domingo, 28 de septiembre de 2014

Castrojeriz, km. 264

Castrojeriz, km. 264

22 de diciembre de 2013, dos días para Nochebuena. Doceavo día de mi Aventura a Santiago.

Había estado mirando las próximas poblaciones con albergues abiertos para elegir dónde pasar la Nochebuena. La verdad es que, si hubiera seguido con el grupo, no me hubiera importado dónde celebrar la Navidad, me habría sentido como en casa en cualquier sitio. Me apetecía mucho dormir en Nochebuena en Carrión de los Condes, aunque eso significaba andar 72 km en tres días, y mi rodilla no andaba nada bien.


Me puse en marcha al alba, era domingo. No se oía ni veía un alma en Rabé de las Calzadas. Enfilé el camino siguiendo las flechas y ya enseguida salí a los campos; estaba ya en la meseta castellana. Me maravillaba el paisaje que tenía ante mis ojos, y con ellos fijos en el Camino pensaba en mis compañeros que habían pasado y dejado sus huellas en él horas o días atrás.


Había helado de nuevo y estaba nublado, pero por lo menos, seguía sin llover. Una de mis preocupaciones en el Camino era encontrarme con una tormenta, por lo que aprovechaba para hacer kilómetros mientras hiciera bueno. Gracias al móvil, consultaba a diario la previsión del tiempo y, un día más, no iba a llover.

Llegué a Hornillos después de 8 km (debí tardar unas 3 horas), estaba todo cerrado. También la iglesia, aunque paré a cobijarme en su porche para descansar un rato y reponer fuerzas comiendo un poco.


Proseguí con decisión mi Camino: la próxima población era Hontanas, donde pensaba dormir. Disponían de albergue abierto y estaba a 10,5 km, serían en total 18,50 km de etapa que, teniendo en cuenta mi lesión, ya era suficiente. Pero ¡oh destino! Llamadle cabezonería, espíritu de lucha o tozudez, decidí seguir adelante.

Comí en el bar de los que llevaban el albergue municipal, una gente amabilísima. Me dolía la rodilla, pero como la noche anterior había llegado a la conclusión de que probablemente era una blanda por no hacer como los demás y seguir a pesar del dolor, decidí continuar hasta Castrojeriz (9,20 km más, serían en total 28). En ese momento pudo más mi mente que el sentido común y mis problemas físicos; viéndolo ahora desde la distancia y después de leer los comentarios de los peregrinos sobre el albergue de Hontanas, más me hubiera valido quedarme allí ese día. Pero quería por lo menos intentar llegar a Carrión de los Condes por Navidad, y ¡el mundo está hecho para los valientes!

Hontanas
Tenía dos opciones para el último tramo del día: seguir las flechas amarillas, que se adentraban en los campos llenos de barro y que al cabo de 4 km iban a desembocar de nuevo en la carretera, o enfilar directamente ésta. Como en el asfalto se me cargaban más las piernas, opté por la primera opción; pero al poco me arrepentí y volví a la carretera. Me dolía la rodilla a cada paso, pero seguía firme en mi decisión; además, me había colocado unas tiras que me había dado el fisio de Burgos para sujetar la rótula (luego vi que fue peor el remedio que la enfermedad), con lo que estaba tranquila con que hacía lo que debía.

De repente, ¡zas! Se me estropea el bastón. No os lo he dicho, pero caminaba con un solo bastón, el que me había acompañado en mis excursiones por Mallorca y Menorca los últimos años. Ahora se hundía al apoyarlo en el suelo. Andaba cojeando, y ¡no podía ayudarme con él! Seguí unos metros más, mientras iba pensando cómo demonios iba yo a llegar a Castrojeriz a ese paso… no os creeréis lo que me pasó. Apoyado en el tronco de un árbol junto a la carretera, me encontré una especie de bordón apañado con el palo de una escoba, el mango de un paraguas y un taco de goma en la base, todo ello unido con cinta aislante negra. Miré a todos lados buscando a su dueño… ni un alma en los alrededores. Esperé. Nadie.


El bastón-escoba era de mi medida. No podía creer que hubiera aparecido justo en el momento en que lo necesitaba; tenía la pinta de haber sido dejado ahí aposta por algún vecino que, tal vez, se dedicara a ayudar a la gente (que, como yo, andaba ya tan cansada)  haciendo bastones y dejándolos en el camino.

Llegué al convento de San Antón, que por las fotos que había visto me apetecía mucho visitar. No sé si sería el día, o cómo me sentía yo en ese momento, que me dio mal rollo. Estaba medio en ruinas y parecía una casa fantasma. Paré un poco más adelante en la orilla del Camino para descansar.


Me quedaba poco más de una hora para llegar a Castrojeriz. Me había creado muchas expectativas con este pueblo, que al final se quedaron en eso. Hay que ver, el Camino de Santiago me enseñó que muchas veces quedamos decepcionados con lugares o personas por la idea que nos habíamos formado de ellas; y otras veces, las que pensábamos que iban a pasar sin pena ni gloria, nos sorprendían hasta el extremo. ¿Era bueno entonces, planificar tanto? ¿Forzar para llegar a un destino que, al final, no era lo que esperábamos?

Castrojeriz me pareció un pueblo precioso. La cuesta de subida hasta el albergue se me hizo interminable y durísima (en todos los pueblos el Camino de Santiago pasa junto a las iglesias, que normalmente están en el alto de los mismos).


