miércoles, 10 de septiembre de 2014

Logroño, km. 95

Última etapa por el Reino de Navarra. En el albergue La Pata de la Oca nos recomendaron un albergue privado que acababan de abrir en Logroño, y decidimos que nos encontraríamos allí la mayoría de los peregrinos. Otros, seguirían unos kilómetros más.


Era el cuarto de día de mi Aventura a Santiago, y la niebla se veía cada vez más espesa. Anunciaban lluvia para las tres de la tarde; aunque iba preparada, prefería que no me alcanzara ningún aguacero. Les dije a mis compañeros que, puesto que la etapa era de 20 km, a las 15h podíamos estar en el albergue antes de que empezara a llover. Acerté.

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Salí de nuevo la última del albergue… ¡Buen Camino! Notaba un pinchazo en la rodilla, pero nada importante. En los primeros kilómetros ya cargué bastante las piernas. Ese día la niebla se podía cortar con un cuchillo, y había unos cuantos cruces con la nacional en los que había que ir con mucho cuidado debido a la poca visibilidad.


Llegué a Viana, última población navarra del Camino. Sentía que había triunfado, como haber ganado una gran batalla. Había conseguido más de lo que hubiera imaginado un año atrás. Pero, cuando pensaba en lo que me quedaba aún por delante, me desmoralizaba (eran más de 700 km a Santiago) y me veía incapaz de lograrlo.
Entonces me propuse ganar pequeñas batallas. Sentada en una cafetería en la plaza de Viana, donde por cierto comí unos pinchos buenísimos, estudié mi Guía del Camino de Santiago. Mi próximo objetivo iba a ser cruzar La Rioja, eran 3 etapas en mi guía. ¡Eso sí podía conseguirlo!

Salí a la plaza del ayuntamiento y unos chiquillos estaban cantando villancicos. Se respiraba ambiente navideño (era 13 de diciembre). Volví a colocarme la mochila a la espalda, cogí mi bastón y enfilé la calle siguiendo las flechas amarillas. Me quedaban 10 kms para llegar a Logroño.


Esta fue la primera etapa (y no la última) que caminé totalmente en solitario, sin encontrarme ningún peregrino hasta llegar al albergue. La soledad y la poca visibilidad favorecían la introspección. Recordé etapas pasadas de mi vida en las que también me había sentido como perdida en la niebla. Lloré. Al llegar al punto de cruzar la provincia, sentía como si finalmente fuera a dejar atrás todos los recuerdos y vivencias de esos días para siempre. Fue difícil dar el paso, sentía una especie de miedo a lo desconocido, me resistía a avanzar. Finalmente, después de una pequeña lucha, crucé a La Rioja.

Los últimos kilómetros hasta la llegada al albergue fueron muy duros. Me dolían mucho las piernas y la rodilla, no ayudaba el hecho de que yo andaba con botas de montaña y quedaban unos cuantos kilómetros por asfalto por los arrabales de la ciudad, con unos repechos que se me hacía muy difícil salvar. Lo pasé mal, pero conseguí llegar. Busqué el albergue, y allí estaban mis compañeros, que me dieron una calurosa acogida: me sentí reconfortada.


Esa sería la última noche que compartiría mesa con ellos. Los dolores en la rodilla me pedían a gritos bajar el ritmo y dejar el grupo. Unos se fueron de vinos y tapas (obligado en Logroño) pero yo casi no podía andar. A duras penas me acerqué a un locutorio, donde pude compartir mis primeras fotos del camino con mi gente. Estaba lloviendo.

Ante tanta adversidad, había algo positivo: la previsión anunciaba sol para el día siguiente. Finalmente, después de tantos días de niebla, saldría el sol.




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