Cuarto día de mi Aventura a Santiago; hoy iba a ser un día de frío y lluvia intensa. Gracias a las nuevas tecnologías, los peregrinos podíamos consultar la información actualizada de la previsión del tiempo, lo que evitaba que nos pudiera sorprender una tormenta por el Camino.
La previsión del tiempo era que empezaría a llover a partir de las 2 de la tarde, por lo que tenía tiempo suficiente de completar la etapa del día. En principio tenía previsto ir hasta Bercianos, 11km desde Sahagún. Iba bien de tiempo, por lo que empecé el recorrido a mi ritmo habitual: paseando.
Los peregrinos íbamos tapados hasta las orejas por el frío de la mañana, era difícil reconocernos hasta que no estábamos cerca. Al poco de salir me dio alcance el peregrino solitario; cruzamos unas palabras y nos presentamos: se llamaba Federico, venía de México. Caminamos juntos unos metros, y al poco nos despedimos deseándonos Buen Camino.
Más o menos antes de mediodía me encontraba ya en Bercianos. Es un pueblo pequeño de unos 200 habitantes, y me acerqué al albergue Santa Clara para reposar y guardarme del frío. Era tan temprano e iba tan descansada por la corta etapa que había realizado el día anterior, que me estaba planteando seguir hasta la próxima población. Quedaba a tan sólo 8 km de distancia, que traducido en tiempo venían a ser unas 2 horas y media con paradas.
El albergue de María Rosa era realmente acogedor, y ella un encanto. Tomé un té caliente junto a la lumbre, y estuvimos conversando mientras ella preparaba un puchero para la cena de los peregrinos. Me contó su experiencia haciendo el Camino y cómo fue que decidió abrir un albergue de peregrinos de donativo en Bercianos.
Descubrí que Colette se había alojado allí la noche anterior, había dejado el albergue justo unas horas antes de mi llegada. En fin, cuando hube recuperado fuerzas decidí seguir mi Camino hasta El Burgo Ranero. Recuerdo que salí de Bercianos con la sensación de haber descubierto una nueva forma de sentir el Camino, después de escuchar la experiencia de María Rosa. Ella me había aconsejado disfrutar de los pueblos, de las gentes, saboreando cada etapa y dejándome llevar por lo que me ofrecía el Camino.
Linda, del albergue de Bercianos |
Por mis cálculos podía estar en El Burgo antes de que lloviera... pero no contaba con que, a la salida del pueblo, erraría el camino. No vi bien las indicaciones y me metí por un sendero entre los campos... al cabo de un buen rato me di cuenta que llevaba bastante tiempo sin ver las flechas amarillas: consulté mi guía, que describía que el Camino iba por un andadero con árboles junto a la carretera. Miré al horizonte a mi derecha... allí estaba, a lo lejos, el Camino.
Por no cruzar los campos labrados y para asegurarme de que lo que veía era el Camino de Santiago, decidí volver sobre mis pasos hasta la salida del pueblo. Al poco, empezó a chispear. Al estar de nuevo en Bercianos no conseguía ver la siguiente flecha, por dónde iba el Camino. Hasta que una vecina me dijo amablemente: "¡Estos peregrinos! ¿Pero que no véis que el Camino va por ahí, junto a los árboles?"... Le di las gracias y seguí sus indicaciones. Entre una cosa y la otra, había perdido casi una hora, y añadido unos 2 km más a la etapa del día.
Empezó a llover, pero iba bien protegida con ropa de abrigo y mi capa impermeble Altus, que cubría también la mochila. Cogí un buen ritmo de marcha ayudada por mis bastones: tenía el propósito de llegar a El Burgo Ranero cuanto antes, pues se avecinaba una tormenta por la tarde.
Conseguí mi propósito: antes de las 3 de la tarde ya estaba en un bar del pueblo dando buena cuenta de un bocadillo de tortilla de patata, acompañado por vino blanco del país. Era la etapa más larga que había realizado hasta el momento: 20 km.
El albergue municipal Domenico Laffi estaba atendido por un hospitalero voluntario de Castellón, que nos dio una cálida acogida y estaba todo el tiempo pendiente de nosotros. Si bien no había calefacción, disponíamos de mantas y una enorme chimena para calentar la estancia. Pero había que encender el fuego y sólo contábamos con enormes tarugos de leña... no había forma de que prendiera.
El hospitalero intentó partir los troncos con un hacha, pero la leña estaba muy seca y era prácticamente imposible. Otros también probaron sin éxito. En eso, una peregrina nórdica, creo recordar que de Noruega, se ofreció a probar. Estaba robusta, y si bien había cortado leña de joven hacía muchos años que no practicaba. Pensábamos que sería imposible; salió fuera a la calle bajo una tormenta de agua y viento; aún así oíamos los hachazos. No os lo creeréis... entró de nuevo con un buen fajo de leña recién partida, lo que celebramos todos los peregrinos con una ovación. Al rato estábamos sentados junto a la lumbre.
Iban llegando más peregrinos al albergue, en eso que vi entrar a Sybille. Conocí a Sybille la noche anterior de reemprender mi Aventura a Santiago, cuando fui a cenar a casa de Lourdes y José (los propietarios del albergue Betania de Frómista, donde había pasado las Navidades el año anterior). Se trataba de una peregrina alemana amiga suya, que venía haciendo el Camino desde... Praga. Sí, habéis leído bien, Praga. Había salido de la puerta de su casa a principios del mes de junio, y se había propuesto recorrer a pie los más de 3.000 km que la llevarían hasta Santiago de Compostela. La noche que la conocí, llevaba ya más de 2.000 km recorridos, sentí un gran respeto y admiración por esta mujer.
Sybille había realizado anteriormente el Camino Francés en varias ocasiones, y tenía muchísima experiencia como hospitalera voluntaria. Lourdes insinuó que tal vez acabaríamos haciendo juntas el Camino... no iba tan errada. Si bien cada una fue marchando por su lado, llegamos a coincidir en la mayoría de las etapas, y llegaríamos el mismo día a Santiago de Compostela.