Llegué al albergue a las 4 de la tarde, estaba exhausta. No estaba el hospitalero y el albergue estaba vacío. Me encontré una nota que invitaba al peregrino a entrar y elegir litera. Me senté en una silla a esperar: hacía un frío que pelaba. No había nada que caldeara el gélido lugar. Sabía que había algún hotel abierto en Castrojeriz, pero estaba tan cansada que no podía dar paso. Al cabo de una hora llegó otro peregrino. ¡Al fin! Hacía 2 jornadas que no me había encontrado con ninguno. Esperamos un poco más, eran pasadas las 5 de la tarde, hasta que me decidí a llamar a un teléfono que encontré por ahí apuntado. El hospitalero estaba en una comida familiar (era domingo), la señora nos dijo que en un rato aparecería en el albergue.

Cuando finalmente llegó nos atendió muy amablemente, la verdad es que fue muy servicial. Nos explicó que la calefacción estaba estropeada y que el ayuntamiento no quería poner dinero para arreglarla. ¡Estábamos en diciembre! Nos encendió dos estufas de butano en el sala de las literas, y nos dijo que por la noche debía apagarlas, puesto que no era seguro dejarlas encendidas. Estaba congelada.

El hospitalero, al verme cojear, me dijo que debía tener tendinitis, que había visto muchas entre los peregrinos. Se ofreció a, más tarde, hacerme un masaje para aliviarme el dolor. Yo no me fiaba mucho, la verdad, porque se le notaba muy contento a su vuelta de la comida, tal vez demasiado, y no le conocía de nada. Pero un chico que le acompañaba y ayudada me dijo que sí podía confiar en él. La verdad es que el hospitalero ya me había arreglado el bastón (sigue funcionando, aunque ahora ando con dos), por lo que le estaba muy agradecida. En fin, quedé con que él volvería más tarde a mirarme la rodilla.


Recuerdo que había un hombre del pueblo que pasó por allí, y hubo un momento en que me quejé del frío que hacía en el albergue. El hombre fue muy rudo conmigo, diciéndome que si quería comodidades me fuera a un hotel. Que el verdadero peregrino no se queja, agradece. No volvería a hacerlo en lo que me quedaba de Camino. Aunque, la verdad, mi queja creo que era justificada, ya que no podía sacarme el frío del cuerpo después de pasar todo el día a la intemperie, sin más cobijo que el del bar de Hontanas donde que comí. No esperaba que los albergues de las poblaciones más grandes fueran los que estaban peor gestionados (como ya me pasó en Nájera)

Escogí una litera y tal cual iba vestida me embutí en el saco y me tapé con otras 2 mantas, para poder entrar en calor. Llegaron dos peregrinos más. Todos chicos jóvenes. Yo no podía ni moverme, pero por lo menos ahora estaba calentita. Tenía que cenar algo, se había hecho ya de noche; ese día, por el frío y por el aspecto sucio de las duchas, fui incapaz de darme una ducha. Por un día, pensé, no pasaría nada.

El hospitalero (lo siento, no recuerdo su nombre) me recomendó un sitio para cenar (en el albergue no disponen de cocina); me acompañó. Mientras él se quedaba tomando cervezas en la barra, la dueña del bar me preparó unos espaguetis con tomate buenísimos, y antes me hizo una infusión calentita para que me volviera el color al rostro. Empecé a volver en mí. Sólo me faltaba que el hospitalero mirara mi rodilla, me habían dicho que era muy buen masajista y que ayudaba a muchos peregrinos.

Volví al albergue y le esperé… en vano. O bien tuvo cosas que hacer, o se le olvidó… Cuando ya todos se fueron a dormir, me puse los cascos y me arropé bien con las mantas, dando las gracias por tener un sitio donde cobijarme del frío invierno. Apagamos las luces y me dormí.





viernes, 26 de septiembre de 2014

Rabé de las Calzadas, km. 236

21 de diciembre, tres días para Nochebuena. Dispuesta a continuar mi Aventura a Santiago después del día de reposo en Burgos, me levanté con muchos ánimos. Esta etapa la programé con cuidado pues no quería excederme el día de mi reincorporación; aún tenía molestias en la rodilla y tomaba antiinflamatorios. Mi punto de llegada iba a ser Rabé de las Calzadas, 12.6 km; ya había confirmado que estaba el albergue abierto.


La verdad es que a primera hora de la mañana es cuando más y mejores fotos sacaba en el Camino de Santiago; entre que iba calentando y tardaba en desentumecer el cuerpo, paraba para fotografiar los paisajes con la luz del alba. Una vez cogido el ritmo y metida de lleno en el Camino, rara vez paraba para tomar una fotografía, a no ser que algo llamara poderosamente mi atención.


Salí de Burgos con helada; hacía mucho frío y no podía andar muy rápido por la rodilla, por lo que mi cuerpo tardó en coger temperatura, a pesar de ir bien abrigada. Tuve noticias de Javier: iban una etapa por delante de mí. Me comentó que Máximo no llegó a Hontanas: le apareció un fuerte dolor de muelas y llamó a los salesianos, que fueron a buscarle y le llevaron de regreso a Burgos para que se recuperara.


