Volvía a estar de lleno en el Camino y, como
llevaba haciendo desde el principio, me planteé la posibilidad de cruzar la
provincia de Palencia. Salvar los 500 km que me separaban en ese momento de
Santiago de Compostela tenía ya claro que no era viable, tanto por mi lesión
como por el hecho de que llevaba casi un mes fuera, y mi presupuesto alcanzaba
para sólo unos pocos días más.
¿Hasta dónde quería llegar? Me había quitado el
sentimiento de fracaso con el que me quedé en Itero de la Vega, justo entrando
en Palencia. La próxima provincia en el Camino era León, y su primera población
Sahagún. En ese momento me separaban de ella 58 km desde el punto donde me
encontraba, Población de Campos. Calculé que, andando una media de 12km
diarios, en 5 días podía estar en León, y volver a casa. ¡Iba a intentarlo!
La etapa del día se me presentaba bien. Había
descansado poco por haber trasnochado, pero me sentía de muy buen humor.
Carrión de los Condes quedaba a demasiada distancia para mí, casi 16
kilómetros, y leí en mi guía que en Villalcázar de Sirga había un Hostal
abierto (los albergues estaban cerrados), y sólo tenía que andar 10 km. Podría
tener además una habitación para mí sola, calefacción, ¡igual una bañera!...
que después de mi estancia en el albergue municipal de Población, sería un
lujazo. Soñar es gratis…
Fui a desayunar y a despedirme de Inma por la
mañana. El albergue municipal de Población cobraba un módico precio por la
estancia, y cuando le pagué le di algo más de dinero para que se lo hiciera
llegar a Joan, el peregrino que regresaba a su casa gracias la caridad de la gente.
No quise dárselo yo directamente para que no se rompiera la magia del día
anterior, en que éramos compañeros, peregrinos compartiendo el Camino, iguales…
El se sentía mal cuando recibía dinero de otras personas, decidí no hacerle
pasar ese mal trago conmigo. Como sabía que Inma ya le había ayudado y lo haría
de nuevo, preferí que le llegara a través de ella, sin que supiera de mi aportación.
Salí feliz de Población de Campos y, a pesar
del frío, estaba contenta, iba cantando por el Camino, que discurría por un
andadero al lado de la carretera. Me encontré con más peregrinos, la mayoría
coreanos; cuanto más cerca de Santiago me encontraba más gente me topaba en el
Camino, y esto era reconfortante para mí.
Debido a mi lentitud y a los andaderos parecía que
no avanzaba en absoluto, aunque no era así. Llegué a Villarmentero y paré en el
porche de una vieja iglesia, donde pude sentarme y descansar un rato. Hacía
mucho frío, era 5 de enero.
Y así, paso a paso, sin prisa por llegar y
disfrutando del Camino, llegué a Villalcázar de Sirga. Me había aconsejado Inma
que visitara la iglesia templaria Santa María la Blanca, me comentó que era
un lugar mágico y con mucha energía. Al estar enfrente y ver los escalones que
tenía que subir, desistí de mi idea. Aparte, sólo estaba abierta por la mañana,
y ya eran casi las 2 de la tarde. Coincidencia o no, no vería esta iglesia. Han
escrito muchas novelas y hecho películas sobre la Orden del Temple, me
emocionaba poder visitar algunos de sus templos. Pero éste no lo visité, y
Castrojeriz, cuna de los Templarios, fue una población de la que no guardo muy
buen recuerdo, fue una de las peores experiencias de mi aventura a Santiago. Los templarios y yo no echábamos muy buenas migas...
Entré en el bar enfrente de la iglesia, que
regentaba el hostal donde pensaba hospedarme. Ese día era la noche de Reyes,
había un ambientazo en el bar. Al preguntar por alojamiento, me dijeron que el
hostal estaba cerrado. ¿Cómo? ¿He entendido bien? ¿Está usted segura? ¿Hay otro
alojamiento en el pueblo? Dos síes y un no. Es decir, que en este pueblo no me
iban a acoger de ningún modo. Se esfumó mi idea de un baño caliente… en el
Camino, ¡mejor no andar con expectativas! Por el trato que me dispensaron, no me sentí bien acogida en el pueblo. De hecho, parecía que les molestaba la presencia de los peregrinos.
