino.

No había mucho que ver en el pueblo, por lo que me quedé en el albergue toda la tarde. Aproveché para poner una lavadora y hacer una colada más completa (normalmente lavaba a diario a mano). El peregrino belga hablaba algo de español, y pasó la mayor parte del tiempo tumbado en la cama descansando, leyendo en su tablet. Me sorprendió que viajara con un ipad, no sé... a mi me daría reparo por si me lo robaban en un albergue.

La ventana de nuestra habitación daba al patio trasero, donde estaba la mascota de Lucio, un perro encantador y, según su dueño, el amigo de los peregrinos, que se quedaba vigilando sin pestañear por el cristal de la ventana todos nuestros movimientos.



Tenía ya reservado el alojamiento y un masaje en el fisioterapeuta en León para el día siguiente; me sentía animada. Llegaría a media mañana y podría visitar tranquilamente la ciudad. Fui al bar del albergue, que también era el bar del pueblo, donde atendía Lucio, el propietario. Vi entonces un cartel: Hay sidra natural. Comenté que a mi padre (fallecido unos meses antes) le gustaba beber sidra el día de Navidad. 
- "¿Quieres sidra? Pero te tendrás que beber la botella... - dijo Lucio. 
- "¿Cómo? ¿Una botella?"
- "Anda, anímate, si no es tanto.. si casi no lleva alcohol. Como una cerveza.."
- "Bueno, pónmela, pero si los otros peregrinos aceptan beber conmigo, o me voy a emborrachar"

Mis compañeros aceptaron la invitación. Observé divertida de qué manera Lucio cortaba el corcho para escanciar la sidra como es debido, y cómo la servía. ¡Estaba buenísima!



Había finalizado otro día más de mi Aventura a Santiago. Sin saberlo, había recorrido ya 400km desde que salí de Pamplona en diciembre del año anterior. Al día siguiente se iba a cumplir una semana de mi regreso al Camino, y por el momento no había sufrido ningún percance. Al amanecer un nuevo día me esperaban León y su Catedral, el barrio húmedo, un baño caliente en el hotel, una visita al fisioterapeuta... y la previsión del tiempo no era mala. Me sentía feliz.


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