Llegué a la población de Tardajos y encontré que estaba abierta la Iglesia; me acerqué y pregunté si se podía visitar: estaban ultimando los detalles del Belén. Estuve un buen rato porque estaban jugando a encontrar el gazapo?.. había algún elemento que no correspondía con la escena. Todos venga mirar, y nada. Finalmente y después de no acertar las pistas, la señora nos enseñó la figurita que desentonaba: una Campanilla en el alto de un arbolito del Belén. Seguro que todos los niños del pueblo debieron andar bien entretenidos con el juego esas Navidades…


A los pocos kilómetros llegué a Rabé de las Calzadas, un encanto de pueblo. Primero fui a un bar al lado de la Iglesia a comer algo (lo siento, no recuerdo el nombre) y el dueño del bar me atendió muy amablemente, fue un encanto. Me regaló (como hacen a todos los peregrinos que la aceptan) una cadenita de la Virgen de la Medalla Milagrosa, que me colgué enseguida del cuello. No me la quité hasta mi regreso a casa, cuando se la regalé a mi sobrina Loreto como recuerdo de mi Camino a Santiago.

Estuve muy a gusto en el albergue Liberanos Domine; la dueña amabilísima, me dejó la cena preparada para la noche. El comedor muy acogedor, con una chimenea de leña, que confortaba del frío y la soledad del Camino. En la habitación también disponía de un calefactor que calentó la estancia toda la noche.

Vista desde mi ventana en el Liberanos Domine
Fui la única peregrina alojada en el albergue. Echaba de menos a mis amigos o la compañía de algún peregrino. Llamé a José, el peregrino de Menorca que encontré el primer día en el Camino; ellos estaban ya (creo recordar) en Carrión de los Condes. Luego llamé a mi amiga Silvia, estuve comentando con ella los problemas en la rodilla y que me iba siempre quedando atrás en el Camino, cuando otros peregrinos que me iba encontrando, con problemas similares o mayores que yo (hinchazones, ampollas) seguían haciendo kilómetros a pesar del dolor.

Se me ocurrió que, tal vez, estaba pecando de prudente y debía aprender a seguir a pesar de las dificultades, intentar hacer como los demás, aguantar el dolor y amortiguarlo a base de calmantes. En fin, “mañana será otro día”, pensé. Esa noche dormí plácidamente.






jueves, 25 de septiembre de 2014

Burgos, km. 223

Amaneció lloviendo en Agés, y mientras desayunábamos estudiábamos las alternativas para llegar a Burgos. El trazado original por Atapuerca apetecía, pero había muchísimo barro y, siguiendo el consejo del dueño del albergue San Rafael, decidimos tomar la alternativa junto a la N-120.


Salimos los cuatro a la vez; los chicos querían tomar un atajo hacia Zalduendo que pasaba entre los campos, con posibilidad de encontrar barro. Yo lo había pasado tan mal en los Montes de Oca, que preferí ir por los andaderos al lado de la carretera durante todo el trayecto. Nos separamos; volví a emprender el Camino en solitario. Cuando más tarde les vi me dijeron que había ido bien; de haberlo sabido, me habría ahorrado 2 km de caminata y habría hecho la etapa en compañía, haciéndose ésta más llevadera.

Estuvo lloviendo más o menos durante una hora, aunque yo estaba bien protegida con mi capa. La verdad es que iba bien equipada para enfrentar la climatología del mes de diciembre. La etapa era cómoda y sin desniveles, pero el hecho de que casi la mitad transcurría por asfalto y el resto por andaderos planos, me cargó los músculos y la rodilla. Y para eso no iba preparada, no llevaba ni antiinflamatorios, cremas para recuperar la musculatura… ¡qué ingenua!


Llegué a Burgos después de andar 24 km: me pareció eterno, sobre todo desde que entré en el polígono, ya que el albergue municipal estaba al lado de la Catedral y había de atravesar casi toda la ciudad (unos 7 km). Ahí empecé a hacer fotos de carteles de fisioterapeutas…


Cuando por fin llegué al albergue municipal, tuve que esperar un buen rato, puesto que estaban atendiendo a otros peregrinos. En eso apareció Máximo: “¡Auxiliadora!” ¡Qué alegría verle! Casi me echo a llorar de lo agotada que me encontraba, sin fuerzas. Me dijo que Manu y Javier estaban comiendo en el bar de al lado… me acerqué a pinchar algo y a saludarles antes de sellar la credencial. Se les veía felices compartiendo mesa y risas; habían llegado hacía un buen rato ya.

El albergue de Burgos está muy bien, todo nuevo. Tiene 150 plazas pero muy bien distribuidas en literas-nido individuales con su propia luz, casillero y enchufe para cargar el móvil. Me dolía mucho la rodilla. Fui a hablar con el hospitalero para preguntarle si conocía a algún fisioterapeuta que me pudiera visitar; su mujer me consiguió cita esa misma noche, a las 21h, con su fisioterapeuta, como favor personal. La mujer, también hospitalera, un encanto, hasta me acompañó a la consulta.

En la consulta del fisio de Burgos 
El fisio me palpó la rodilla y dijo que tenía inflamación del menisco interno. Me recetó antiinflamatorios y que indicó que me pusiera hielo. Y, a ser posible, reposo. ¿Cómo? No tuve mucho tiempo para pensar. Estaba en Burgos, no había visitado la Catedral ni la ciudad y necesitaba reposo. Pero y mis compañeros, y el Camino…

Decidí quedarme un día en Burgos. En el albergue me dijeron que como había sitio y era por fuerza mayor podía quedarme otro día, pero las normas eran sólo una noche. Me hicieron salir igualmente por la mañana durante unas horas mientras se limpiaba el albergue.


