viernes, 3 de octubre de 2014

Posada en Pamplona

Cogí el autobús a primera hora de la mañana en Frómista, rumbo a Palencia. Allí enlacé con el tren que me llevaría hasta Pamplona; mis primos llegarían esa misma tarde y me pasarían a recoger a la estación.

Me encanta viajar en tren; las estaciones y los andenes tienen para mí un encanto especial, como la de Palencia. Volvería a pasar por esa estación dos veces más…


Mis primos estaban de vacaciones (Patxi es de Pamplona); Ana había tenido una caída a mediados de diciembre fisurándose la cadera, por lo que también cojeaba y no podía hacer muchos estragos; esos días nos haríamos compañía mutuamente.

Al día siguiente de mi llegada fui a uno de los Hospitales de Pamplona para que me visitara el traumatólogo. Pensé que me harían alguna prueba o radiografía, teniendo en cuenta la gravedad de mi lesión, pero el médico que me visitó tan sólo hizo una exploración de la rodilla, diagnosticando tendinitis rotuliana. Antiinflamatorios, hielo 3 veces al día y reposo.
-         ¿Vas a reincorporarte al Camino? – preguntó (le había dicho que la lesión me la había provocado haciendo el Camino de Santiago)
-         ¿?
-         Si vas a seguir, te aconsejo que descanses unos 7 días (si es posible y tienes familia o amigos aquí) antes de reemprender la marcha.

Me quedé patidifusa. No lo esperaba en absoluto. Yo que creía que me había fastidiado de verdad la rodilla… era tendinitis. No quiero decir con eso que no tuviera el menisco inflamado cuando paré de andar, pero igual me había bajado ya la inflamación durante mi reposo en Frómista.

Esos días en Pamplona, aparte de descansar, los aprovechamos para ir de compras de Reyes (o del Olentzero de Navarra, ¡qué mono es!) y para salir algún día a tomar unos pinchos. A pesar del frío y de que algún día incluso lloviznaba, el ambiente en la calle era increíble. Ved si no lo abarrotada que estaba la calle San Nicolás el 27 de diciembre: y no era gente de paso, ¡estaban en los bares tomándose unos potes!


A los dos días de mi llegada a Pamplona había tomado la decisión de volver a casa. Me quedaría unos días más con ellos y volvería a Menorca. Mi primo propuso que fuéramos al día siguiente con unos amigos suyos de excursión a Roncesvalles, ya que me había perdido yo esa etapa por empezar en Pamplona, y decía que era un sitio precioso. ¡Claro que sí! Me atraía mucho la idea, estaba encantada.

Subiendo por la carretera que nos llevaba a Roncesvalles estaba nevando, y bastante. Un paisaje precioso. Recuerdo que uno de los temores que tenía al hacer el Camino era que me pillara una nevada, puesto que no tengo experiencia en caminar sobre nieve y mucho menos con hielo. En Menorca no tenemos monte y si nieva un día, a las pocas horas está toda fundida. En Roncesvalles, y cojeando, di mis primeros pasos.

El paisaje era de postal de Navidad. Precioso; los blancos tejados inclinados de las casas, los copos cayendo sobre nosotros, el bosque todo nevado… fue una excursión inolvidable.


Aún cojeaba (me duró la cojera hasta la vuelta a casa), aunque no me dolía ya la rodilla. Me resultó difícil caminar sobre la nieve, menos mal que llevaba mi bastón de treking siempre conmigo. Pero estaba feliz.

Visitamos la Colegiata de Roncesvalles: el claustro me maravilló, estaba cubierto de nieve hasta casi 2 metros; allí me hicieron una de mis fotografías preferidas del Camino.


Empecé a ver signos del Camino de Santiago. Indicaciones, mapas, algún peregrino que salía a pesar de la nevada; señales que indicaban por dónde discurría el sendero… algo se encendió en mí de nuevo. Era la nostalgia del Camino. Entramos luego en la iglesia, y me encontré de frente este cartel:



No sé si vosotros creéis en las señales. Yo, no mucho. Pero en ese momento decidí, en mi interior, que volvería al Camino. Era 29 de diciembre.

Pasé una Nochevieja inolvidable con mis primos y su familia, y al día siguiente, 1 de enero de 2014, volví a la estación de Pamplona y tomé el tren de regreso a Frómista. 



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