lunes, 22 de septiembre de 2014

Villafranca de Montes de Oca, km. 183

Abandoné Grañón a primera hora de la mañana, después de compartir desayuno con Francisco. Era la última población de La Rioja, por lo que, ese mismo día, iba a entrar en la provincia de Burgos. ¡Segundo objetivo cumplido! Aún con problemas en la rodilla que iban y venían, había atravesado La Rioja. ¿Conseguiría cruzar Burgos?


Otra vez sumergida en la niebla, giré la vista atrás para despedirme de Grañón, intentando grabar la imagen en mi retina para siempre. Agradecí la buena acogida, y con decisión reemprendí la marcha. ¿Qué me esperaría en los próximos días?

Grañón
Entré en la provincia de Burgos cruzando pequeñas aldeas. El próximo pueblo era Belorado que, con unos 2.000 habitantes, quedaba a 16 km de mi inicio de etapa. No disponía de albergue abierto, aunque en mi guía figuraba que había algún hostal donde hospedarme.

Ya en esta mi octava etapa empecé a ser consciente de que, a veces, en el Camino de Santiago hay que improvisar. De hecho, casi todas las etapas pasadas no las había finalizado en el punto previsto antes de mi salida. Y hoy no iba a ser una excepción.

A cada lado del Camino, los campos de Castilla. Atrás quedaron los viñedos; se abrían ante mis ojos inmensos campos de labranza que se perdían en la lejanía.


Llegué a Belorado a mediodía y paré en un bar a tomar el caldito de rigor y un rico bocadillo acompañado de un tinto. Me encontraba de buen humor y nada cansada. Había realizado etapas más largas, casi el doble de kilómetros de los que llevaba ese día. Hablé con la mesera y me dijo que el albergue de Belorado estaba cerrado, y que los próximos abiertos eran el de Villambistia (6,6 km), Espinosa del Camino (8,2) y Villafranca de Montes de Oca (11,7). Me apetecía pernoctar en Villafranca (no sé si por los nombres del juego de la Oca, me hacía gracia), pero llegando hasta ahí eran 27,6 desde Grañón. Bueno, podía llegar a Villambistia y dormir allí si me cansaba… Decidí hacerlo así, aventurarme y decidir sobre la marcha dónde pararía ese día.

A mi salida de Belorado vislumbré (¡por fin!) a dos peregrinos sentados junto al río; llevaba 2 etapas sin encontrarme a un solo peregrino en el Camino. Al acercarme vi que eran dos chicos jóvenes con los que compartí albergue en Nájera, Javier y Manu. ¡Además, dos caras conocidas! Me contaron que ellos se habían quedado en Santo Domingo, y que se habían estada preguntando qué habría sido de mí. Iban hasta Villambistia, habían quedado allí con Máximo, el salesiano argentino. Decidí seguir con ellos y parar también en el próximo albergue.


Al llegar a Villambistia: albergue cerrado. ¡Vaya! Nos habíamos fiado de los hospitaleros que nos habían informado que estaba abierto. Era mejor llamar antes….

El albergue estaba cerrado esa semana por defunción. Decidimos andar 1,5 km más hasta Espinosa del Camino (39 habitantes), no había problema… o eso pensábamos. Al llegar, estaba también cerrado. Estuvimos merodeando un rato por allí, cuando Manu vio que había unas botas en la entrada del albergue… allí había alguien. Ni corto ni perezoso, empezó a tocar la campana de la entrada con tanta fuerza, que se debía de oír desde Belorado... ¡aún me entra la risa al recordarlo! De repente nos abrió la puerta un hombre que bien podría haber salido de una película de terror, pelo y barba largos y blancos, creo que le faltaban unos cuantos dientes… ¡qué horror! Nos dijo que el albergue estaba cerrado, y además a la venta, que él era el dueño. Fue muy amable, nos contó su historia, pero nos dijo que no nos podía dar alojamiento.