Les pedí si era posible comer algo, ¡con el
estómago lleno las cosas se ven de otra manera! Me prepararon un buen plato de
espaguetis del que eché buena cuenta. Mientras esperaba la comida, estudié las
posibilidades que tenía. No pensaba volver a Frómista, aún sabiendo que Lourdes me
recibiría con los brazos abiertos y estaba a pocos kilómetros; sólo era
cuestión de llamarla y vendría a recogerme; había que seguir adelante. Me
separaban 6 km de Carrión de los Condes, iba a tardar casi 3 horas en llegar
andando, y al acabar de comer serían ya más de las 3 de la tarde. También, tenía
anotado el teléfono de un taxista de Carrión, con el que había hablado el día
anterior y quedado en que, si tenía algún problema y me tenía que parar a mitad
de Camino, vendría a recogerme (estas etapas transcurrían al lado de la
carretera, en los andaderos). Me decidí por la última opción.
Llamé a Jesús García, y vino a recogerme enfrente
del bar. Me llevó a Carrión de los Condes, y me dejó junto al albergue Espíritu
Santo. Me aseguró que las monjas me acogerían, aunque hubiera hecho un trozo en
taxi, y más en invierno que hay menos peregrinos en el Camino. Y así fue. Mi estancia entre ellas fue como estar en un pedacito de cielo.
Me alegré de volver a coincidir en Carrión con la
peregrina coreana que se había quedado en Betania unos días, por estar indispuesta.
Había otra pareja de coreanos haciendo el camino, que me habían adelantado una
horas antes. Mi amiga me contó que por la mañana se había caido, había cedido
por el peso de la mochila en su espalda, que pudo más que ella, y cayó hacia
atrás torciéndose el tobillo. Le dolía bastante. Había llamado a su madre que le
aconsejó que dejara el Camino. Yo me ofrecí a acompañarla al centro de salud
de Carrión, pero ella ya había decidido que iría al Hospital de Sahagún en
autobús por la mañana.
¿Qué iba a hacer yo? La próxima población era
Calzadilla de la Cueza, estaba a 17 km. No veía posible volver a Villalcázar y
caminar 6 + 17 en un día, ese tramo que hice en taxi iba a quedarse así.
Tampoco sabía si sería capaz de llegar al albergue de Calzadilla, y el Camino
no transcurría esta vez junto a la carretera. Llamé al hospitalero comentándole
mi situación, y me dijo que, en el caso que no pudiera llegar a mi destino, él
podría venir en coche a recogerme en el punto del Camino donde me encontrara.
Bien, - pensé – tema solucionado.
Era 5 de enero y las monjas me informaron de que esa
noche se celebraba la misa de la adoración y la cabalgata de Reyes. ¡No pensaba
perdérmelo! Paseé por el centro: Carrión de los Condes me encantó. Iba
observando todo cuanto se presentaba ante mis ojos: los escaparates, las
fachadas de los edificios, el bullicio de la gente, la ilusión en los ojos de
los niños ante la inminente llegada de los regalos… No pude llegar a pasar la
Nochebuena en esta población por mi lesión, pero estaba feliz de estar allí en
la noche de Reyes.
Entré con la misa empezada en la iglesia, pero pude
participar cantando villancicos con el coro. Siempre me ha gustado la misa del
gallo, aunque hace ya años que no participo en este tipo de celebraciones.
Disfruté como una chiquilla.
Al acabar la misa, la cabalgata. Como en todos
sitios, se sentia el bullicio en la calle, el griterío de la gente aclamando a
los Reyes Magos y los caramelos volando sobre nuestras cabezas. Fue un momento
entrañable. Después fui a cenar al Chanfixx, un restaurante que me había recomendado
una amiga de Menorca cuyo marido es de Carrión. Cené estupendamente, y el trato
que me ofrecieron me hizo sentir como en casa.
De vuelta al albergue, ya era hora de acostarse. Mi
amiga coreana seguía preocupada, e
intentaba decirme algo respecto al albergue de Calzadilla que no lograba
entender. La pareja de peregrinos también tomarían el autobús a Sahagún al día siguiente, ¿por
qué? Finalmente entendí que un amigo suyo coreano que había estado unos días
antes en este albergue les había advertido que se habían encontrado con
chinches. ¿Chinches? ¡CHINCHES!. Los coreanos tenían un spray con el que
siempre rociaban las camas y alrededores de donde se acostaban, un repelente
que habían comprado en la farmacia. Había oído hablar de los chinches en el
Camino, aunque no esperaba encontrarme en pleno invierno. Esto ya fue demasiado
para mí. Tendinitis, vale. Frío, pasa. Compartir habitación con desconocidos que además roncan, pues bueno. Andar cojeando y a menos de 3km la hora, también. Pero lidiar con chinches… por ahí no estaba dispuesta a pasar.
Calzadilla es un pueblo de 55 habitantes y no había nada más abierto donde alojarse. Mis compañeros
cogían al día siguiente el autobús a Sahagún. Me acosté con la incertidumbre de
qué haría al día siguiente, pero con la certeza de que el Camino me diría hacia adónde ir.
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