Lo más difícil fue despedirme de mis compañeros de los días pasados. Estaba en el comedor viendo como Manu y Javier desayunaban, la mochila ya preparada. Luego vino Máximo… llegaron las despedidas. ¡Buen Camino! … Después de irse, no pude aguantar las lágrimas.

Era mi onceavo día desde que salí de Pamplona y aproveché para lavar la chaqueta, y resto de ropa… salí a visitar la Catedral. Antes, fui a Decathlon a comprarme unas plantillas que me mandó también el fisioterapeuta para amortiguar la pisada. Me compré también de oferta un calentito gorro de lana.


La Catedral de Burgos es imponente, pero me gustó más su arquitectura que la decoración interior. Muy recargado para mi gusto, prefiero las pequeñas iglesias románicas, como la de San Martín de Frómista. Andaba muy despacio en mi visita, y hacía un frío de muerte en la Catedral. Llevaba unas tiras que me había colocado el fisio, pero qué queréis que os diga, con ellas cojeaba más aún. Se lo comenté al hospitalero cuando pude entrar de nuevo en el albergue y casi me riñe, me dijo que ellos saben lo que se hacen y que hay que escuchar y atender todo lo que a uno le dicen. En fin… me fui a mi litera a descansar.


Estuve toda la tarde reposando y recuperando fuerzas, aunque con ganas de partir de nuevo al día siguiente. Llegaron nuevos peregrinos. Muchos empezaban el Camino de Santiago en Burgos, el albergue era su inicio de etapa. Había un grupo de coreanas que estaban todo el rato riéndose, y que fueron a cenar con un apuesto joven alemán que estaba también haciendo el Camino.

En mis paseos por la ciudad había pasado frente a un restaurante que tenía muy buena pinta, y esa noche decidí hacerme un homenaje y cené en Las Espuelas del Cid.¡Recuerdo que comí una lubina de menú que estaba exquisita!


También paseé por la Plaza Mayor y los tenderetes navideños, las tiendas estaban abarrotadas. Compré provisiones para el día siguiente.


Echaba de menos a mis compañeros. Sus risas, sus charlas, su personalidad, su compañerismo. Ellos debían estar a esas horas ya en Hontanas. Tenía el móvil de Javier, pues él pasaría las Navidades en familia y se reincorporaría al Camino… igual volvíamos a coincidir, ya que yo había reducido la marcha. No fue así. No volví a verles. Aunque sí a saber de ellos.


miércoles, 24 de septiembre de 2014

Agés, km. 199

Puesto que la etapa del día anterior había sido muy larga decidimos que hoy acabaríamos en Agés, en total 15,7 km, aunque con una fuerte subida al principio a la salida de Villafranca de Montes de Oca.


Me hacía muchísima ilusión este trayecto, puesto que había que atravesar los Montes de Oca entre bosques de robles. Si bien la noche anterior había estado lloviendo, amaneció luciendo un gran sol. La salida del pueblo empezaba ya con una cuesta bien empinada, y los primeros tramos en el bosque, aunque preciosos, eran también con una fuerte subida.

La rodilla me molestaba un poco, supongo que por el esfuerzo del día anterior. Las pendientes no ayudaban mucho, pero me lo tomé con calma puesto que tenía mucho tiempo por delante. Aunque había quedado con los otros peregrinos que iríamos a Agés, cada uno siguió su Camino en solitario.


Después de alcanzar el monumento a los Caídos (mal rollo, la verdad) vino un fuerte descenso hasta el cauce de un río, que luego tenía que volver a remontar. Lo tomé con calma, pero las piernas las tenía cargadas. Después de esta subida ya me adentré en unas pistas anchísimas rodeadas de pinar repoblado, que en un primer momento parecían fáciles de cruzar… deben de serlo en verano o primavera, pero era 18 de diciembre, había llovido la noche anterior y estaba todo embarrado y encharcado. Fueron 7,5 km de los más lárgos y difíciles de mi Aventura a Santiago. Te resbalabas en el barro y había que caminar muy lento y buscando las orillas. Me sentía impotente en algunos momentos, pero no había otra manera de avanzar. 


Pero como todo tiene su final, y normalmente después de un duro esfuerzo viene la recompensa, llegué a salir de los Montes de Oca, y alcancé San Juan de Ortega. El santuario estaba cerrado por reformas, no pude entrar en la iglesia. ¿Cómo? ¿Después de 12 km no me puedo resguardar ni en la capilla? El albergue también estaba cerrado. Desanimada, seguí cruzando el pueblo, hasta que vi una luz encendida al lado derecho del Camino de Santiago… ¡un bar abierto!

Fue una bendición encontrar la Taberna Marcela. Entré y ¡cómo brillaron mis ojos al ver una estufa de leña en el bar! Aunque había salido el sol, llevaba horas caminando lentamente entre el barrizal, y estaba helada. Debía ser mediodía. Pedí un cortado caliente y me acurruqué al lado de la estufa. Hablé con los dueños de la taberna y me dijeron que la tenían abierta igualmente en invierno puesto que ellos vivían allí y gestionaban el hotel rural que estaba enfrente. Qué queréis que os diga, con los días que llevaba en el Camino y después de haber pasado por pequeñas aldeas con todo cerrado, tener abierto el bar y con esa lumbre merecía todas las bendiciones del cielo.