Albergue La Campana, Espinosa del Camino
¿Qué opción nos quedaba? El próximo albergue abierto estaba en Villafranca de Montes de Oca. Yo pensé que era capaz de llegar, aunque para ellos, que venían de Santo Domingo, iban a ser más de 34 km de etapa. Volvimos a Villambistia, también pensando en Máximo. Ni rastro de él, debía haber parado a comer. Esperamos por si venía algún vecino y nos indicaba dónde nos podrían acoger… tampoco, ni un alma en el pueblo.

Decidimos, pues no nos quedaba otra, seguir otros 5 kms más hasta Villafranca; llamé para confirmar que estaba el albergue abierto y que íbamos para allá. Hacia atrás hasta Belorado era la misma distancia. Antes de partir, pensé en los otros peregrinos que podrían encontrarse luego en la misma situación que nosotros. Cogí un cartel de propaganda de los que colgaban en la puerta y escribí una nota que rezaba:
        Albergue CERRADO
        Albergue de Espinosa: CERRADO
        Próximo albergue abierto: Villafranca de Montes de Oca, 5 km
“ MAXIMO, TE ESPERAMOS EN VILLAFRANCA!”

Si Máximo llegaba hasta allí, tenía que ver la nota. No teníamos otra forma de contactar con él.

Manu y Javier
Los últimos kilómetros se hicieron interminables, pero al ir acompañados eso nos hacía seguir adelante con determinación. Teníamos hambre y empezaban a bajar las temperaturas.

Llegamos a Villafranca de Montes de Oca. La hospitalera nos selló la credencial y nos dijo que si queríamos nos abrirían una tiendecita para nosotros en un rato, para poder comprar provisiones. Teníamos una gran cocina y comedor a nuestra disposición, y había calefacción en el dormitorio (la había encendido al avisarla por teléfono que íbamos). Los baños estaban en otro piso, y estaban gélidos; ¡nada que no se arregle con una ducha de agua bien caliente! Pude lavar la ropa y secarla bien en el radiador, que ese día había quedado llena de barro del Camino.


Empezaba a oscurecer, y Máximo no aparecía. Estábamos a punto de ir a la tiendecita, cuando vimos llegar a otro peregrino… ¡Máximo! ¡Al fin! El pobre no podía andar. Tenía los pies llenos de ampollas. No le dimos ni tiempo a instalarse; había que ir a la tienda que nos abrían aposta, ya que al día siguiente no encontraríamos nada hasta llegar a San Juan de Ortega, después de caminar 12 km cruzando los Montes de Oca.

Máximo iba a comprarse un bote de comida preparada, no podía más ese día. ¡Pero qué dices! Yo me comprometo a prepararos unos macarrones con chorizo, les dije. Hicimos la compra y vuelta al albergue. Empecé los macarrones pero los terminó Manu, yo también estaba agotada ese día...

Malia, Máximo y Javier (siempre riendo)
Máximo tenía los pies llenos de ampollas porque andaba con botas nuevas; las zapatillas con las que había comenzado el Camino de Santiago se le habían roto después de un día de lluvia intensa. Nos contó que había llegado hasta Villambistia y vio el albergue cerrado, pero que al principio no vio mi nota. Como casi no podía andar, bajó hasta la N-120 con la idea de que le llevaran hasta la próxima población en coche. Llovía, estaba ya oscureciendo y hacía un frío de muerte. Se pasó más de una hora en el arcén haciendo auto-stop. Nadie paró. Nadie.

No le quedó otra que volver a Villambistia. Pensaba hacer lo que fuera para conseguir dormir allí esa noche… hasta que vio mi nota: “¡Máximo, te esperamos en Villafranca!” Esas palabras le dieron ánimos y la fuerza suficiente para continuar, y caminar los 5 km que le separaban de nuestro albergue. Cuando me vió, exclamó ¡Auxiliadora!: por ser mi segundo nombre, y porque ese día le había ayudado con mi nota. A partir de ese momento, no me volvería a llamar Amalia para él.



  

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