Amaneció un nuevo día, el primero en toda mi
aventura a Santiago en que no sabía hacia dónde me iba a dirigir. Realicé el
ritual de cada mañana: crema hidratante en los pies, volver a hacer la mochila
paso a paso, desayunar algo caliente antes de la partida. Tenía claro que no
iba a ir a Calzadilla de la Cueza (por las malditas chinches), pero tampoco me
convencía coger el autobús e ir hasta Sahagún. Mi Camino se estaba
desvirtuando.
Con mis compañeros coreanos nos dirigimos al bar
donde venden los tickets del autobús, allí tomamos algo y dimos buena cuenta de un
rico roscón de Reyes al que nos invitaron. Si, estábamos a 6 de enero. A mi
amiga coreana le dolía bastante el tobillo, y de nuevo rechazó mi oferta de que
la acompañara al centro de salud. Yo estaba ahí sentada, en el bar, sin saber
hacia adónde ir: ¿un tren a Santiago? ¿Bus a Sahagún? Era incapaz de tomar una
decisión, no podía seguir adelante. Necesitaba más tiempo para pensar. Y la
respuesta la iba a encontrar caminando.
Decidí en ese momento que llamaría a Jesús, el
taxista que me recogió el día anterior en Villasirga, para que me dejara en el
mismo punto donde había terminado mi Camino. Iba a andar los 6 kms que me había
saltado a la torera; andaría hasta Carrión de los Condes. Después, sabría qué
dirección tomar.
El dueño del bar, un hombre muy majo, al saber de
mis intenciones, se ofreció a guardarme la mochila (pesaría unos 7 kg) hasta
que volviera a pasar por allí. Al principio dudé, pero luego acepté agradecida
su ofrecimiento: era tontería cargar con más peso del necesario si podía
evitarlo. Y así, casi a las 10 de la mañana, volvía a estar en Villalcázar de
Sirga retomando el camino, dirección a Carrión de los Condes.
La etapa volvía a transcurrir al lado de la carretera,
y casi no había desnivel. Fue un tramo monótono, pero lo prefería a hacerlo en
coche: el poder ver el pueblo como se iba acercando desde el horizonte era
precioso. En ese momento me di cuenta de que Carrión de los Condes ya me había
ganado el corazón.
En fin, estaba contenta porque no iba a dejar
ningún cabo suelto, ninguna etapa sin andar. Después de meditarlo paso a paso,
descubrí que no me apetecía realizar atajos en autobús, ni ir a Santiago… mi
último objetivo había sido llegar a Sahagún (unos 42km más lejos), pero decidí
que Carrión era un bonito sitio donde finalizar mi Camino. Si nunca lograba
volver para continuar, guardaría un muy buen recuerdo del final de mi
experiencia. ¡VOLVIA A CASA!
Me habían hablado muy bien del Monasterio de San Zoilo,
a las afueras de Carrión de los Condes: mis primos Ana y Patxi se habían alojado
allí una noche cuando él hizo el Camino en bici. Por ser la última noche, me
iba a regalar una estancia en un sitio mágico y lleno de lujos para una
peregrina como yo (de ilusión también se vive…)
Llegué a Carrión y paré en el bar a recoger la
mochila. Seguí el Camino cruzando todo el pueblo, estaba empezando a chispear.
El Monasterio se encontraba al otro lado del río. A mi llegada, vi todo muy
desangelado. Me acerqué a una puerta que daba a los jardines, y pude ver un
cartel que rezaba que habían cerrado por vacaciones hacía un día o dos. ¡Mi
gozo en un pozo!
Tampoco le di más importancia. Miré bien a mi
alrededor, puesto que mi Camino se acababa allí. Y como con los años la memoria
nos va fallando, tomé esta fotografía para recordar el punto hasta donde
llegué:
Era 6 de enero de 2014, había empezado a caminar el
10 de diciembre de 2013; había hecho un total de 310km (igual alguno más),
conocido a gente estupenda, pasé mucho frío, supe sobreponerme a los
imprevistos del Camino y a seguir a pesar de las dificultades. Pero era hora de
volver a casa, a mi hogar, a recuperarme de mis lesiones y a sentarme calentita
al lado de la estufa de leña tejiendo mantas de ganchillo.
Volví sobre mis pasos y paré a comer en un bar,
planteándome volver al albergue Espíritu Santo con mis monjitas; no sabía si me
aceptarían una segunda noche. ¡Claro que me aceptaron! Me acogieron de nuevo
con un calor humano incomparable.
Lo primero que hice fue comprar los billetes de
vuelta a casa. Autobús a Palencia, tren a Madrid y de Madrid vuelo directo a Menorca,
llegaría sobre las 20h.
Esa noche llegó al albergue un romano que iba a
empezar el Camino al día siguiente desde Carrión de los Condes. Disponía de
pocos días, me dijo que igual lo combinaba con el autobús, pues quería llegar a
León. También se alojaron un grupo de estudiantes de USA, que habían llegado
con su profesor de español a hacer un tramo del Camino de Santiago. Eran
universitarios, súper simpáticos, tanto que me fui a cenar con ellos a una
hamburguesería, a celebrar mi despedida del Camino. Fue una noche muy especial,
compartiendo risas y cervezas.
Ya en el albergue, a punto de ir a dormir, fui
consciente de que, 24 horas más tarde, volvería a estar en casa. Me sentía
orgullosa de mi hazaña. Nunca, en mis sueños más fantásticos, hubiera podido
imaginar que fuera capaz de vivir esta aventura, y mucho menos, en solitario.
Bueno, acompañada de todos los peregrinos y buena gente que en algún momento
compartieron el Camino conmigo, uno nunca está realmente solo…
Al día siguiente volví al bar donde estuve el día
anterior para comprar el billete de autobús a Palencia. El dueño volvía a estar
allí, me deseó un buen viaje y comentamos con él que, efectivamente, Carrión de
los Condes era un buen lugar para, quizás en el futuro, volver a retomar el
Camino, mi Aventura a Santiago. Me dijo que ellos me estarían esperando. Me
quedé con eso, con la esperanza de poder volver algún día donde lo dejé y
continuar mi Camino hasta Santiago de Compostela.
¿Habrá segunda parte?