21
de diciembre, tres días para Nochebuena. Dispuesta a continuar mi Aventura a Santiago después del día de
reposo en Burgos, me levanté con
muchos ánimos. Esta etapa la programé con cuidado pues no quería excederme el
día de mi reincorporación; aún tenía molestias en la rodilla y tomaba
antiinflamatorios. Mi punto de llegada iba a ser Rabé de las Calzadas, 12.6 km; ya había confirmado que estaba el
albergue abierto.
La
verdad es que a primera hora de la mañana es cuando más y mejores fotos sacaba
en el Camino de Santiago; entre que
iba calentando y tardaba en desentumecer el cuerpo, paraba para fotografiar los
paisajes con la luz del alba. Una vez cogido el ritmo y metida de lleno en el Camino, rara vez paraba para tomar una fotografía,
a no ser que algo llamara poderosamente mi atención.
Salí
de Burgos con helada; hacía mucho
frío y no podía andar muy rápido por la rodilla, por lo que mi cuerpo tardó en
coger temperatura, a pesar de ir bien abrigada. Tuve noticias de Javier: iban
una etapa por delante de mí. Me comentó que Máximo no llegó a Hontanas: le
apareció un fuerte dolor de muelas y llamó a los salesianos, que fueron a
buscarle y le llevaron de regreso a Burgos para que se recuperara.
Llegué
a la población de Tardajos y
encontré que estaba abierta la Iglesia; me acerqué y pregunté si se podía
visitar: estaban ultimando los detalles del Belén. Estuve un buen rato porque
estaban jugando a encontrar el gazapo?.. había algún elemento que no correspondía
con la escena. Todos venga mirar, y nada. Finalmente y después de no acertar
las pistas, la señora nos enseñó la figurita que desentonaba: una Campanilla en
el alto de un arbolito del Belén. Seguro que todos los niños del pueblo
debieron andar bien entretenidos con el juego esas Navidades…
A
los pocos kilómetros llegué a Rabé de
las Calzadas, un encanto de pueblo. Primero fui a un bar al lado de la
Iglesia a comer algo (lo siento, no recuerdo el nombre) y el dueño del bar me
atendió muy amablemente, fue un encanto. Me regaló (como hacen a todos los
peregrinos que la aceptan) una cadenita de la Virgen de la Medalla Milagrosa, que me colgué enseguida del cuello.
No me la quité hasta mi regreso a casa, cuando se la regalé a mi sobrina Loreto
como recuerdo de mi Camino a Santiago.
Estuve
muy a gusto en el albergue Liberanos
Domine; la dueña amabilísima, me dejó la cena preparada para la noche. El
comedor muy acogedor, con una chimenea de leña, que confortaba del frío y la
soledad del Camino. En la habitación
también disponía de un calefactor que calentó la estancia toda la noche.
Vista desde mi ventana en el Liberanos Domine |
Fui
la única peregrina alojada en el albergue. Echaba de menos a mis amigos o la
compañía de algún peregrino. Llamé a
José, el peregrino de Menorca que encontré el primer día en el Camino; ellos estaban ya (creo
recordar) en Carrión de los Condes. Luego llamé a mi amiga Silvia, estuve
comentando con ella los problemas en la rodilla y que me iba siempre quedando
atrás en el Camino, cuando otros peregrinos que me iba encontrando, con
problemas similares o mayores que yo (hinchazones, ampollas) seguían haciendo
kilómetros a pesar del dolor.
Se
me ocurrió que, tal vez, estaba pecando de prudente y debía aprender a seguir a
pesar de las dificultades, intentar hacer como los demás, aguantar el dolor y amortiguarlo
a base de calmantes. En fin, “mañana será otro día”, pensé. Esa noche dormí
plácidamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario