Amaneció
lloviendo en Agés, y mientras
desayunábamos estudiábamos las alternativas para llegar a Burgos. El trazado original por Atapuerca apetecía, pero había
muchísimo barro y, siguiendo el consejo del dueño del albergue San Rafael, decidimos
tomar la alternativa junto a la N-120.
Salimos
los cuatro a la vez; los chicos querían tomar un atajo hacia Zalduendo que
pasaba entre los campos, con posibilidad de encontrar barro. Yo lo había pasado
tan mal en los Montes de Oca, que
preferí ir por los andaderos al lado de la carretera durante todo el trayecto.
Nos separamos; volví a emprender el Camino en solitario. Cuando más tarde les
vi me dijeron que había ido bien; de haberlo sabido, me habría ahorrado 2 km de
caminata y habría hecho la etapa en compañía, haciéndose ésta más llevadera.
Estuvo
lloviendo más o menos durante una hora, aunque yo estaba bien protegida con mi
capa. La verdad es que iba bien equipada para enfrentar la climatología del mes
de diciembre. La etapa era cómoda y sin desniveles, pero el hecho de que casi
la mitad transcurría por asfalto y el resto por andaderos planos, me cargó los
músculos y la rodilla. Y
para eso no iba preparada, no llevaba ni antiinflamatorios, cremas para
recuperar la musculatura… ¡qué ingenua!
Llegué
a Burgos después de andar 24 km: me
pareció eterno, sobre todo desde que entré en el polígono, ya que el albergue
municipal estaba al lado de la Catedral
y había de atravesar casi toda la ciudad (unos 7 km). Ahí empecé a hacer fotos
de carteles de fisioterapeutas…
Cuando
por fin llegué al albergue municipal, tuve que esperar un buen rato, puesto que
estaban atendiendo a otros peregrinos.
En eso apareció Máximo: “¡Auxiliadora!” ¡Qué alegría verle! Casi me echo a
llorar de lo agotada que me encontraba, sin fuerzas. Me dijo que Manu y Javier
estaban comiendo en el bar de al lado… me acerqué a pinchar algo y a saludarles
antes de sellar la
credencial. Se les veía felices compartiendo mesa y risas;
habían llegado hacía un buen rato ya.
El
albergue de Burgos está muy bien,
todo nuevo. Tiene 150 plazas pero muy bien distribuidas en literas-nido
individuales con su propia luz, casillero y enchufe para cargar el móvil. Me
dolía mucho la rodilla. Fui a hablar
con el hospitalero para preguntarle si conocía a algún fisioterapeuta que me pudiera visitar; su mujer me consiguió cita
esa misma noche, a las 21h, con su fisioterapeuta, como favor personal. La
mujer, también hospitalera, un encanto, hasta me acompañó a la consulta.
En la consulta del fisio de Burgos |
El
fisio me palpó la rodilla y dijo que tenía inflamación del menisco interno. Me recetó antiinflamatorios y que indicó que me
pusiera hielo. Y, a ser posible, reposo. ¿Cómo? No tuve mucho tiempo para
pensar. Estaba en Burgos, no había visitado la Catedral ni la ciudad y necesitaba reposo. Pero y mis compañeros, y
el Camino…
Decidí
quedarme un día en Burgos. En el
albergue me dijeron que como había sitio y era por fuerza mayor podía quedarme
otro día, pero las normas eran sólo una noche. Me hicieron salir igualmente por
la mañana durante unas horas mientras se limpiaba el albergue.
Lo
más difícil fue despedirme de mis compañeros de los días pasados. Estaba en el
comedor viendo como Manu y Javier desayunaban, la mochila ya preparada. Luego
vino Máximo… llegaron las despedidas. ¡Buen
Camino! … Después de irse, no pude aguantar las lágrimas.
Era
mi onceavo día desde que salí de Pamplona y aproveché para lavar la chaqueta, y
resto de ropa… salí a visitar la Catedral. Antes ,
fui a Decathlon a comprarme unas plantillas que me mandó también el fisioterapeuta
para amortiguar la pisada.
Me compré también de oferta un calentito gorro de lana.
La
Catedral de Burgos es imponente,
pero me gustó más su arquitectura que la decoración interior. Muy recargado
para mi gusto, prefiero las pequeñas iglesias románicas, como la de San Martín de Frómista.
Andaba muy despacio en mi visita, y hacía un frío de muerte en la Catedral. Llevaba
unas tiras que me había colocado el fisio, pero qué queréis que os diga, con
ellas cojeaba más aún. Se lo comenté al hospitalero cuando pude entrar de nuevo
en el albergue y casi me riñe, me dijo que ellos saben lo que se hacen y que
hay que escuchar y atender todo lo que a uno le dicen. En fin… me fui a mi
litera a descansar.
Estuve
toda la tarde reposando y recuperando fuerzas, aunque con ganas de partir de
nuevo al día siguiente. Llegaron nuevos peregrinos.
Muchos empezaban el Camino de Santiago
en Burgos, el albergue era su inicio
de etapa. Había un grupo de coreanas que estaban todo el rato riéndose, y que
fueron a cenar con un apuesto joven alemán que estaba también haciendo el
Camino.
En
mis paseos por la ciudad había pasado frente a un restaurante que tenía muy
buena pinta, y esa noche decidí hacerme un homenaje y cené en Las Espuelas del
Cid.¡Recuerdo que comí una lubina de menú que estaba exquisita!
También
paseé por la Plaza Mayor
y los tenderetes navideños, las tiendas estaban abarrotadas. Compré provisiones
para el día siguiente.
Echaba
de menos a mis compañeros. Sus risas, sus charlas, su personalidad, su
compañerismo. Ellos debían estar a esas horas ya en Hontanas. Tenía el móvil de
Javier, pues él pasaría las Navidades en familia y se reincorporaría al Camino… igual volvíamos a coincidir, ya
que yo había reducido la
marcha. No fue así. No volví a verles. Aunque sí a saber de
ellos.
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