Me faltaban menos de 4 km para llegar a Agés, un último esfuerzo. Además, allí iba a encontrarme con Manu, Javier y Máximo, y quién sabe si con algún otro peregrin@.


Llegué a Agés más bien temprano y busqué el albergue en el que habíamos quedado, pero el hospitalero me dijo que los peregrinos que habían llegado se habían ido a otro. Me dirigí al San Rafael, allí estaban ellos. En este albergue solían usar el altillo para acoger a los peregrinos, pero como hacía mucho frío, nos acomodaron a los cuatro en una cuádruple con baño: el precio, 16€, incluyendo la cena y el desayuno. 

Como teníamos mucho tiempo por delante nos dedicamos a inspeccionar el pueblo. La verdad, Agés es muy peculiar, sobre todo por sus habitantes. En esta población es donde más me reí en todo el Camino de Santiago. Ayudaba el hecho de que Manu  y Javier siempre la tenían pensada y todo les hacía gracia. 

En el albergue San Rafael
Las cenas eran siempre temprano, por lo que sobre las 7 ya estábamos en el comedor. La dueña, Ana María, nos dio bien de comer, y estaba acompañada por su otra hermana y un hermano del que no recuerdo ahora su nombre. No paraban de hablar y contarnos chismes del pueblo. Al parecer hay muchas envidias o malos rollos entre ellos y se dejan verdes los unos a los otros… pero lo contaban con tanta gracia (son andaluces) que nos partíamos de risa. 

Ya cuando nos fuimos a descansar, estuvimos más de una hora riéndonos en la habitación con las anécdotas de esta gente tan peculiar… Manu dijo que el pueblo Agés, debía su nombre a los personAGES que en él habitaban… ¡No podíamos parar de reír! 

En fin, había que descansar y recuperar fuerzas, porque al día siguiente llegábamos a Burgos. Eramos cuatro peregrinos muy distintos el uno del otro, que después de una tarde de risas compartidas, creamos lazos de unión entre nosotros. 




lunes, 22 de septiembre de 2014

Villafranca de Montes de Oca, km. 183

Abandoné Grañón a primera hora de la mañana, después de compartir desayuno con Francisco. Era la última población de La Rioja, por lo que, ese mismo día, iba a entrar en la provincia de Burgos. ¡Segundo objetivo cumplido! Aún con problemas en la rodilla que iban y venían, había atravesado La Rioja. ¿Conseguiría cruzar Burgos?


Otra vez sumergida en la niebla, giré la vista atrás para despedirme de Grañón, intentando grabar la imagen en mi retina para siempre. Agradecí la buena acogida, y con decisión reemprendí la marcha. ¿Qué me esperaría en los próximos días?

Grañón
Entré en la provincia de Burgos cruzando pequeñas aldeas. El próximo pueblo era Belorado que, con unos 2.000 habitantes, quedaba a 16 km de mi inicio de etapa. No disponía de albergue abierto, aunque en mi guía figuraba que había algún hostal donde hospedarme.

Ya en esta mi octava etapa empecé a ser consciente de que, a veces, en el Camino de Santiago hay que improvisar. De hecho, casi todas las etapas pasadas no las había finalizado en el punto previsto antes de mi salida. Y hoy no iba a ser una excepción.

A cada lado del Camino, los campos de Castilla. Atrás quedaron los viñedos; se abrían ante mis ojos inmensos campos de labranza que se perdían en la lejanía.


Llegué a Belorado a mediodía y paré en un bar a tomar el caldito de rigor y un rico bocadillo acompañado de un tinto. Me encontraba de buen humor y nada cansada. Había realizado etapas más largas, casi el doble de kilómetros de los que llevaba ese día. Hablé con la mesera y me dijo que el albergue de Belorado estaba cerrado, y que los próximos abiertos eran el de Villambistia (6,6 km), Espinosa del Camino (8,2) y Villafranca de Montes de Oca (11,7). Me apetecía pernoctar en Villafranca (no sé si por los nombres del juego de la Oca, me hacía gracia), pero llegando hasta ahí eran 27,6 desde Grañón. Bueno, podía llegar a Villambistia y dormir allí si me cansaba… Decidí hacerlo así, aventurarme y decidir sobre la marcha dónde pararía ese día.

A mi salida de Belorado vislumbré (¡por fin!) a dos peregrinos sentados junto al río; llevaba 2 etapas sin encontrarme a un solo peregrino en el Camino. Al acercarme vi que eran dos chicos jóvenes con los que compartí albergue en Nájera, Javier y Manu. ¡Además, dos caras conocidas! Me contaron que ellos se habían quedado en Santo Domingo, y que se habían estada preguntando qué habría sido de mí. Iban hasta Villambistia, habían quedado allí con Máximo, el salesiano argentino. Decidí seguir con ellos y parar también en el próximo albergue.


Al llegar a Villambistia: albergue cerrado. ¡Vaya! Nos habíamos fiado de los hospitaleros que nos habían informado que estaba abierto. Era mejor llamar antes….

