Abandoné
Grañón a primera hora de la mañana, después de compartir desayuno con
Francisco. Era la última población de La Rioja, por lo que, ese mismo día, iba a entrar en la provincia de Burgos. ¡Segundo objetivo
cumplido! Aún con problemas en la rodilla que iban y venían, había atravesado La
Rioja. ¿Conseguiría cruzar Burgos?
Otra
vez sumergida en la niebla, giré la vista atrás para despedirme de Grañón,
intentando grabar la imagen en mi retina para siempre. Agradecí la buena
acogida, y con decisión reemprendí la marcha. ¿Qué me esperaría en los próximos
días?
Grañón |
Entré
en la provincia de Burgos cruzando pequeñas aldeas. El próximo pueblo era Belorado que, con
unos 2.000 habitantes, quedaba a 16 km de mi inicio de etapa. No disponía de
albergue abierto, aunque en mi guía figuraba que había algún hostal donde
hospedarme.
Ya
en esta mi octava etapa empecé a ser consciente de que, a veces, en el Camino de
Santiago hay que improvisar. De hecho, casi todas las etapas pasadas no las
había finalizado en el punto previsto antes de mi salida. Y hoy
no iba a ser una excepción.
A
cada lado del Camino, los campos de Castilla. Atrás quedaron los viñedos; se
abrían ante mis ojos inmensos campos de labranza que se perdían en la lejanía.
Llegué
a Belorado a mediodía y paré en un bar a tomar el caldito de rigor y un rico
bocadillo acompañado de un tinto. Me encontraba de buen humor y nada cansada. Había
realizado etapas más largas, casi el doble de kilómetros de los que llevaba ese
día. Hablé con la mesera y me dijo que el albergue de Belorado estaba cerrado, y
que los próximos abiertos eran el de Villambistia (6,6 km), Espinosa del Camino (8,2) y
Villafranca de Montes de Oca (11,7). Me apetecía pernoctar en Villafranca (no
sé si por los nombres del juego de la Oca, me hacía gracia), pero llegando
hasta ahí eran 27,6 desde Grañón. Bueno, podía llegar a Villambistia y dormir
allí si me cansaba… Decidí hacerlo así, aventurarme y decidir sobre la marcha
dónde pararía ese día.
A
mi salida de Belorado vislumbré (¡por fin!) a dos peregrinos sentados junto al
río; llevaba 2 etapas sin encontrarme a un solo peregrino en el Camino. Al acercarme
vi que eran dos chicos jóvenes con los que compartí albergue en Nájera, Javier
y Manu. ¡Además, dos caras conocidas! Me contaron que ellos se habían quedado en
Santo Domingo, y que se habían estada preguntando qué habría sido de mí. Iban
hasta Villambistia, habían quedado allí con Máximo, el salesiano argentino.
Decidí seguir con ellos y parar también en el próximo albergue.
Al
llegar a Villambistia: albergue cerrado. ¡Vaya! Nos habíamos fiado de los
hospitaleros que nos habían informado que estaba abierto. Era mejor llamar
antes….
El
albergue estaba cerrado esa semana por defunción. Decidimos andar 1,5 km más hasta
Espinosa del Camino (39 habitantes), no había problema… o eso pensábamos. Al llegar, estaba también cerrado. Estuvimos merodeando un rato por allí, cuando Manu vio
que había unas botas en la entrada del albergue… allí había alguien. Ni corto
ni perezoso, empezó a tocar la campana de la entrada con tanta fuerza, que se
debía de oír desde Belorado... ¡aún me entra la risa al recordarlo! De repente nos
abrió la puerta un hombre que bien podría haber salido de una película de terror, pelo y barba largos y blancos, creo que le faltaban unos cuantos dientes… ¡qué horror! Nos dijo que
el albergue estaba cerrado, y además a la venta, que él era el dueño. Fue muy
amable, nos contó su historia, pero nos dijo que no nos podía dar alojamiento.
