Cogí
el autobús a primera hora de la mañana en Frómista, rumbo a Palencia. Allí
enlacé con el tren que me llevaría hasta Pamplona; mis primos llegarían esa
misma tarde y me pasarían a recoger a la estación.
Me
encanta viajar en tren; las estaciones y los andenes tienen para mí un encanto
especial, como la de Palencia.
Volvería a pasar por esa estación dos veces más…
Mis
primos estaban de vacaciones (Patxi es de Pamplona); Ana había tenido una caída
a mediados de diciembre fisurándose la cadera, por lo que también cojeaba y no
podía hacer muchos estragos; esos días nos haríamos compañía mutuamente.
Al
día siguiente de mi llegada fui a uno de los Hospitales de Pamplona para que me
visitara el traumatólogo. Pensé que me harían alguna prueba o radiografía,
teniendo en cuenta la gravedad de mi lesión, pero el médico que me visitó tan
sólo hizo una exploración de la rodilla, diagnosticando tendinitis rotuliana.
Antiinflamatorios, hielo 3 veces al día y reposo.
-
¿Vas a
reincorporarte al Camino? – preguntó (le había dicho que la lesión me la había
provocado haciendo el Camino de Santiago)
-
¿?
-
Si vas a
seguir, te aconsejo que descanses unos 7 días (si es posible y tienes familia o amigos aquí) antes de reemprender la marcha.
Me
quedé patidifusa. No lo esperaba en absoluto. Yo que creía que me había
fastidiado de verdad la rodilla… era tendinitis. No quiero decir con eso que no
tuviera el menisco inflamado cuando paré de andar, pero igual me había
bajado ya la inflamación durante mi reposo en Frómista.
Esos
días en Pamplona, aparte de descansar, los aprovechamos para ir de compras de
Reyes (o del Olentzero de Navarra, ¡qué mono es!) y para salir algún día a
tomar unos pinchos. A pesar del frío y de que algún día incluso lloviznaba, el
ambiente en la calle era increíble. Ved si no lo abarrotada que estaba la calle San Nicolás
el 27 de diciembre: y no era gente de paso, ¡estaban en los bares tomándose unos
potes!
A
los dos días de mi llegada a Pamplona había tomado la decisión de volver a
casa. Me quedaría unos días más con ellos y volvería a Menorca. Mi primo
propuso que fuéramos al día siguiente con unos amigos suyos de excursión a
Roncesvalles, ya que me había perdido yo esa etapa por empezar en Pamplona, y decía que era un sitio precioso. ¡Claro que sí! Me atraía mucho la idea, estaba encantada.
Subiendo
por la carretera que nos llevaba a Roncesvalles estaba nevando, y bastante. Un
paisaje precioso. Recuerdo que uno de los temores que tenía al hacer el Camino
era que me pillara una nevada, puesto que no tengo experiencia en caminar sobre
nieve y mucho menos con hielo. En Menorca no tenemos monte y si nieva un día, a
las pocas horas está toda fundida. En Roncesvalles, y cojeando, di mis primeros pasos.
El
paisaje era de postal de Navidad. Precioso; los blancos tejados inclinados de
las casas, los copos cayendo sobre nosotros, el bosque todo nevado… fue una
excursión inolvidable.
Aún
cojeaba (me duró la cojera hasta la vuelta a casa), aunque no me dolía ya la rodilla. Me resultó
difícil caminar sobre la nieve, menos mal que llevaba mi bastón de treking
siempre conmigo. Pero estaba feliz.
Visitamos
la Colegiata de Roncesvalles: el claustro me maravilló, estaba cubierto de
nieve hasta casi 2 metros; allí me hicieron una de mis fotografías preferidas del Camino.
Empecé
a ver signos del Camino de Santiago. Indicaciones, mapas, algún peregrino que
salía a pesar de la nevada; señales que indicaban por dónde discurría el
sendero… algo se encendió en mí de nuevo. Era la nostalgia del Camino. Entramos
luego en la iglesia, y me encontré de frente este cartel:
No sé si vosotros creéis en las señales. Yo, no mucho. Pero en
ese momento decidí, en mi interior, que volvería al Camino. Era 29 de
diciembre.
Pasé
una Nochevieja inolvidable con mis primos y su familia, y al día siguiente, 1
de enero de 2014, volví a la estación de Pamplona y tomé el tren de regreso a Frómista.
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