El albergue estaba cerrado esa semana por defunción. Decidimos andar 1,5 km más hasta Espinosa del Camino (39 habitantes), no había problema… o eso pensábamos. Al llegar, estaba también cerrado. Estuvimos merodeando un rato por allí, cuando Manu vio que había unas botas en la entrada del albergue… allí había alguien. Ni corto ni perezoso, empezó a tocar la campana de la entrada con tanta fuerza, que se debía de oír desde Belorado... ¡aún me entra la risa al recordarlo! De repente nos abrió la puerta un hombre que bien podría haber salido de una película de terror, pelo y barba largos y blancos, creo que le faltaban unos cuantos dientes… ¡qué horror! Nos dijo que el albergue estaba cerrado, y además a la venta, que él era el dueño. Fue muy amable, nos contó su historia, pero nos dijo que no nos podía dar alojamiento.

Albergue La Campana, Espinosa del Camino
¿Qué opción nos quedaba? El próximo albergue abierto estaba en Villafranca de Montes de Oca. Yo pensé que era capaz de llegar, aunque para ellos, que venían de Santo Domingo, iban a ser más de 34 km de etapa. Volvimos a Villambistia, también pensando en Máximo. Ni rastro de él, debía haber parado a comer. Esperamos por si venía algún vecino y nos indicaba dónde nos podrían acoger… tampoco, ni un alma en el pueblo.

Decidimos, pues no nos quedaba otra, seguir otros 5 kms más hasta Villafranca; llamé para confirmar que estaba el albergue abierto y que íbamos para allá. Hacia atrás hasta Belorado era la misma distancia. Antes de partir, pensé en los otros peregrinos que podrían encontrarse luego en la misma situación que nosotros. Cogí un cartel de propaganda de los que colgaban en la puerta y escribí una nota que rezaba:
        Albergue CERRADO
        Albergue de Espinosa: CERRADO
        Próximo albergue abierto: Villafranca de Montes de Oca, 5 km
“ MAXIMO, TE ESPERAMOS EN VILLAFRANCA!”

Si Máximo llegaba hasta allí, tenía que ver la nota. No teníamos otra forma de contactar con él.

Manu y Javier
Los últimos kilómetros se hicieron interminables, pero al ir acompañados eso nos hacía seguir adelante con determinación. Teníamos hambre y empezaban a bajar las temperaturas.

Llegamos a Villafranca de Montes de Oca. La hospitalera nos selló la credencial y nos dijo que si queríamos nos abrirían una tiendecita para nosotros en un rato, para poder comprar provisiones. Teníamos una gran cocina y comedor a nuestra disposición, y había calefacción en el dormitorio (la había encendido al avisarla por teléfono que íbamos). Los baños estaban en otro piso, y estaban gélidos; ¡nada que no se arregle con una ducha de agua bien caliente! Pude lavar la ropa y secarla bien en el radiador, que ese día había quedado llena de barro del Camino.


Empezaba a oscurecer, y Máximo no aparecía. Estábamos a punto de ir a la tiendecita, cuando vimos llegar a otro peregrino… ¡Máximo! ¡Al fin! El pobre no podía andar. Tenía los pies llenos de ampollas. No le dimos ni tiempo a instalarse; había que ir a la tienda que nos abrían aposta, ya que al día siguiente no encontraríamos nada hasta llegar a San Juan de Ortega, después de caminar 12 km cruzando los Montes de Oca.

Máximo iba a comprarse un bote de comida preparada, no podía más ese día. ¡Pero qué dices! Yo me comprometo a prepararos unos macarrones con chorizo, les dije. Hicimos la compra y vuelta al albergue. Empecé los macarrones pero los terminó Manu, yo también estaba agotada ese día...

Malia, Máximo y Javier (siempre riendo)
Máximo tenía los pies llenos de ampollas porque andaba con botas nuevas; las zapatillas con las que había comenzado el Camino de Santiago se le habían roto después de un día de lluvia intensa. Nos contó que había llegado hasta Villambistia y vio el albergue cerrado, pero que al principio no vio mi nota. Como casi no podía andar, bajó hasta la N-120 con la idea de que le llevaran hasta la próxima población en coche. Llovía, estaba ya oscureciendo y hacía un frío de muerte. Se pasó más de una hora en el arcén haciendo auto-stop. Nadie paró. Nadie.

No le quedó otra que volver a Villambistia. Pensaba hacer lo que fuera para conseguir dormir allí esa noche… hasta que vio mi nota: “¡Máximo, te esperamos en Villafranca!” Esas palabras le dieron ánimos y la fuerza suficiente para continuar, y caminar los 5 km que le separaban de nuestro albergue. Cuando me vió, exclamó ¡Auxiliadora!: por ser mi segundo nombre, y porque ese día le había ayudado con mi nota. A partir de ese momento, no me volvería a llamar Amalia para él.



  

jueves, 18 de septiembre de 2014

Grañón, km. 155

Seguía en contacto por teléfono con el grupo de peregrinos de mis primeros días de aventura, me llevaban un día de ventaja. Hablé con José desde Nájera y me comentó que, si podía, me hospedara en Grañón la próxima etapa. Me encontraba mejor de la rodilla, aunque no quería excederme y hacer muchos kilómetros. De Nájera a Santo Domingo había 21 km, a Grañón eran 7 más.