Albergue La Campana, Espinosa del Camino |
¿Qué
opción nos quedaba? El próximo albergue abierto estaba en Villafranca de Montes
de Oca. Yo pensé que era capaz de llegar, aunque para
ellos, que venían de Santo Domingo, iban a ser más de 34 km de etapa. Volvimos
a Villambistia, también pensando en Máximo. Ni rastro de él, debía haber parado
a comer. Esperamos por si venía
algún vecino y nos indicaba dónde nos podrían acoger… tampoco, ni un alma en el
pueblo.
Decidimos,
pues no nos quedaba otra, seguir otros 5 kms más hasta Villafranca; llamé para confirmar que estaba el albergue abierto y que íbamos para allá. Hacia atrás
hasta Belorado era la misma distancia. Antes de partir, pensé en los otros
peregrinos que podrían encontrarse luego en la misma situación que nosotros.
Cogí un cartel de propaganda de los que colgaban en la puerta y escribí una nota que rezaba:
Albergue CERRADO
Albergue de Espinosa: CERRADO
Próximo albergue abierto: Villafranca de
Montes de Oca, 5 km
“
MAXIMO, TE ESPERAMOS EN VILLAFRANCA!”
Si
Máximo llegaba hasta allí, tenía que ver la nota. No teníamos otra forma de
contactar con él.
Manu y Javier |
Los
últimos kilómetros se hicieron interminables, pero al ir acompañados eso nos
hacía seguir adelante con determinación. Teníamos hambre y empezaban a bajar las
temperaturas.
Llegamos
a Villafranca de Montes de Oca. La hospitalera nos selló la credencial y nos dijo que si
queríamos nos abrirían una tiendecita para nosotros en un rato, para poder
comprar provisiones. Teníamos una gran cocina y comedor a nuestra disposición,
y había calefacción en el dormitorio (la había encendido al avisarla por teléfono
que íbamos). Los baños estaban en otro piso, y estaban gélidos; ¡nada que
no se arregle con una ducha de agua bien caliente! Pude lavar la ropa y secarla bien en el radiador, que ese día había quedado llena de barro del Camino.
Empezaba
a oscurecer, y Máximo no aparecía. Estábamos a punto de ir a la tiendecita,
cuando vimos llegar a otro peregrino… ¡Máximo! ¡Al fin! El pobre no podía andar.
Tenía los pies llenos de ampollas. No le dimos ni tiempo a instalarse; había
que ir a la tienda que nos abrían aposta, ya que al día siguiente no encontraríamos nada hasta llegar a San Juan de Ortega, después de caminar 12 km
cruzando los Montes de Oca.
Máximo
iba a comprarse un bote de comida preparada, no podía más ese día. ¡Pero qué
dices! Yo me comprometo a prepararos unos macarrones con chorizo, les dije.
Hicimos la compra y vuelta al albergue. Empecé los macarrones pero los terminó Manu, yo también estaba agotada ese día...
Malia, Máximo y Javier (siempre riendo) |
Máximo
tenía los pies llenos de ampollas porque andaba con botas nuevas; las zapatillas
con las que había comenzado el Camino de Santiago se le habían roto después de
un día de lluvia intensa. Nos contó que había llegado hasta Villambistia y vio
el albergue cerrado, pero que al principio no vio mi nota. Como casi no podía
andar, bajó hasta la N-120 con la idea de que le llevaran hasta la próxima
población en coche. Llovía, estaba ya oscureciendo y hacía un frío de muerte.
Se pasó más de una hora en el arcén haciendo auto-stop. Nadie paró. Nadie.
No
le quedó otra que volver a Villambistia. Pensaba hacer lo que
fuera para conseguir dormir allí esa noche… hasta que vio mi nota: “¡Máximo, te
esperamos en Villafranca!” Esas palabras le dieron ánimos y la fuerza suficiente para continuar, y caminar los 5 km que le separaban de nuestro albergue. Cuando me vió, exclamó
¡Auxiliadora!: por ser mi segundo nombre, y porque ese día le había ayudado con mi nota. A partir de ese momento, no me volvería a llamar
Amalia para él.
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