viernes, 26 de septiembre de 2014

Rabé de las Calzadas, km. 236

21 de diciembre, tres días para Nochebuena. Dispuesta a continuar mi Aventura a Santiago después del día de reposo en Burgos, me levanté con muchos ánimos. Esta etapa la programé con cuidado pues no quería excederme el día de mi reincorporación; aún tenía molestias en la rodilla y tomaba antiinflamatorios. Mi punto de llegada iba a ser Rabé de las Calzadas, 12.6 km; ya había confirmado que estaba el albergue abierto.


La verdad es que a primera hora de la mañana es cuando más y mejores fotos sacaba en el Camino de Santiago; entre que iba calentando y tardaba en desentumecer el cuerpo, paraba para fotografiar los paisajes con la luz del alba. Una vez cogido el ritmo y metida de lleno en el Camino, rara vez paraba para tomar una fotografía, a no ser que algo llamara poderosamente mi atención.


Salí de Burgos con helada; hacía mucho frío y no podía andar muy rápido por la rodilla, por lo que mi cuerpo tardó en coger temperatura, a pesar de ir bien abrigada. Tuve noticias de Javier: iban una etapa por delante de mí. Me comentó que Máximo no llegó a Hontanas: le apareció un fuerte dolor de muelas y llamó a los salesianos, que fueron a buscarle y le llevaron de regreso a Burgos para que se recuperara.


Llegué a la población de Tardajos y encontré que estaba abierta la Iglesia; me acerqué y pregunté si se podía visitar: estaban ultimando los detalles del Belén. Estuve un buen rato porque estaban jugando a encontrar el gazapo?.. había algún elemento que no correspondía con la escena. Todos venga mirar, y nada. Finalmente y después de no acertar las pistas, la señora nos enseñó la figurita que desentonaba: una Campanilla en el alto de un arbolito del Belén. Seguro que todos los niños del pueblo debieron andar bien entretenidos con el juego esas Navidades…


A los pocos kilómetros llegué a Rabé de las Calzadas, un encanto de pueblo. Primero fui a un bar al lado de la Iglesia a comer algo (lo siento, no recuerdo el nombre) y el dueño del bar me atendió muy amablemente, fue un encanto. Me regaló (como hacen a todos los peregrinos que la aceptan) una cadenita de la Virgen de la Medalla Milagrosa, que me colgué enseguida del cuello. No me la quité hasta mi regreso a casa, cuando se la regalé a mi sobrina Loreto como recuerdo de mi Camino a Santiago.

Estuve muy a gusto en el albergue Liberanos Domine; la dueña amabilísima, me dejó la cena preparada para la noche. El comedor muy acogedor, con una chimenea de leña, que confortaba del frío y la soledad del Camino. En la habitación también disponía de un calefactor que calentó la estancia toda la noche.

Vista desde mi ventana en el Liberanos Domine
Fui la única peregrina alojada en el albergue. Echaba de menos a mis amigos o la compañía de algún peregrino. Llamé a José, el peregrino de Menorca que encontré el primer día en el Camino; ellos estaban ya (creo recordar) en Carrión de los Condes. Luego llamé a mi amiga Silvia, estuve comentando con ella los problemas en la rodilla y que me iba siempre quedando atrás en el Camino, cuando otros peregrinos que me iba encontrando, con problemas similares o mayores que yo (hinchazones, ampollas) seguían haciendo kilómetros a pesar del dolor.

Se me ocurrió que, tal vez, estaba pecando de prudente y debía aprender a seguir a pesar de las dificultades, intentar hacer como los demás, aguantar el dolor y amortiguarlo a base de calmantes. En fin, “mañana será otro día”, pensé. Esa noche dormí plácidamente.






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