Hablé con el hospitalero de Nájera y me comentó que el Camino de Santiago pasaba antiguamente por donde habían hecho ahora la N-120, que lo habían desviado, y que se podía ir por el trazado antiguo junto a la nacional, ahora en obras, y se acortaba unos 5 kilómetros. Si tomaba esta opción, la distancia a Grañón sería de sólo 23 km, un paseo J


Volvió a amanecer con una espesa niebla. Justo a la salida de Nájera un poste me indicaba la distancia hasta Santiago: 582 km. ¡Me pareció tan lejos! Mi razón me decía que no era capaz de andar tantos kilómetros, pero mi corazón y mis piernas me hacían seguir adelante.



Esta etapa, desde mi salida de Nájera, la realicé completamente en solitario, no encontrándome a ningún peregrino ni por el Camino de Santiago ni en el albergue donde me hospedé. Era mi séptima etapa de mi Aventura a Santiago, 16 de diciembre de 2013.

Al cruzar el pueblo de Azofra pasé por una tiendecita que estaba abierta: paré a comprar unas chocolatinas para el Camino. La tendera estaba hablando con una vecina, me dieron conversación. La vecina me dijo que, a mi paso por Santo Domingo de la Calzada, no dejara de ir a visitar al Abuelito.
-         ¿El Abuelito? – dije yo –
-         Si, el Abuelito, es como llamamos a Santo Domingo de la Calzada, está en un altar en la Catedral.


Llegué ya a la conjunción con la N-120, y aquí dejé de seguir las flechas amarillas. No sabía muy bien por dónde tirar. Pensaba que sería una especie de pista al lado de la carretera; sí, al principio. Pero después se convirtió en algo realmente peligroso. Pero como sabemos, el peligro forma también parte de las aventuras.

Había helada y muchísima niebla, y acabé caminando como unos 2 km por el estrecho arcén, con poca visibilidad, y muchísimo tráfico. El problema de la niebla era que los coches y camiones no me veían hasta que estaban junto a mí. En algún momento pasé miedo, hasta el punto de pedir ayuda al cielo para que me sacara sana y salva de esa carretera. Había que seguir adelante… este tramo se me hizo interminable. De hecho, se me había quedado el recuerdo como si hubiera caminado la etapa completa por la nacional, y al mirar hoy el mapa he visto que debieron ser unos 4 ó 5 km.


Cuando finalmente salí del infierno en el que me había metido y volví a ver las flechas amarillas, ya a la entrada de Santo Domingo de la Calzada, fui consciente de toda la tensión acumulada: estaba temblando. Decidí que iría a ver al Abuelito y a dar las gracias al cielo por haber llegado sana y salva a mi destino. No os lo perdáis, aún siendo peregrina, me querían cobrar entrada (por cierto nada barata) para entrar en la Catedral. Finalmente accedieron a dejarme entrar. En silencio frente al Abuelito, tomé consciencia de que estamos de alguna manera protegidos ante los peligros de la vida. Di las gracias.


Comí en un bar de la población, sólo recuerdo la calle empedrada. Tenía que pensar si seguía adelante o me quedaba en Sto. Domingo como final de etapa. La niebla se estaba dispersando, recuperé fuerzas con la comida caliente y la rodilla no daba problemas. Decidí seguir hasta Grañón. A mi salida, aparecieron ¡ncluso algunos rayos de sol. Llegué a la Cruz de los Valientes… ¡realmente ese día me merecía un monumento por mi valentía!


Grañón: ¡qué grato recuerdo conservo de ti! Tu Hospital de Peregrinos, tu gente, tu acogida, Francisco el hospitalero…

Fui la única peregrina en el albergue de Grañón, por lo que esa  noche dormí sin auriculares (no consigo conciliar el sueño si tengo a alguien roncando a mi lado). Me acomodé en una buhardilla de suelo y techo de madera, con colchonetas para dormir. ¡Había calefacción en toda la casa! ¡Y estufa de leña! ¡Y secador de pelo! Creía estar soñando.


En Grañón se hace acogida cristiana al peregrino; se le prepara la cena, se visita el coro de la iglesia y se hacen unas oraciones. Ofrecían misa a las 7, y como no tenía nada mejor que hacer, acompañé a Francisco. Estaba la capilla llena de vecinos. La sorpresa llegó al finalizar la misa: el cura dijo que había entre los asistentes una peregrina de camino a Santiago… me pidió que me acercara al altar, me dio la bendición y todos rogaron por mí para que llegara sana y salva a Compostela. Me emocioné.

Después, la cena.. unas riquísimas lentejas acompañadas de vino tinto y buena conversación. Recuerdo que nos dieron las tantas hablando con Francisco, un hombre realmente interesante, que me contó muchas cosas sobre el Camino de Santiago y la vida del hospitalero.


Fue un día muy intenso, de muchas emociones. Era hora de dar por finalizada la jornada. Me retiré a la buhardilla e hice un repaso de la jornada siguiente. Por el cansancio y el vino, caí rendida al cerrar los ojos.


miércoles, 17 de septiembre de 2014

Preparando la segunda parte

La semana pasada empecé las caminatas como entrenamiento para mi próxima aventura por el Camino de Santiago. Suelo ir a caminar por el Camí de Cavalls, el sendero GR223 que bordea la isla de Menorca con un total de 185 km, que discurre en su mayoría en plena naturaleza y cerca de la costa. Precioso, espectacular, un paraíso. Si os gusta el senderismo y no conocéis Menorca, os lo recomiendo. Está totalmente señalizado desde su declaración de GR en 2010. También tenéis información en la web y guías, la que yo utilizo y es para mi la mejor es la de Editorial Alpina.

