martes, 27 de enero de 2015

Sahagún, km. 352

Esta etapa iba a ser especial para mí porque iba a conseguir completar mi paso por la provincia de Palencia, que no pude terminar en enero de 2014 debido a una lesión. Ahora, en pocas horas iba a lograr mi objetivo: estábamos a tan sólo 5km de la provincia de León.

Salimos pasadas las 8:30 de la mañana del albergue de Moratinos, despidiéndonos antes con cariño del hospitalero. Bruno nos enseñó cómo abrazarnos de corazón a corazón: el brazo izquierdo por encima del hombro del compañero y el derecho por debajo; de esta forma se juntan los corazones. Confieso que otras veces durante mi Aventura a Santiago repetí este abrazo con otros peregrinos, aunque únicamente con los que sentí que abrigaban verdadera bondad en sus corazones. 


Empezamos a caminar con Colette, y sin darnos cuenta entablamos una profunda conversación sobre la muerte, la familia, su madre... Intimamos mucho durante las 24 horas que estuvimos juntas en el Camino. Ella iba marcando el ritmo del paso que seguíamos, aunque parábamos cada vez que yo lo solicitaba.

Cuando vislumbré el límite geográfico que separa las dos provincias, me emocioné. ¡Lo había logrado! Allí estaba yo, a punto de entrar en la provincia de León. Unas nuevas tierras por descubrir, nuevas aventuras que vivir. 


Lo había conseguido, volvía a estar en el Camino. En ese momento fui consciente de que no me había rendido por haberme ido a casa en enero:  después de recuperarme de las lesiones había regresado. Sentía que esta vez sí iba a lograr llegar a mi destino. Esta vez mi objetivo no iba a ser cruzar la provincia de León, sino llegar a Santiago de Compostela. Tenía por delante  casi 400km de Camino.

Al rato y casi sin darnos cuenta, estábamos ya en las afueras de Sahagún, en el punto señalado como el centro geográfico del Camino Francés, junto a la ermita de la Virgen del Puente. Habían pasado menos de 3 horas desde nuestra salida de Moratinos. Era domingo y Colette quería ir a la iglesia, por lo que apretamos el paso para ver si llegaba a tiempo a misa de 12.

 
Preguntamos al llegar a la ciudad y ella se fue hacia la iglesia; me dijo que se encontraba mejor del tobillo y que después seguiría caminando. Yo quería descansar un rato en Sahagún, y me dirijí al albergue municipal, que ya estaba abierto. Hacía mucho frío para estar en la calle y no me apetecía meterme en un bar.

La verdad es que estaba agotada. Los 10 km recorridos por la mañana habían hecho mella en mi cuerpo, había andado más rápido de lo acostumbrado  y además hablando por el Camino, lo que roba fuerzas y energía. Mis gemelos estaban agarrotados.

En fin, entré en el albergue municipal de Cluny y me atendieron estupendamente. Descansé un rato en una comodísima butaca del hall, tenían encendida la calefacción. El edificio es precioso. Mientras reposaba llegó un peregrino alto y robusto, ataviado con un sombrero de ala ancha y bordón, bigote y tez oscura. Preguntó para hospedarse... oí cómo le comentaba a la hospitalera que quería parar en Sahagún tan temprano para así poder "perderse" de unos peregrinos que había conocido en el Camino hacía unos días, que lo único que querían era charlar continuamente. Quería estar tranquilo. 


Sonreí para mis adentros. Le entendía perfectamente. Veréis: mucha gente hace el Camino de Santiago acompañado, en grupo, con amigos... pero otra gran mayoría, en la que me incluyo, lo hace en solitario por decisión propia. El Camino se convierte entonces en un viaje de introspección y encuentro con uno mismo. Al final de la jornada y en las paradas, está la alegría de compartir pan, vino y mesa con los otros peregrinos.

La hospitalera me informó de los sitios de interés de Sahagún, que no eran pocos. Di una vuelta por la ciudad y realmente era preciosa. Me acerqué a la iglesia donde había ido Colette, y por lo visto la misa era a otra hora. Perdí su pista. ¿Qué iba a hacer ahora? La próxima población era Bercianos, a 10km más, y sabía que Colette iba a llegar hasta allí ese día. La verdad es que me veía capaz de caminar un total de 20km de etapa, pero no me decidía.


Estando ya casi a la salida de Sahagún, vi a un mendigo enfilar el Camino por las afueras (tenía más pinta de ladrón que de mendigo); ya lo había visto un rato antes en una plaza cuando había intentando llamar mi atención. No tengo problemas con los mendigos, pero éste me dio mala espina. Volví sobre mis pasos. 

Decidí quedarme en Sahagún, aprovecharía para visitar la ciudad. Hasta ese momento y después de caminar tantos kilómetros al día, no me solía quedar tiempo ni muchas fuerzas para visitar las ciudades. Hoy iba a hacer algo distinto. Volví al albergue y sellé la credencial.

El dormitorio estaba en una sala enorme, y escogí una litera lo más alejada posible... ¡mejor si los ronquidos quedaban lejos! Después de una ducha con abundante agua caliente me masajeé bien las piernas con Flogoprofen para  poder relajar la musculatura. Había lavadora y secadora con monedasen el albergue, aunque normalmente yo lavaba la ropa a mano a diario por las pocas mudas que llevaba (por llevar menos peso en la mochila).


Iba a salir a visitar la iglesia de la Virgen Peregrina, donde nos daban una credencial por haber pasado por la mitad geográfica del Camino, cuando un peregrino australiano solicitó mi ayuda. Intentaba recargar la tarjeta de su móvil español sin éxito. Aunque le dediqué un buen rato, no lo conseguimos. Más tarde le vi de nuevo: había podido cargar saldo en una tiendecita abierta junto al albergue. Me dio las gracias varias veces, en un polite english... ahora me cuesta recordar su nombre, pero nos veríamos más veces en el Camino hasta León.

Llegué a la iglesia cayendo ya el sol en el horizonte, pero pude visitarla. Allí estaba ella, la Virgen Peregrina. La imagen, del siglo XIII, me pareció preciosa. Me encomendé a ella para que me guiara y protegiera en mi Camino hasta Santiago. 


A la vuelta me encontré con el peregrino solitario que venía de cenar, y me recomendó uno de los restaurantes de la plaza, donde ofrecían un completo menú del peregrino a un módico precio. Después de cenar compartiendo mesa con otro peregrino que conocí en el restaurante, llegó la hora de retirarse a descansar. El comedor del albergue estaba lleno de peregrinos coreanos con sus móviles y tabletas; los australianos estaban inmersos en la lectura de sus libros. En breve iban a apagar las luces, había que dejar el albergue al día siguiente antes de las 8 de la mañana. Volvería a amanecer un nuevo día. 



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