De vuelta a las caminatas recordé lo bien que me sienta y me hace feliz. Iba también mirando las sensaciones con el pie ya en su sitio. Todo ok. Aunque aún había un punto, cerca de la rodilla que me lesioné en el Camino en diciembre, en el que notaba molestias.

En fin, que he vuelto a ver a Carlos y estamos trabajando el ligamento interno de la rodilla derecha, que está dañado. En 2 o 3 sesiones parece que estará arreglado. Bien! De momento masaje, ultrasonidos y tratamiento local con hielo y flogoprofen 3 veces al día.

En fin! Estoy contenta porque llegaremos hasta el origen del problema. 

Tengo previsto partir en un mes; mientras tanto y voy entrenando, acabaré de hacer los ajustes necesarios con mi fisio para poder empezar la segunda parte de mi Aventura a Santiago en óptimas condiciones. También me va a enseñar una tabla de estiramientos para hacer durante el Camino; ya os pasaré la chuleta :D


domingo, 14 de septiembre de 2014

Nájera, km. 127

Dejé Navarrete con el ánimo renovado: el haber reducido el ritmo permitió que me recuperara notablemente. ¡Y volvía a lucir el sol! Marco había dejado el albergue mucho antes, al alba, dispuesto a hacer una etapa larguísima. Mi objetivo de hoy: Nájera, 18 kilómetros.

Notas de los peregrinos del albergue El Cántaro, Navarrete
No iba a ser una etapa muy larga, lo que me permitió tomarlo con calma de nuevo. ¡Qué diferencia hacer el Camino con buen tiempo! Andaba entre viñedos, era primera hora de la mañana y veía el sol fundir la escarcha de los campos. 


Después de subir un camino pedregoso, alcancé el Alto de San Antón, que me ofreció una inesperada y espectacular vista del valle del Najerilla, con la Sierra de la Demanda nevada al fondo. Descansé allí un rato, contemplando el paisaje, tan poco familiar para mí, por ser y vivir en la isla de Menorca.


Cerca ya de Nájera me adelantó un peregrino, más tarde otro. Bien, pensé, en el Camino de Santiago nunca estás solo del todo. Como andaba más despacio e igualmente la temperatura era baja (15 de diciembre), el frío iba calando en mi cuerpo. Lo primero que hice al llegar a Nájera fue parar en un bar donde vi un cartel que indicaba HAY CALDO. Empezaba a entender lo que podían sufrir los peregrinos de antaño, andando por esos caminos (no iban tan equipados como nosotros ahora), y cómo debían de agradecer la hospitalidad y un plato de comida. El encontrar una mesa donde sentarse, tomar un caldo caliente y un bocadillo, servido además con amabilidad por el mesero, era para una peregrina como yo de un valor incalculable, no tenía precio.


Con el estómago lleno me dirijí por fin al albergue municipal, eran las 4 de la tarde. Me había creado muchas expectativas con los albergues de las ciudades, pensaba que serían los más cómodos y mejor atendidos, y en general, no fue así. A mi llegada y después de sellar la credencial (ritual diario) me indicaron las instalaciones y elegí una litera. Era una sala enorme con unas 60 camas. Necesitaba tumbarme, llevaba desde las 8 de la mañana en marcha.

La sala estaba gélida. Intenté dormir… ¡Cómo puede hacer tanto frío aquí! Entonces vi que tenían abiertas las ventanas, debíamos estar a 6 grados en el exterior. No tenían mantas disponibles, y mi saco no era de temperaturas extremas. Empecé a tiritar, no podía parar. Salí a ver a los hospitaleros a pedirles por favor si había otro sitio donde dormir, un hostal, estaba congelada, no podía ni hablar. El hospitalero saliente se me acercó, hizo que me sentara y me preparó un colacao caliente con galletas, que me tomé a regañadientes, al tiempo que ordenaba al nuevo hospitalero encender el aire acondicionado de la sala y cerrar las ventanas en el cuarto de literas.
Quería marcharme igualmente. Hasta que al cabo de un buen rato, empecé a reaccionar y a volver el color a mis mejillas. Habían llegado otros 2 peregrinos al albergue, y más tarde llegaría otro más. Uno de ellos cogió una guitarra y tocó los acordes de una canción. La música me llegó al alma. Se trataba de Máximo, un peregrino argentino. Gracias a su música y al hospitalero (del que no recuerdo su nombre, pero sí su buena acogida) decidí quedarme en el albergue.

El hospìtalero gallego que me preparó el cola-cao
Necesitaba cenar algo más sólido que los bocadillos que tomaba de tentempié en el Camino, y en el albergue nos habían recomendado un restaurante cercano que tenía menú del peregrino a un módico precio. Máximo me acompañó, compartimos mesa esa noche y en nuestra charla me contó que era salesiano y llevaba 25 años en las misiones de Angola. Los salesianos veneran a María Auxiliadora, que es la patrona de mi ciudad, y por la que llevo mi segundo nombre, Auxiliadora. ¡El mundo está lleno de casualidades!


Dimos un pequeño paseo por Nájera y paramos en un horno abierto: compramos pan, unas magdalenas excelentes para el desayuno y alguna que otra cosa para el Camino.

Hora de descansar. El hospitalero hizo un extra y me proporcionó una manta de las suyas, puesto que por la noche paran el aire acondicionado. Dormí profundamente.